Ante la intervención militar rusa contra el régimen de Kiev
Estamos ante una coyuntura especial. Los imperialistas maldicen la guerra y aparentan suspirar por la paz. Los mismos que, por su cuenta y ninguneando a la ONU, invadieron Libia, Iraq o Yugoslavia. Los mismos que ocuparon Afganistán de forma criminal. Los que han matado en nombre de la libertad, los que han hecho bombardeos masivos en nombre de la democracia. Los que permiten a Israel martirizar al pueblo palestino y hacer y deshacer en Oriente Medio sin importarle derecho internacional alguno. Los que han dejado que Riad desangre bárbaramente al Yemen. Todos ellos quieren hoy que nos posicionemos en contra de la guerra y condenemos esta intervención militar… sencillamente porque les desbarata su constante intervencionismo criminal. Otra vez, como ya les pasó en Siria, su soberbia no puede admitir que ya no pueden pasearse por el mundo de forma impune y extender sus tentáculos sin límite alguno. No pueden admitir que ellos sean lo que decidan quiénes sí pueden quebrar un país (Kosovo), quiénes no (Donbass).
El pacifismo simplón y la comodidad bien podrían llevarnos a subirnos a esa ola de declaraciones altisonantes, a hacer pasar las mentiras por realidad y a situarnos en un plano de superioridad moral. Podríamos hablar de “zarismo” y de “imperialismo ruso”, tal y como hacen en estos momentos la práctica totalidad de “analistas” al servicio del gran capital. Seguramente, como algunos de los miembros del “gobierno progresista” y otras organizaciones que se reivindican del comunismo, hasta encontraríamos alguna frase de Lenin sacada de contexto que nos permitiera preservar la equidistancia, pero eso supondría renunciar a nuestros principios internacionalistas, desconocer nuestro compromiso con quienes –independientemente de la distancia que nos separa en lo ideológico e incluso de la clase a quien defendemos– combaten los planes imperialistas por convertirlos en regímenes serviles y en colonias de facto.
Mal que le pese a los creadores de propaganda y pese a lo que nos quieran vender medios como la Sexta, El País o el ABC, la guerra no acaba de comenzar. La guerra a Rusia se la declararon las potencias occidentales y especialmente los EUA y sus comparsas hace décadas. Los Estados Unidos, en su frenética carrera por mantener su posición hegemónica, sostenida ya principalmente gracias a la amenaza militar, ha ido estableciendo un cerco sobre el país eslavo, que llegó a su punto culminante en el año 2015, cuando, tras el golpe de Estado del Maidan, el ejército ucraniano junto a grupos armados ultraderechistas –como el batallón Azov– llevaron la guerra hasta las misma frontera sur-occidental de Rusia. Esa guerra, que empezó efectivamente con un golpe de Estado que situaba a una junta ultraderechista en el poder, que ha provocado la muerte de cientos de antifascistas y ha aplicado una auténtica política de limpieza ideológica en el país, es la misma que ha escalado hoy. La diferencia estriba en que ha comenzado una nueva fase en que, quien hasta ahora era acorralado y sitiado por el occidente imperialista, ha respondido con contundencia.
En los últimos días, los bombardeos y ataques del ejército ucraniano contra el Donbass se habían recrudecido sobremanera, y si los acontecimientos no se hubieran desarrollado como lo han hecho, muy probablemente hubiera acabado habiendo un verdadero derrame de sangre entre la población de las repúblicas de Donetsk y Lugansk. Los mismos que hoy se rasgan las vestiduras, hace dos días silenciaban aquellos bombardeos. Quienes lloran hoy lágrimas de cocodrilo por los ultranacionalistas ucranianos y por los ataques rusos contra sus instalaciones militares, llevan años silenciando las vulneraciones de derechos continuadas que ha cometido el régimen de Kiev.
En todo este tiempo Rusia ha presionado y negociado para que se aplicaran unos Acuerdos de Minsk que habían puesto en tregua la guerra, pero tanto estos como sus lógicas exigencias en materia de seguridad –el no avance de la OTAN hasta sus fronteras, la no construcción de bases militares y colocación de armamento en países fronterizos– han sido completamente desoídas por occidente. Las provocaciones constantes desde el año 2015 por parte de Ucrania, auspiciadas por sus aliados, desgraciadamente han provocado la llegada de esta situación. Una situación no deseada por el pueblo ruso, seguramente la más lejana a sus intereses, pero resultado de una campaña de acoso y derribo contra un país que, para existir, ha aprendido que no puede prescindir del todo de su glorioso pasado soviético. Rusia con el gesto de hoy ha decidido no acabar siendo otra Libia, otra Yugoslavia, otro Iraq. La gran diferencia entre esta y aquellos es su capacidad militar, la única garantía de su seguridad.
Todos los que tratan de ponerse de perfil ante esta coyuntura, los que hacen gala del “ninismo” y tratan de enarbolar el “No a la Guerra” en general, sin tener en cuenta el quién, el cómo, dónde y cuándo, deberían plantearse preguntas como las siguientes: Si Iraq hubiera podido atacar preventivamente antes de que comenzase su invasión neocolonial, ¿la habría convertido esa acción una potencia agresora? Si Palestina se constituyera como Estado soberano y llegara a expulsar de la zona a los colonos sionistas, ¿la convertiría esto en una potencia imperialista? Rusia hoy puede hacer lo que les ha sido negado a otros pueblos. Con esta intervención militar, Rusia puede abortar los planes desestabilizadores del imperialismo erradicando a un régimen títere de las potencias occidentales, utilizado para desgastar y acosar a la Federación Rusa. Y al mismo tiempo, puede cambiar precipitadamente el tablero de juego de las relaciones internacionales, incrementando las contradicciones internas en el seno de la propia OTAN. ¿Acaso el discurso incendiario de Boris Johnson no va también dirigido a fortalecerse debilitando a sus antiguos socios de la UE?
A todas las organizaciones y personas que luchan por una paz real, una que no sea una mascarada, fruto de la coerción y de la fuerza militar de la oligarquía imperialista mundial, las convocamos a no secundar el discurso oficial, a organizar los comités de solidaridad con el Donbass, a preparar movilizaciones que secunden su derecho a no ser la diana de los fascistas ucranianos, y por supuesto a confrontar a una OTAN que este año celebra su cumbre en la capital del Estado español. De nuevo, nos cabe la máxima solidaridad con el pueblo que sufre una nueva guerra, con la gente de Donetsk y Lugansk y con todos aquellos antifascistas y aquellas fuerzas que allí representan lo más avanzado de la lucha de clases, y que el día de mañana volverán a guiar el avance hacia el socialismo.
Red Roja, 25 de febrero de 2022