[2019] ESQUEMA PARA LA INTERVENCIÓN COMUNISTA EN EL MOVIMIENTO OBRERO Y SINDICAL

Este texto fue redactado en 2019. Aunque se impondría alguna actualización – por ejemplo, en las alusiones al papel que hoy podría jugar el movimiento pensionista-, el texto guarda toda su vigencia en cuanto a orientación general para el militante comunista en su trabajo sindical.

Dos estibadores soviéticos juegan al ajedrez en el descanso de su jornada laboral 1972 / Yuri Sadovnikov

Hoy por hoy vivimos una dictadura laboral de facto que obliga, en realidad desde hace ya mucho tiempo, a un replanteamiento del propio modelo de sindicalismo en cuanto a métodos de lucha y formas organizativas. De cara a la realización de una tarea como esta todo militante debe tener en mente una doble línea estratégica de intervención comunista en el movimiento obrero y sindical:

1.- Contribuir a una reestructuración de la propia clase hoy atomizada, dispersa, individualizada y atemorizada debido a varios factores de índole histórica.

Entre esos factores están:

a) Las grandes transformaciones empresariales en el propio mundo más industrializado al que pertenece el Estado español. Si este no pertenece al mismo centro, sí que está en sus inmediatos aledaños, limitado y conformado también por las exigencias de reconversión industrial del bloque de la U.E. Las reconversiones salvajes que comenzaron en los 80 en el Estado español revisten una especial particularidad.

b) La incorporación en el régimen del 78 del sindicalismo más oficialista de CCOO y UGT (mayor responsabilidad del primero por su papel de liderazgo en un principio); por tanto, cargándose la combatividad de los años de la Transición y realizando desde entonces un pactismo sindical de prebendas al servicio, en primera instancia, de una burocracia sindicalera que ha dejado al margen a las grandes masas proletarias, sobre todo jóvenes, o en vía de proletarización. Por cierto, las estructuras de esos mismos sindicatos se han visto finalmente afectadas negativamente (para sus propios intereses materiales) por el propio papel de colaborador necesario jugado durante décadas.

c) La propia crisis del movimiento comunista, con lo que ello supuso de derrota ideológica frente a la triunfante borrachera “neoliberal”; lo que puso en defensiva permanente a lo que quedaba de movimiento obrero, que dejaba de confiar en su propio argumentario frente al capital: la lucha de clases fue sustituida por la “inevitabilidad” del único modelo posible de economía y de relaciones laborales. Así que, de tenerse el socialismo como modelo superior ya sintetizado por la historia y como conquista programática concreta, se pasó a especular si “otro mundo era posible”. Más allá de intenciones, esto supuso un retroceso en el plano propositivo y de las alternativas históricas con que cuenta el movimiento obrero.

2.-  Contribuir a llevar al movimiento obrero al centro de las luchas populares abiertas en el contexto de la crisis general del capitalismo que termina por estallar en el centro del sistema. Ello ha conllevado ataques a las condiciones socio-laborales y recortes que han afectado a numerosos sectores populares.

En concreto, hay que llevar al máximo que se pueda la dirección obrera al centro de un nuevo ciclo de movilizaciones que eventualmente se lige en el futuro a otra oleada de ataques/recortes. Y esto ha de hacerse en contraposición a la dirección que tuvo el anterior ciclo de movilizaciones, que fue ejercida por “sectores intermedios”, pequeñoburgueses -en gran medida, anticomunistas-, que se aprovecharon de la debilidad organizativa e ideológica del movimiento sindical combativo y del propio movimiento por el socialismo.

Hoy se cuenta ya con esa experiencia acumulada, y podemos pasar a una mejor ofensiva político-ideológica. Precisamente el movimiento de los pensionistas –más allá de sus reivindicaciones particulares- está llamado históricamente a mejorar nuestra ofensiva ideológica (desde la utilización misma del lenguaje). Y es que esa (re)ofensiva que tenemos que afrontar implica poner por delante de muchas modernidades (que saturaron “a las plazas”) a “lo viejo”. Y este, “lo viejo”, ha tenido al final que salir a la calle con toda su experiencia y su escuela.

Hay una total degradación de las relaciones laborales, con una precarización que facilita la sobreexplotación, la división entre compañeros y la (auto)represión; lo que, junto con la ausencia de un movimiento obrero combativo de masas y el endurecimiento de la legislación antiobrera, hacen que hoy se llegue a estar en peores condiciones de defensa laboral que en los últimos tiempos del franquismo y durante los primeros años de la Transición.

Esta labor de replanteamiento solo se puede hacer de forma eficaz desde la siembra de organización comunista en ciudades y pueblos, centros de trabajo y barrios.

Por tanto, nuestro tiempo militante entre el movimiento obrero no puede ser solo copado por la actividad sindical. Ambos planos, el sindical y el comunista, obedecen a dinámicas diferentes, debiendo resguardarse el segundo de los límites y riesgos que conlleva el primero. Nos referimos, sobre todo, a cuando se esté trabajando con compañeros expuestos muy fácilmente a la represión laboral y al despido. El plano comunista requiere de una dosis de conspiración a la que se ha de supeditar el propio trabajo sindical. La célula comunista de empresa, si la hay, ha de organizar el trabajo de sus militantes y colaboradores sin someterse a las exigencias de cualquier sigla sindical.

El sindicalismo alternativo realmente existente no es capaz de garantizar el doble objetivo expresado al principio; aún menos, una sigla por separado. Esos proyectos de sustituir a CCOO por alguna sigla por su cuenta tienen mucho de ridículo. [Se entrará más en detalles en reuniones].

A pesar de lo dicho en el punto anterior, hay que estar sindicado, nuestra militancia no puede realizar su imprescindible trabajo dentro del movimiento obrero sin estar sindicada en una sigla sindical o, al menos, en una plataforma obrera que, de hecho, realice un trabajo sindical. Por regla general, tenemos que estar sindicados con la pretensión de penetrar al máximo en las luchas reales y al objeto de relacionarnos con el mayor número de personas entre el proletariado y otros sectores populares aprovechando las relaciones entre las masas de que gozan los sindicatos alternativos realmente existentes. Particularmente esto último ocurre con determinados sindicatos alternativos que vienen ejerciendo en la práctica una actividad socio-sindical y que, paradójicamente por esto, no son un modelo de sindicalismo en el sentido estricto del término. Pero puede ocurrir que valoremos más trabajar en ellos.

Por cierto y entre paréntesis: si en algún lugar no hay otra opción para participar en las luchas reales que afiliarse a uno de los “sindicatos mayoritarios”, hay que hacerlo. Eso será mejor que quedarse aislado. Ya hay experiencias al respecto, al menos, entre colaboradores.

Dentro de nuestra actividad sindical hay que apostar por la confluencia sindical donde progresivamente la propia confluencia gane en protagonismo a la mera suma de siglas. En ese sentido, la confluencia tiene un crédito de simpatía y de atracción que no tiene ya ninguna sigla por separado. Sirve de propaganda la apuesta por la UHP (Unión de Hermanos Proletarios) del 34, por más que aquello no dejara de tener mucho de consigna coyuntural.

Ese trabajo por la confluencia no puede hacerse solo por arriba reuniendo a las direcciones del sindicalismo alternativo; a menudo, hay que imponérsele a partir de las relaciones forjadas desde la base entre afiliados de distintos sindicatos.

Esto no entra en contradicción con que al mismo tiempo se fomenten reuniones “por arriba” dentro del sindicalismo alternativo; pero, más que para defender fusiones (que entran en contradicción con posiciones burocráticas ya establecidas), esas reuniones deben fomentarse para impulsar jornadas de lucha de ámbito estatal (o territorial), huelgas generales, etc. No debemos perder, por ahora, demasiada energía en querer unir por arriba. Por lo demás, hay que insistir en que ni la propia confluencia sindical cubre el doble objetivo expuesto al principio.

El criterio de elección del sindicato en que se milite no responde a la literalidad (lo buena que sea) de sus proclamas, sino a su inserción real en la lucha práctica y su grado de flexiblidad y de alejamiento del patriotismo sindical y del burocratismo. De lo contrario, habrá conflicto a cada paso que, por nuestra parte, se quiera dar en pro de la confluencia.

Salvo excepciones (que las hay), y a fin de garantizar nuestra línea comunista de actuación, se ha de huir dentro de lo posible de acceder a cargos dentro del sindicato. No es por una cuestión de “no coger cargos”; es porque nos permita actuar en varios planos dentro de las empresas. En todo caso, el “puesto” que se tenga ha de ser palanca para desarrollar una verdadera línea sindical alternativa (que no está cubierta por el sindicalismo realmente existente) y para trabajar por la confluencia. De todas maneras, esto es algo que ha de valorarse en cada caso.

En consonancia con lo anterior, pasa a principal el fortalecimiento del trabajo de la sección sindical más allá del comité y de las elecciones sindicales, a las que, desde luego, no hay que renunciar por principio.

Efectivamente, la relación dialéctica entre sección- elecciones- comité ha de tratarse dentro de la eventual célula y del núcleo comunistas. La experiencia demuestra que el trabajo sindical -que es por definición muy “quemante”- debe afrontarse con “cierta distancia” en el núcleo que compense el desbordamiento en el que puede verse un compañero a pie de tajo. Incluso hay que hacer un acompañamiento muy estrecho de los compañeros que se dedican al trabajo sindical. Este puede ser, en las actuales condiciones, verdaderamente angustiante y generar sentimientos de frustración. En las actuales circunstancias, el trabajo sindical exige mucho esfuerzo, afrontar muchos tipos de reclamaciones de los compañeros, a menudo, con más frustraciones que victorias bien asentadas. Es un terreno donde, dada la dictadura de facto que hay, viene al dedillo aquello de “hay victorias que anticipan derrotas”; sobre todo, si no se ven los límites de esas victorias y no se prevé el contraataque de la patronal. Se pueden poner ejemplos concretos.

Dentro de los centros del trabajo, hay que apostar por poner todas las palancas y herramientas al servicio de los colectivos más precarizados. Así, si se cuenta con un compañero obrero “fijo” cercano a nosotros, debe preparársele para que su actividad sindical se dirija más a sus compañeros de clase precarizados y a que haga penetrar las luchas populares (las diferentes mareas) dentro de su centro de trabajo (tablones, revistas, conversaciones, etc.). Más vale eso que intentar que ese compañero con puesto más estable invierta su energía en pretender sustraer a los “fijos” del sindicalismo “mayoritario”. Esto que decimos implica un trabajo de acompañamiento especial de ese compañero, ya que puede quedar a menudo en minoría entre el grupo de perfil laboral más parecido al suyo: llega a ocurrir que se le pretende provocar y aislar por parte de las mafias sindicales.

Mención especial tiene dentro de los colectivos precarizados la inmigración. Hemos escrito al respecto y llegado a decir que hay que llevar “La inmigración al centro de la revolución (… o no será)” (ver Revista de RR nº 16, octubre 2018). No podemos nunca olvidar que la inmigración es tratada con mucha hipocresía por el sistema: se le quiere mantener marginada social y políticamente a fin de sobreexplotarla mejor y utilizarla como arma de división dentro de la clase obrera. Por eso, ya hemos llegado a utilizar con éxito el lema: “en realidad, no quieren expulsarla de España, sino de… los españoles”. Hay casos de utilización de la inmigración como esquirolaje con un grado de chantaje superlativo. Hay ejemplos flagrantes en el campo andaluz. En realidad, la profundidad de la conciencia de clase se mide por el tratamiento (y dedicación) que se tenga a los sectores más débiles y desprotegidos de la clase. Hay que promover campañas concretas a favor de ese sector. Y ello, independientemente de la disposición  que ese sector muestre en un principio.

– Dada la dictadura laboral de facto existente, la reestructuración del movimiento obrero no puede limitarse a los centros de trabajo que, en muchas ocasiones, son presidios. Hay centros de trabajo donde se ha llegado a tal “dessindicalización”, que el solo hecho de reconocerse de un sindicato de clase es motivo de no contratación o de despido si ha habido una “colaera” en el proceso de filtraje del personal contratado. Este modelo de “Corte Inglés” es el que se quiere imponer en cada vez más empresas.

Hoy por hoy es el barrio obrero la región más liberada a ese respecto. Y donde se pueden fundir compañeros con distintos grados de contratación. Más aún, el barrio obrero, además de organizar el autopoder por abajo, facilita la dirección proletaria de las luchas populares que provoca la crisis social. Ahora bien, ese trabajo de barrio ha de sembrarse con antelación a los estallidos.

– Debe promoverse dentro de nuestra propaganda sindical y de las movilizaciones obreras y populares la lucha contra las Contrarreformas Laborales (concretamente contra las dos últimas) que garantizan el despido libre y a precio de saldo. Hay que hacer que este objetivo del campo sindical aparezca en el máximo de luchas particulares y movilizaciones. Lo suyo es promover movilizaciones socio-laborales con ese objetivo. “Si despiden con facilidad a la calle, ha de ser desde esta también que se retomen posiciones de fuerza en las empresas”.

– Al tiempo, y en el contexto de la degradación global por parte de un sistema que se carga a marchas crecientes incluso el sucedáneo que aquí había de “estado de bienestar”, se dan mejores condiciones para planteamientos políticos dentro del movimiento obrero (en tanto que tal y en el trabajo por que ocupe el centro de la lucha popular). Unos planteamientos políticos que lleven a cuestionar al capital como organizador de la vida misma y al consecuente (pero previo) cuestionamiento del poder político. Es aprovechable para ello, en el terreno de la propaganda, el hecho de que el sistema utiliza el imperativo de la “economía de mercado” y su sacrosanta competitividad para rebajar las condiciones sociolaborales y despedir, mientras niega esa propia economía mercado para autorrescatarse por medio de una forzada política gubernamental… nada respetuosa con la competitividad de la que hacen gala.

Así, pues, ante la planificación oligarca que (solo) sustrae a esa misma oligarquía de la arbitrariedad y el desorden de la economía de mercado, debemos enfrentarle sin complejos la perspectiva de la planificación socialista económica. Y en lo que respecta al cuestionamiento del poder político, el movimiento obrero ha de hacer suya –en el centro de la luchas populares que ha de ocupar- la defensa de la línea de demarcación que enfrenta a la inmensa mayoría de sectores populares con el capital financiero que hay que desbancar (y nunca mejor dicho) del poder real; una línea de demarcación que también enfrenta a esa  inmensa mayoría de sectores populares con las exigencias en materia de política económica que la UE impone mediante la utilización de la deuda y las obligaciones presupuestarias.

Este trabajo de politización dentro del movimiento obrero hay que hacerlo de forma insoslayable, acompañando a nuestra estricta actividad sindical-reivindicativa, utilizando para ello los tablones, las revistas obreras, las charlas en locales (y hasta en el bocadillo…). No hay que esperar, pues, a las movilizaciones propiamente dichas. Hay que calentar motores desde antes.

Ese trabajo político es, en realidad, el que garantiza el ánimo en medio de los sucesivos ataques con total impunidad que viene ejerciendo la patronal en el ámbito estrictamente sindical-reivindicativo. Ese trabajo político es el único que, en medio de una sensación de acumulación de derrotas, puede sembrar el ánimo en la victoria. 

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