Movimiento de masas y lucha revolucionaria. Para un debate en torno a la lucha por la vivienda

La incorporación a la lucha de nuevas generaciones de militantes revolucionarios y la aparición de nuevas organizaciones, viene también acompañada de algunas tendencias en realidad no tan nuevas que es necesario someter a crítica y revisión. En el marco del Movimiento por la Vivienda catalán —y no sólo en el catalán—, están apareciendo ideas que vuelven sobre algunas de las derivas dogmáticas o esquemáticas que en la historia reciente han limitado la capacidad de influencia que hemos tenido los comunistas y que desde Red Roja hemos hecho en estos años un gran esfuerzo en analizar. Una de ellas, la del Sindicato Socialista, que están promoviendo los compañeros y compañeras del Movimiento Socialista, es la que se pone en cuestión en este texto que ha escrito un compañero en medio de los debates que allí se están dando.

Movimiento de masas y lucha revolucionaria. Para un debate en torno a la lucha por la vivienda, frente a las concepciones del Movimiento Socialista

La idea original de estas líneas fue la de hacer algunos aportes para tener unos debates entre alguna militancia del movimiento por la vivienda. Por ser este su origen, no tiene la forma de artículo como otros que se están publicando sobre esta lucha, siendo más denso y entrando en diversas cuestiones teóricas o debates históricos en torno a la táctica y la estrategia en la lucha de clases. Después de unos meses en los que no ha podido cumplir del todo su cometido inicial, ha sido pertinente darle una forma más acabada para compartirlo con más gente, porque las cuestiones que aquí se plantean son de gran importancia y afectan también a otros contextos y ámbitos de lucha.

El debate que nos toca se enmarca en la vida o el hacer de dos agentes políticos. Por un lado, el Moviment per l’Habitatge catalán, un movimiento popular de gran importancia en el conflicto de clases, organizador de una de las contradicciones más importantes que existen en el Estado español, que es la cuestión de la vivienda. De sus numerosos colectivos de base —PAHs, Sindicats, Xarxes—, que se han venido desarrollando desde el estallido de la crisis de 2008 y que se extienden por diferentes ciudades y barrios obreros del territorio, han salido y se han formado no pocos militantes revolucionarios en los últimos años. Por otro lado, el Moviment Socialista (MS), una organización que nace de una ruptura con la Esquerra Independentista, pero que también representa una tendencia histórica reciente, a través de la cual el marxismo, tras una gran derrota en el terreno de la lucha de clases, está cobrando una mayor centralidad como teoría revolucionaria, paralelamente a la superación de aquellas tesis del final de la historia1 con las que la burguesía pretendió dar el carpetazo final al horizonte revolucionario, y paralelamente a la entrada del imperialismo occidental en una crisis y un proceso de degradación que no vivía desde hace décadas.

Este escrito surge, en concreto, para combatir una idea que ha estado y está presente en el MS: que frente a la “indefinición” política de la lucha por la vivienda, frente a la influencia que el reformismo ha tenido en la misma y con el fin de que esta lucha sirva a la causa revolucionaria, los colectivos de vivienda deben dar el salto a ser sindicatos socialistas y vincularse orgánicamente a esta organización política. Así, se debería producir una ruptura con la parte del movimiento por la vivienda que no se reconozca de los principios del MS, o al menos habría una renuncia a construir una unidad política y organizativa más grande —incluso con los sectores más combativos—, para crear una estructura sindical propia del Moviment Socialista. Los colectivos de vivienda tal y como los conocemos habrían de integrarse en esta organización, que debería estructurar todas las luchas una “estrategia integral” y que acabará siendo el futuro “partido comunista de masas”. La mayor claridad política o estratégica que necesita esta lucha, así como el salto organizativo que tiene pendiente desde hace años, no vendría sino adhiriéndose y sumándose a la estrategia del “proceso socialista”. Esta sería la forma de vincular esta lucha parcial, la de la vivienda, con una estrategia socialista, de resolver la contradicción entre lucha económica y lucha política, entre una lucha parcial y la lucha revolucionaria en general, y esta sería también la forma en como se hacen más hegemónicas las tesis socialistas o comunistas.

Estas ideas han sido en buena parte importadas desde Euskal Herria, donde los homólogos del Mugimendu Sozialista hace unos años que comenzaron a aplicar esta línea en el movimiento popular en que estaban presentes, marcando una frontera para con el resto de espacios u organizaciones que hoy sigue establecida. Sin pretender hacer aquí ningún balance en profundidad de aquella apuesta —si bien este balance debería ser exigible para los compañeros y compañeras catalanas que pretenden imitarla—, se puede afirmar que, lejos de ayudar a impulsar la lucha y la capacidad de organización de la clase, ha dividido y atomizado al movimiento popular, además de crear un clima poco sano para el trabajo militante. No se observa por lo general ningún desarrollo serio de esas “organizaciones propias”, que parecen funcionar más como espacios al servicio del fortalecimiento o la proyección pública del MS que como las organizaciones de masas que necesita la lucha de clases. Las experiencias más importantes que existen en EH en ámbitos como el laboral o el de vivienda no responden de hecho a la estrategia o a las líneas de trabajo del MS, y en estos movimientos tienen más influencia otros sectores políticos organizados —que no responden al reformismo en ninguna de sus dos variantes, abertzale y no abertzale— que los mencionados. Las condiciones de aquí y allí son diferentes; pero precisamente, por existir en Catalunya un movimiento popular como el de la vivienda —que no existe allí—, con una fuerza real y una gran experiencia acumulada, y porque no se puede entender este movimiento sin la aportación de una militancia heterogénea, estas líneas de trabajo pueden tener unas consecuencias verdaderamente negativas, no sólo para el movimiento por la vivienda y su aportación al conflicto de clases, sino también para el propio Moviment Socialista, por la posición en la que puede quedar.

Creo firmemente que una apuesta de este tipo no parte en ningún caso del análisis concreto de la realidad, ni de las necesidades y posibilidades de avance que hoy tiene la lucha por la vivienda; pero además, me parece que refleja problemas teóricos de fondo, que son los que aquí se pretenden abordar. Así, la cuestión principal de la que es necesario hablar es la de la relación entre la organización comunista o revolucionaria por un lado, y el movimiento de masas, las luchas económicas o parciales por el otro. Este es el asunto en torno al cual se están teniendo ideas erráticas, que no están permitiendo al MS entender cuál debe ser su relación, objetivos y tareas para con una lucha y un movimiento popular como el de la vivienda. Y que en algunos casos está generando situaciones poco justificables, percibiéndose su práctica como algo sectario, o haciendo que militancia que pasa a encuadrarse en el movimiento socialista entre en contradicción con su pasado inmediato, con espacios del movimiento popular o con sectores militantes con los que hasta el momento se había compartido trabajo y desarrollado importantes lazos de confianza política.

Las cuestiones mencionadas en este escrito van más allá del caso particular del movimiento por la vivienda, son centrales para el marxismo, han estado en el centro de su crisis como teoría revolucionaria y por tanto deberán estar en el centro de su superación. El trabajo y los debates en torno a la reconstrucción del partido comunista, de la organización revolucionaria que necesitamos, tesis que hoy asumen más destacamentos que hace unos años, no pueden pasar por encima de ellas. Me atrevo a afirmar que estos campos de la teoría han sido los menos comprendidos o peor manejados en la historia reciente, y que algunas de las principales desviaciones2, las que más han minado nuestras capacidades, han sido en buena parte fruto de esta incomprensión. Por eso precisamente les debemos prestar especial atención y cuidado, más aún cuando nos toca tomar decisiones políticas que influirán de una manera importante en nuestros espacios, en nuestro entorno militante y en el futuro de la lucha de clases.

Será necesario que bajemos al caso particular del Movimiento por la Vivienda, a los debates que ya se están produciendo en torno del II Congrés y en concreto hablar de la postura del Moviment Socialista; el último apartado irá dedicado a ello, aunque ni mucho menos pretende cubrir todos los debates. El grueso de este escrito está dedicado al universal, al campo un poco más abstracto de la teoría y a lo que el marxismo y el movimiento revolucionario han producido, desarrollado y sintetizado a lo largo de su existencia. Y es que, antes que nada, es necesaria una clarificación o un debate en torno a las herramientas teóricas que nos deben permitir comprender el papel que puede tener una lucha parcial como la de la vivienda, cuáles deben ser las tareas de la organización comunista, cómo podemos hacer avanzar la lucha de clases desde el estado actual de las cosas y cómo, por tanto, damos pasos reales en la construcción de un movimiento revolucionario.

Dialéctica vanguardia-masas, a modo de introducción general.

La relación del partido o la organización de vanguardia con el movimiento y las organizaciones de las masas siempre ha sido una cuestión esencial para el marxismo, o en general para todo proyecto revolucionario. De ella han dependido muchas de las decisiones políticas y organizativas, así como el uso de las herramientas táctico-estratégicas propias de cada espacio organizativo —especialmente las organizaciones revolucionarias—, gracias a las cuales se ha avanzado o retrocedido y de las que ha dependido nuestra suerte en la lucha de clases.

Pero este campo de la teoría no se puede separar de otras cuestiones también esenciales. La primera es la de cómo se relaciona la teoría revolucionaria con la realidad que se pretende transformar, y cómo debe ser por tanto la práctica que une ambas. Es decir, comprender “cómo cualquier elaboración o sistematización teórica –desde la más elaborada a un simple lema– surge de la práctica, con qué límites inherentes lo hace, cómo entre el pueblo se “traduce” la teoría elaborada que le llega”3 y, en general, el cómo una verdadera teoría revolucionaria sólo será tal si está en estrecha conexión con la experiencia práctica. En este punto también es importante diferenciar la teoría más pura o abstracta de toda la serie de análisis, tácticas, decisiones, lemas, etc., que componen la línea política de una organización. Ambas, la teoría y la línea política, están relacionadas, pero no son exactamente lo mismo, y no comprenderlas puede llevar a confusiones o esquematismos, algunos no poco habituales, como los de creer que, por ser nuestros objetivos el programa comunista o la dictadura del proletariado, habrá que utilizar o insistir en estos conceptos en momentos o en espacios donde no es oportuno o donde (aún) no se pueden comprender… dificultándonos precisamente el avance hacia los mismos.

La otra cuestión, relacionada con la anterior, es la de cómo los pueblos hacen suyas las tesis políticas, cómo llegan a comprender la necesidad de la revolución y a alcanzar el grado de determinación para luchar por ella, asumiendo ideas revolucionarias que originalmente sólo son portadas por una minoría. Es decir, entender cómo el pueblo y las masas actúan en las transformaciones históricas, y que sus avances políticos se dan de manera eminentemente práctica, de forma diferente a como lo hace la militancia más consciente. Es necesario también comprender cómo se dan los procesos de construcción de las direcciones revolucionarias, en los cuales es imprescindible la elevación teórica de la militancia, pero esta por si sola no basta si no va acompañada del compromiso en el trabajo práctico, que tanta importancia tiene para crear los imprescindibles lazos de confianza y lealtad mutuas con el pueblo4.

Nuestra teoría acumula una rica producción y literatura sobre estas cuestiones, pero las características de este campo del conocimiento, el más relacionado directamente con la praxis y con la experiencia militante, hacen que sea más complejo sintetizar sus aprendizajes en un corpus teórico estable, acceder a su literatura o tomar consciencia de su importancia. Es difícil imaginar la producción o el estudio de estos campos de manera seria fuera del ámbito militante, y de hecho la mayoría de los avances teórico-políticos siempre se han producido en el interior de las organizaciones o movimientos revolucionarios, a través de la lucha ideológica, de debates, documentos internos, artículos o escritos, y desde luego, fuera de los despachos de los intelectuales de turno o de las publicaciones de las editoriales de izquierdas de confianza. Esta escisión entre teoría y práctica, por cierto, es un problema que arrastra el marxismo occidental desde hace ya casi un siglo: si en su momento era impensable ubicar a los referentes teóricos fuera del movimiento obrero o revolucionario, con el avance del siglo pasado buena parte del marxismo se comenzó a desplazar hacia ámbitos más académicos o intelectuales, de los cuales aún no nos hemos independizado.

Pero este no es el espacio para entrar en todos estos asuntos, así que quedan mencionados antes de centrarnos en el que más nos toca, que es la relación entre la vanguardia y las masas, entre la organización revolucionaria y las organizaciones del movimiento obrero y popular y en cómo funcionan estos diferentes planos organizativos.

Los planos organizativos de la vanguardia y de las masas son en esencia diferentes, en sus criterios políticos y en sus dinámicas organizativas o de acumulación de fuerzas.

Simplificando al máximo, podemos decir que el proceso de la lucha de clases y de la formación de la conciencia de clase se da de manera desigual, en un proceso histórico no lineal, que tiene avances y retrocesos, flujos y reflujos, en el que cada individuo puede acceder a una mayor conciencia por influencia de su entorno, pero sobre todo a través de la lucha por mejorar sus condiciones de vida. Es en este proceso que, de manera natural, aparecen polos de la clase con un grado más avanzado de conciencia o determinación, los cuales tienden a organizarse en núcleos que podemos llamar “proto-partidarios”, con el fin de clarificar teóricamente lo que está pasando e impulsar el proceso de lucha, haciendo que cada vez más sectores del proletariado se sumen a ella. Es así como aparece la diferenciación entre vanguardia y masas, que no es una distinción forzada ni debe entenderse como una dicotomía insalvable —en la que además no hay nada en medio de estos dos polos de la clase—, sino como como una tendencia que inevitablemente se nos aparece delante. Aunque nuestra finalidad sea fusionarlas y superar la brecha que hay entre ambas elevando políticamente a las segundas —superando para ello el régimen capitalista—, lo cierto es que estos diferentes sectores existen, así como sus diferentes necesidades políticas y organizativas.

Así, las necesidades que aparecen en una organización que pretende organizar una lucha económica o parcial, llegar a sectores completamente despolitizados a través de sus problemas más inmediatos, no puede ser la misma que la de una organización revolucionaria, que aspira a ser dirección, que pretende comprender la totalidad del proceso, elaborar las tácticas y estrategias correspondientes, distribuir fuerzas militantes aquí y allá y eventualmente actuar como estado mayor de la revolución y llevar al proletariado a la toma del poder. Hay criterios esencialmente diferentes en la construcción del plano revolucionario y en la construcción de los movimientos de masas. En ellos, lo cualitativo y lo cuantitativo debe ser comprendido de diferente manera, pudiendo ser necesario incluso restar en un plano para poder sumar en el otro. Y es que, sumando “a quien sea” en el plano comunista pueden dejar de preservarse los principios y “el partido” acaba por confundirse con “el frente”, y al revés; actuar con criterios propios del plano revolucionario en el de las masas acaba por estrechar éste, por limitar nuestra capacidad para amplificar la lucha de clases. Cuando los diferentes planos se mezclan o se confunden, se acaba siendo excesivamente laxo donde no hay que serlo y excesivamente estricto donde tampoco hay que serlo, perjudicando así a la acumulación general de fuerzas.

En realidad, desde los inicios de la teoría del proletariado ya se dejaba entrever esta diferenciación. En el Manifiesto (del Partido) Comunista, sin ser éste un texto que tocara cuestiones organizativas, Marx y Engels ya definían a los comunistas como esa “parte más decidida” de los obreros, que “llevan de ventaja a las grandes masas del proletariado su clara visión de las condiciones, los derroteros y los resultados generales a que ha de abocar el movimiento proletario.”5 Esta idea siempre estuvo de fondo en todos los debates organizativos en aquella segunda mitad del siglo XIX, pero el marxismo necesitaría unas décadas de existencia, de experiencia acumulada en la lucha de clases y en la construcción de partidos obreros —principalmente los de la II Internacional—, para poder desarrollar una teoría más firme de la organización política, de la orientación y de la dirección de la lucha de clases, que le permitiera demostrar que sus objetivos eran alcanzables.

Fue sobre todo Lenin, en medio de los debates del ala izquierda de la II Internacional, quien sentaría las bases de esta teoría6. Lejos de ser un líder meramente “práctico”, carismático o con determinación, su producción representa verdaderos avances teóricos para el marxismo, sin los cuales no se puede explicar la historia posterior ni la expansión del movimiento revolucionario a lo largo y ancho del planeta durante el siglo pasado. El dirigente bolchevique no es culpable de que su teoría haya sido no pocas veces malinterpretada o mal utilizada —como tampoco Marx tiene culpa de lo que se haya dicho o hecho en su nombre—, especialmente en su deriva más dogmática o esquemática, y llama la atención lo poco en cuenta que se tiene, o cómo en las sucesivas “vueltas al marxismo” se tienden a dejar de lado muchas de aquellas enseñanzas.

Pues bien, en los escritos donde sienta los fundamentos del partido revolucionario, ya necesita aclarar la diferencia entre éste y el movimiento obrero: “La organización de un partido revolucionario ha de ser inevitablemente de un género distinto que la organización de los obreros para la lucha económica. La organización de los obreros deber ser lo más amplia posible, lo menos clandestina posible. Por el contrario, la organización de los revolucionarios debe agrupar, ante todo y sobre todo, a personas dedicadas a la actividad revolucionaria. Esta organización debe ser necesariamente no muy amplia y lo más clandestina posible.”7 El partido aspira a acercar a las masas a sus ideas, las hace avanzar políticamente, pretende fusionarse con ellas, pero desde esta necesaria diferenciación organizativa. Las condiciones históricas han cambiado y no podemos hacer paralelismos de manera mecánica, pero no ha habido proceso revolucionario que no haya tenido que hacer uso de este principio, aplicándolo a su realidad concreta.

En los últimos años del siglo XIX y los inicios del XX, la lucha ideológica central dentro del movimiento socialista se tuvo que dar contra las desviaciones “de derechas”, para combatir el “marxismo legal” o las líneas economicistas, para poner el acento en la necesidad de la organización revolucionaria y para que las luchas económicas y las organizaciones del movimiento obrero sirvieran a la causa socialista y se alejaran de la influencia del reformismo y de las ideas que propugnaba8. Sin embargo, una vez consolidada la ruptura con la socialdemocracia —en el transcurso de la I Guerra Mundial y con el triunfo de la Revolución Rusa—, Lenin y otros revolucionarios9 se vieron en la necesidad de luchar contra algunas desviaciones “de izquierdas”.

En concreto y por lo que nos interesa, una tendencia a la que tuvo que hacer frente fue aquella en la que, con tal de huir y luchar contra las ideas reformistas existentes en el seno del movimiento obrero y sindical, algunos comunistas —en concreto se refería a algunas tendencias existentes entre los comunistas alemanes— optaban por salirse de esos sindicatos “reaccionarios”, por formar otros de carácter más “revolucionario” o por forzar a los existentes para que tuvieran esas características. Lenin advertía de que “es inevitable cierto espíritu reaccionario en los sindicatos”, que no comprender esto “significa no comprender en absoluto las condiciones fundamentales de la transición del capitalismo al socialismo”, que no se debe temer trabajar en movimientos que están imbuidos de ese espíritu y que no hacerlo equivale a renunciar a nuestro “papel de vanguardia del proletariado, que consiste en instruir, ilustrar, educar, atraer a una nueva vida a las capas y las masas más atrasadas de la clase obrera y del campesinado”10.

Aquí hay que precisar algunas diferencias históricas, porque aquellos debates se enmarcan en una época en que la organización de la clase era una realidad y los sindicatos u organizaciones del movimiento obrero eran lugares donde se encontraba una parte muy importante del proletariado. En aquel contexto de episodios revolucionarios, con un movimiento obrero en ascenso y un Partido que se había ido forjando en la lucha y convirtiendo en referente, los bolcheviques no renunciaron a adherir eventualmente algunos sindicatos a su organización11. Hoy, tras la profunda derrota de nuestro movimiento, no sólo toca reconstruir el plano comunista, sino también el propio movimiento obrero y los espacios de organización independiente del proletariado. Y por tanto es normal que hablemos en otros términos, y que mientras de aquella los debates giraban en torno a cómo relacionarse, intervenir o influir en ese movimiento, hoy tendrá una centralidad muy grande el cómo reconstruirlo. Lo cual, por cierto, exige a la militancia comunista una especial flexibilidad, humildad y dedicación a la hora de hacer un trabajo fuera de focos y lejos aún de los periodos revolucionarios que vivieron aquellas generaciones.

Hay que hacer dos últimas apreciaciones. La primera, que aunque la frontera entre la organización revolucionaria y las masas esté definida —entre otras cosas, para resguardar la integridad y seguridad interna de la primera—, esta no tiene por qué ser totalmente rígida. Entre ambas podrán existir una serie de espacios intermedios, que no tienen por qué ser orgánicos del partido, que pueden ser también espacios más avanzados dentro de los propios movimientos de masas, donde desarrollarán su trabajo diferentes perfiles de activistas, militantes o sectores de la clase con grados mayores o menores de actividad y consciencia política. Estos espacios serán de gran importancia en el avance del movimiento, y la militancia revolucionaria deberá ser capaz de fortalecerlos, nutrirse de ellos, enraizarse en su interior, entendiendo su funcionalidad e idiosincrasia.

La última idea es la necesaria diferencia cuando hablamos de unidad. La unidad de la vanguardia exigirá lo más elevado de la comprensión teórica, del compromiso militante, de la capacidad para leer las diferentes coyunturas, en la toma de decisiones y en el manejo de la táctica y la estrategia. Sus debates, por tanto, se deben llevar hasta las últimas consecuencias y siempre se deben expresar y asumir las posiciones que se consideren más avanzadas. Por otro lado, la unidad de la clase, en su sentido más amplio, no puede por definición seguir los mismos criterios políticos ni organizativos y tendrá que cimentarse sobre otros más prácticos, sobre la complejidad de luchas económicas y políticas, de organizaciones populares, sindicales, sobre los diferentes momentos de flujo y reflujo y sobre el avance de todo este movimiento en su confrontación con el enemigo de clase. Contradictoriamente, esta unidad sólo se podrá conseguir si en su seno está inserta una verdadera línea revolucionaria; pero sería un grave error importar a los espacios de las masas debates u objetivos que no les son del todo propios, o tomar decisiones político-organizativas en base a criterios exigibles para el plano revolucionario.

Las luchas económicas y por reformas como base necesaria para la revolución.

La lucha por las mejoras más inmediatas, contra las consecuencias más directas del capitalismo sobre la vida de la clase obrera, es la base de la lucha de clases y la forma principal en que las masas se incorporan a la misma. Las condiciones de explotación laboral, la arbitrariedad en el trato sufrido en los centros de trabajo, las dificultades de acceso a la vivienda, al mercado laboral o para llegar a final de mes, la percepción de la desigualdad social y del privilegio de la clase dominante, las medidas o leyes que suponen un deterioro directo de las condiciones de vida… Estos criterios políticos de “bajo nivel” tienen la capacidad de despertar la conciencia y poner en marcha los estadios más incipientes del conflicto de clase; reivindicaciones, protestas, huelgas, etc.

Pero la lucha por reformas no sólo está presente en los momentos más primarios de la lucha de clases. Ésta, por su capacidad para ser asumida por amplios sectores de las masas, es capaz de ponerlas en contradicción con el enemigo de clase y puede tener la capacidad de agudizar el conflicto y servir a la causa revolucionaria —también puede no hacerlo, claro está—. Y para ello no tiene por qué ser necesario elevar en exceso los lemas o exigencias políticas, o pretender que la lucha asuma directamente las máximas aspiraciones; la elevación política, cualitativa, se hará en el seno y a partir del conflicto real, de la práctica. La cualitativo aquí está íntimamente relacionado con lo cuantitativo, lo segundo puede tener la capacidad de convertirse en lo primero. A partir de una lucha amplia y contundente, el pueblo puede ser capaz de ir comprendiendo las tesis comunistas —a menudo, sin que siquiera sea consciente de que lo está haciendo—, siendo aquí donde la militancia revolucionaria deberá ser capaz de elevar a política la lucha económica.

Es necesario impulsar el conflicto de clases desde esas cuestiones que tienen la capacidad de poner a las capas más amplias en contradicción con el poder real; y la clave aquí no es tanto lo avanzado de los lemas que mueven al pueblo, sino la fuerza del movimiento que consiguen impulsar, que muchas veces no coincide con las consignas o ideas que lo mueven. Una idea avanzada puede no ser capaz de mover las masas suficientes para enfrentar al régimen de la burguesía, mientras una menos avanzada puede serlo. Y este principio es válido tanto para el trabajo diario y más “atemporal” de (re)construcción del movimiento obrero, como para los momentos de elevación del conflicto —los ciclos de movilizaciones, si se quiere decir— que tienen un carácter más temporal; ambos momentos son necesarios, están relacionados y el uno debe servir al otro. Si además las medidas por las que se lucha dejan de ser tan “de mínimos” y pasan a ser inasumibles por el sistema, si existe una madurez en el movimiento como para poder asumir una lucha más política, si hay una determinación cada vez mayor, si se utilizan cada vez más métodos de lucha que no pasan por los cauces legales… la conclusión de la necesidad de acabar con el régimen social capitalista es inevitable.

La historia está llena de grandes conflictos, incluso episodios pre-revolucionarios, que han aparecido gracias a cuestiones inmediatas. Y no hace falta irnos lejos en el espacio ni en el tiempo; las movilizaciones de los Chalecos Amarillos contra las subidas de impuestos a los combustibles fueron capaces de escalar el conflicto de clases, sostenerlo en el tiempo, movilizar a amplias capas sociales y confrontar al Estado de manera que mucha gente comprendiera la esencia del régimen de la burguesía y la necesidad de superarlo. Un movimiento salido de la espontaneidad casi absoluta —en el que al principio tuvieron protagonismo sectores intermedios, que incluso expresaban consignas reaccionarias— fue capaz de hacer que importantes capas del pueblo francés dieran un paso adelante en la lucha, mejorando las condiciones para posteriores conflictos —se vio en las posteriores huelgas contra la reforma de las pensiones o en los disturbios tras el asesinato del joven Nahel— y para que una organización revolucionaria pueda ejercer una mayor influencia, formar militantes, extraer aprendizajes o acumular fuerzas. Cruzando el océano, el continente suramericano ha vivido grandes episodios de lucha en la época reciente, que han brotado por causas inmediatas. O más cercano aún, el conflicto vivido en la bahía de Cádiz en el otoño de 2021, tras unas huelgas convocadas en el sector del metal por mejoras salariales y de las condiciones de trabajo.

Podemos afirmar que lo espontáneo es una forma embrionaria de lo consciente. Será necesario desarrollar y dirigir a esa forma embrionaria hacia lo político, pero lejos de despreciarla será necesario cultivarla, lograr que cada vez incorpore más gente a la lucha, para después fortalecerla y llevarla hacia lo consciente.

El comunismo como movimiento real12. Nuestra capacidad para revolucionar la realidad como criterio principal.

El marxismo siempre ha rehuido las concepciones del comunismo como un ideal hacia cual debemos conducir la realidad. Engels expresaba de manera hermosa esta idea:

El señor Heinzen se imagina que el comunismo es una cierta doctrina que partiría de un principio teórico determinado —el núcleo— a partir del cual se deducirían consecuencias ulteriores. El señor Heinzen se equivoca. El comunismo no es una doctrina, sino un movimiento; no parte de principios, sino de hechos. Los comunistas no tienen por presuposición tal o tal filosofía, sino toda la historia pasada y especialmente sus resultados efectivos actuales en los países civilizados. El comunismo es el producto de la gran industria y de sus consecuencias, de la edificación del mercado mundial, de la competencia sin obstáculos que le corresponde, de las crisis comerciales cada vez más fuertes y universales y que ya se han convertido en perfectas crisis del mercado mundial, de la creación del proletariado mundial y de la concentración del capital, de la lucha entre el proletariado y la burguesía que de ello se deriva. El comunismo, en la medida en que es teórico, es la expresión teórica de la posición del proletariado en esta lucha y el resumen teórico de las condiciones de liberación del proletariado.”13

Estas ideas tienen, desde luego, sus implicaciones prácticas: el avance de ese movimiento real, de la lucha de clases en su aspecto más práctico, debe hacer de guía para toda militancia revolucionaria, sin que tenga tanta importancia el cómo se exprese este movimiento o cómo lo conciban sus protagonistas. Concebir la lucha por el socialismo como un simple ideal al cual debemos dirigirnos y cuyas ideas debemos difundir —aunque sin duda la causa socialista tiene esa componente de ideal—, sin poner en el centro el avance del movimiento práctico, es caer en un idealismo que pone serios límites a nuestra capacidad para transformar la realidad. Incluso la propia clarificación o el avance teórico, entre la clase obrera pero también entre quienes ya nos declaramos comunistas, no podrá darse si no es en paralelo y a partir de la práctica.

Todo movimiento que confronte al enemigo de clase contribuye de alguna manera a la causa revolucionaria, independientemente de la comprensión teórica que de él tengan sus protagonistas. Poco importaba que en sus orígenes los soviets aparecieran con ideas eclécticas, o que hasta pocos meses antes de la revolución los bolcheviques aún estuvieran en minoría dentro de ellos, porque lo esencial era la fuerza que representaban, su forma embrionaria de nuevo poder. Quien fue capaz de impulsar la revolución en Cuba no fue una organización comunista, sino un movimiento de corte nacionalista-antiimperialista, y aquel movimiento y su dirección han sido quizás los mayores impulsores del marxismo, las ideas y los movimientos revolucionarios por toda Latinoamérica. Retomando el ejemplo de Francia, los episodios de los últimos años crean unas mejores condiciones para la lucha por el socialismo y para el trabajo de las organizaciones revolucionarias, por pequeña que sea esta mejora y aunque esta no sea la percepción que haya tenido quienes las han protagonizado. Organizar las capas más precarias de la clase en nuestros colectivos y estructuras, hacer del movimiento por la vivienda un referente político para las clases populares, agitar los barrios obreros cuando hay desahucios, ver cómo la policía se llega a sentir inquieta y no actúa si no es militarizándolos, apunta también en esa dirección.

Aquí llegamos a otra idea esencial: un criterio que debe guiar a toda organización revolucionaria, el termómetro con el que debemos medir nuestro actuar, es nuestra capacidad para revolucionar la realidad, para poner en movimiento a los diferentes sectores de la clase contra el régimen capitalista. Para ello, debemos estar insertos en la clase, saber impulsar todo tipo de conflictos, así como dominar todas las herramientas tácticas, organizativas, de agitación y propaganda, o los diferentes métodos de lucha. Y hacerlo comprendiendo que ese movimiento real y en concreto los planos más amplios, los de las masas, son una palanca que, apoyada sobre las contradicciones de la sociedad capitalista, nos sirve para transformar la historia. Una palanca que debemos saber utilizar en los momentos más calmos y también en los que no lo son, sabiendo eventualmente ser la chispa que incendie el tanque de gasolina del sufrimiento y la rabia popular, impulsando la lucha más allá de nuestro alcance cotidiano.

En lo que respecta a las tareas teóricas, necesitamos de esa teoría capaz de analizar el mundo, de explicar la historia, el funcionamiento del modo de producción capitalista. Necesitamos también la teoría que pueda dibujar esa futura sociedad sin clases, libre de opresión, darnos el programa que represente la transición hacia la misma. Pero si algo nos urge de verdad, es esa teoría que aclare cómo podemos vencer, que muestre cómo podemos avanzar posiciones para pararle los pies a la burguesía y mandarla al museo de la historia. Necesitamos que nuestra actividad teórica sirva para impulsar una lucha político-práctica más amplia que permita, a su vez, que las ideas justas progresivamente dejen de ser de “unos pocos” y sean abrazadas por “los más”14.

Las organizaciones de masas como reflejo de la clase. La línea de masas.

El sindicato debe procurarse que lo compongan hasta las capas más lejanas, incluso las masas atrasadas y que todos ellos se incorporen a la huelga por aumento de salario, etc., porque ese es el medio que nosotros logramos para que avancen hacia el conocimiento de la revolución. Y nosotros haríamos mal si quisiéramos estrechar los círculos del sindicato exclusivamente a los elementos más avanzados, a aquellos que pueden tirarse a hacer barricadas.

Debemos lograr que, ya sea un sindicato o cualquier gremio o cualquier organización popular, profundicen hasta llegar a los escalones más retrasados de sus propios sectores. Si queremos dirigirlos con métodos como que fueren organismos de partido, estaríamos impidiendo su desarrollo y llevando a cabo una línea realmente sectaria y nos quedaríamos sólo el grupito de activistas y de cuadros más avanzados. Nosotros tenemos que darle todo el desarrollo a las organizaciones de masas: su propia dinámica, su propia personalidad, su funcionamiento, su propia dirección. No podemos dirigirlos automáticamente por el partido, sino a través de otros mecanismos. […] Las FPL no pueden ni deben adjudicarse la representación de organizaciones que deben tener su propia personalidad ante las masas, para poder ganar a todos los sectores más explotados.”15

Las organizaciones de masas, en la medida en que son expresión y que sirven a la organización de una clase que se empieza a mover y a tomar consciencia, deben necesariamente representar esa pluralidad, tener una cierta heterogeneidad, ser capaces de albergar en su interior diferentes niveles de conciencia o compromiso. Y no sólo entre sus sectores más amplios, también entre esos perfiles “intermedios” mencionados al principio, que juegan un papel determinante en el proceso de acumulación de fuerzas. Estas organizaciones son, por sus características, la principal herramienta que tenemos los comunistas para entrar en contacto, organizar y concienciar a las amplias capas del proletariado, constituyen la palanca más importante para impulsar la lucha de clases. Especial importancia tienen, por la amplitud y el tipo de sectores que pueden poner en movimiento, las que organizan luchas relacionadas con cuestiones económicas, con las condiciones de vida materiales del pueblo.Una gran parte del trabajo revolucionario se dará mediante la intervención en espacios de este tipo, teniendo como objetivo el que éstos incorporen la lucha de todas las capas y asumiendo que no van a ser orgánicos del partido, que no se van a definir como comunistas e incluso pueden ser hostiles a algunas de nuestras ideas. Aunque aspiremos a que la línea revolucionaria se gane a una mayoría del movimiento obrero y popular, en muchas ocasiones tendremos que asumir un trabajo en (una relativa) minoría.

Esto no quiere decir que en el seno del movimiento obrero no exista una lucha de líneas, ni que nosotros no debamos llevar la nuestra; al contrario, las luchas económicas son un campo en disputa que aspiramos a ganarnos. Pero la línea revolucionaria, en la lucha por ampliar su influencia, no tiene por qué expresarse con los términos más avanzados de la teoría, sino en la dirección de saber acumular fuerzas, de comprender las tareas necesarias en cada momento, de agudizar la lucha de clases. Llevar la línea socialista al movimiento de la clase no debe implicar ir con nuestras etiquetas o lemas, pretender que resuelva nuestros debates o comprenda la totalidad de nuestras ideas, que siga criterios de funcionamiento de la organización revolucionaria; será en el terreno de la práctica donde se mostrará la justeza de nuestras tesis y donde estas pueden prender y coger fuerza. La militancia revolucionaria debe ser la que mejor entiende la propia lucha económica, debe mostrar a partir de la misma sus propios límites —y los de la ideología y las organizaciones reformistas— y ser capaz de infundir en ella actividad revolucionaria, orientarla hacia la toma del poder.

Si en un determinado contexto una organización cree necesario desarrollar organizaciones de masas propias, debe ser porque las condiciones existentes hacen que tal apuesta sea la que permite impulsar la lucha de la manera más efectiva; no es esta desde luego la situación actual para con el movimiento por la vivienda, pero entraremos más adelante en este caso concreto. De la misma manera, sin en un determinado movimiento popular una organización llega a alcanzar un cierto grado de hegemonía, tal realidad no debe llevar a imponerla en el sentido de homogeneizar estos, de hacer que ese movimiento se asimile a la organización, de pretender hacer fuera o distanciar a las líneas o corrientes diferentes a la suya, salvo que estas representen intereses claramente diferenciados o que sean un impedimento para el avance del conflicto. Es un error querer ejercer la dirección del movimiento de masas mediante la subordinación a la propia estructura partidista, marcando ritmos o bajando mecánicamente consignas que vienen del plano de los comunistas; estos errores, que suponen un freno para el avance general de la lucha, han sido muy repetidos en la historia reciente —y en la no tan reciente16—. La capacidad de dirección, de influencia o de acercar a las masas a nuestras tesis se dan de una manera distinta a como se produce la lucha ideológica entre los sectores más militantes. Y para desarrollar esta capacidad debemos comprender en primer lugar la personalidad o autonomía propias de estos planos, necesarias para su desarrollo y para ganarnos a través de ellos la confianza y legitimidad entre el pueblo.

Las características de estos movimientos afectan también a cómo se deben encarar los procesos de debate o lucha política en su interior, y a cómo se pueden dar los procesos de unidad o ruptura.Si algún movimiento, organización popular o sindicato debe romperse o dividirse por la imposibilidad de que convivan las diferentes líneas, tal ruptura o división debe justificarse muy bien, no sólo en la cabeza de tales o cuales militantes o de tal o cual organización, sino de manera que lo comprenda una mayoría, a partir del debate amplio y de conclusiones extraídas de la propia praxis y experiencia. Tal ruptura debe darse con la finalidad de fortalecer la lucha que está llevando a cabo, y los criterios políticos que la determinarán no tendrán una componente tan ideológica —desde luego, no pueden ser los mismos que unen o definen a una organización revolucionaria—, sino que estarán más relacionados con la práctica y el avance en lo concreto de esa lucha. Y de nuevo, muchas de estas cuestiones no las está teniendo en cuenta el Moviment Socialista a la hora de plantear algunos debates políticos, de relacionarse con sectores militantes cercanos o de hablar de ruptura en el movimiento por la vivienda.

Podemos afirmar que estos principios son universales de la teoría revolucionaria, válidos para diferentes épocas históricas, porque la manera en cómo avanza y retrocede la lucha de la clase obrera, las características de sus diferentes tipos organizaciones, siguen siendo las mismas en esencia, cambiando sus formas particulares en cada contexto político e histórico. De hecho, estos principios son más importantes aún en nuestra realidad actual; realidad en la que por un lado, debemos recomponer el movimiento de la clase casi desde sus cimientos, desde una despolitización y falta de conciencia profundas, y en la que por otro lado, acumulamos ingentes cantidades de propaganda anticomunista, la cual, unida a los errores de nuestro movimiento, hacen que sea más importante que nunca ganarnos la legitimidad a partir del trabajo práctico y mostrar que somos quienes mejor hacemos funcionar el motor de la historia. No podemos pasar por encima de estos conocimientos aludiendo a “los cambios históricos”, a “nuestro contexto en el occidente capitalista” o a los diferentes fracasos o derrotas históricas, sin un análisis profundo y concreto de la realidad que justifique deshacerse de ellos.

El conocimiento y el manejo de las herramientas político-prácticas relacionadas con este ámbito es lo que en el marxismo se ha conocido como línea de masas. Esta se refiere al estilo de trabajo, a las formas como se impulsa la lucha, a los métodos de dirección o a la concepción materialista de los procesos históricos, en lo que respecta a la forma en que los pueblos hacen suyas las ideas revolucionarias y al cómo —principalmente a través de la práctica— conocemos la realidad que queremos transformar, entendemos cómo las masas conciben ésta, cómo por tanto enfrentan la lucha de clases y cómo debemos orientar nuestro trabajo político. Pero también, la línea de masas es la forma en como debemos hacer uso de las consignas, ideas o reivindicaciones que en cada momento sirven para la agitación y la propaganda, o para elaborar un programa para la acción. Y aquí debemos volver al principio de que la validez de una consigna, un programa o una idea depende en gran medida de cómo sean capaces de mover la realidad, y que para ello deben partir de las particularidades de cada coyuntura, del estado de las masas, de sus problemas y su percepción política del entorno. Una idea o una frase general puede tener validez en el plano político o ideológico, pero puede ser completamente errónea si se utiliza en un momento inapropiado. El ideologicismo no crea ni impulsa el movimiento real, y de hecho puede acabar siendo un problema para, en última instancia, la difusión y legitimidad de nuestras ideas.

En todo el trabajo práctico de nuestro Partido, toda dirección correcta está basada necesariamente en el principio: «de las masas, a las masas». Esto significa recoger las ideas (dispersas y no sistemáticas) de las masas y sintetizarlas (transformarlas, mediante el estudio, en ideas sintetizadas y sistematizadas) para luego llevarlas a las masas, difundirlas y explicarlas, de modo que las masas las hagan suyas, perseveren en ellas y las traduzcan en acción, y comprobar en la acción de las masas la justeza de esas ideas. Luego, hay que volver a recoger y sintetizar las ideas de las masas y a llevarlas a las masas para que perseveren en ellas, y así indefinidamente, de modo que las ideas se tornan cada vez más justas, más vivas y más ricas de contenido. Tal es la teoría marxista del conocimiento.”17

La organización revolucionaria, su relación con el movimiento de la clase.

Hemos visto que hay una relación dialéctica entre reforma y ruptura, y que el movimiento espontáneo es la forma embrionaria de lo consciente. Pero, ¿cómo aseguramos que el pueblo avance realmente en su lucha práctica y su toma de conciencia? ¿Quién asegura que, tras un periodo de crecimiento del movimiento popular, tras algún ciclo de movilizaciones o luchas, estos pasos se puedan consolidar? Los momentos de flujo y reflujo son naturales en la lucha de clases y más aún en el movimiento de las masas, en el que los avances, si se producen, van a hacerlo con altibajos en el camino y en el que siempre habrá vías por las cuales podrá penetrar la ideología dominante. Es a la hora de asegurar y de orientar esos avances, de insertar esos altibajos en una perspectiva estratégica más larga —y de ámbito internacional—, donde aparece la necesidad de la organización revolucionaria. La lucha de clases sólo podrá dirigirse hacia la toma del poder si en su interior existe una militancia revolucionaria trabajando en esa línea; es más, incluso para el “simple” sostenimiento o fortalecimiento de la lucha económica, para garantizar su independencia política y de clase, serán necesarios militantes con una perspectiva que vaya más allá de la misma.

No entraremos aquí en debates sobre el Partido Comunista, pero llegados a este punto es necesario mencionar que partido revolucionario y movimiento de masas, aunque se muevan en planos y ritmos diferentes, también son inseparables, y que no puede concebirse el desarrollo del primero sin el del segundo. Que, por tanto, no cabe esperar tener las formas más acabadas de la organización comunista en un contexto histórico en que el movimiento obrero y popular está tan debilitado, que la militancia comunista nos debemos a la necesaria reconstrucción de ese movimiento de la clase obrera y que será en ese proceso donde se irán forjando los cuadros que deberán ser parte del futuro partido. Por cierto, el desarrollo simultáneo del movimiento por la vivienda y de la militancia revolucionaria que ha crecido dentro del mismo en estos años, creo que son un pequeño pero buen ejemplo de este desarrollo dialéctico. En fin, que el partido va a ser necesariamente un punto de llegada y no algo que se pueda decretar; será la propia realidad quien sancione si algún día somos merecedores de tal nombre y, por el momento, las organizaciones existentes no pueden concebirse sino como piedras en el camino, que con seguridad deberán desaparecer algún día para dar paso a algo superior. Nos harán falta buenas dosis de humildad antes de concebir a nuestra organización como algo que ya merece, ya no llamarse el Partido, sino siquiera pensar que tiene algún tipo de razón o verdad histórica y que podemos actuar como tal, sólo porque manejamos esta o aquella tesis o porque en un momento determinado tenemos un cierto crecimiento.

A lo largo del proceso de la lucha de clases, la organización comunista debe saber moverse en dos contradicciones. La primera tiene que ver con lo organizativo: las y los comunistas formamos parte del pueblo, impulsamos y acompañamos sus luchas, pero a la vez nos organizamos en un plano diferenciado. Esta dualidad organizativa, la de los cuadros que trabajan entre las masas, es la forma universal que toma el partido revolucionario, que en cada contexto tendrá sus propias particularidades. Es clave comprender, gestionar y resolver esta contradicción, forjando a lo largo del proceso lazos con la clase para poder relacionarnos e influir en ella, para formar e incorporar cuadros al plano revolucionario y para no aislarnos ni desarrollar tendencias sectarias. Podemos incluso afirmar que la clase, en el sentido más amplio, no participa de los debates y decisiones internas del partido, pero que de alguna manera debe ejercer un control y una influencia —si se quiere, indirectas— sobre el mismo a través de la lucha política práctica. Atendiendo a esta dualidad organizativa, la organización comunista desarrollará tareas y planes de intervención en el seno de las luchas más amplias, a la vez que también tendrá su actividad propia.

La segunda contradicción tiene un carácter más político, y es la que existe entre la lucha por reformas y el horizonte revolucionario. Para resolverla, además del trabajo político o propagandístico propio que realice la organización, será clave su capacidad para insertarse, acompañar e impulsar el proceso de contradicciones generado por las propias luchas, para disputar la influencia al reformismo y al oportunismo en ese terreno, para agudizar el conflicto, inducir la lucha por reformas que no pueden ser satisfechas por el sistema, acercar a cada vez más sectores a nuestras posturas, saber utilizar los diferentes métodos de lucha legales e ilegales o, llegado el momento, implementar el más avanzado de todos estos métodos, el único que puede conducir a la victoria, que es la lucha armada. Pero aquí entramos en temas que ya no son pertinentes.

A lo largo de todo este proceso, la organización revolucionaria debe saberse rodear de aliados tácticos, de esos sectores más conscientes, militantes, activistas, que sin abrazar del todo sus tesis —incluso mostrando distancia en ocasiones—, sin que aún puedan dar el salto a ser militantes de la organización, objetivamente, de alguna manera o en algún aspecto, trabajan o pueden aportar en su línea. Sería un absurdo pensar, en la actual etapa histórica de dispersión del movimiento revolucionario, que alguna organización puede por sí sola y en torno a ella construir el proceso histórico de acumulación de fuerzas —como si este se pudiera dar manera lineal y planificada—, y sería un error no saberse relacionar de la mejor manera con esos aliados que van y vienen, con todos los otros sectores que de una u otra forma también juegan su papel en la lucha de clases.

Es esencial que la organización comunista comprenda los diferentes niveles y planos en los que se da la lucha de clases, y que desarrolle una línea política acorde a la realidad de éstos, a las condiciones políticas en las que interviene, a sus necesidades organizativas o a la correlación de fuerzas existente. Y volviendo a los párrafos iniciales, es importante diferenciar esta línea de la propia teoría o también de otras cuestiones como el programa, con los que a menudo también se confunde —por ejemplo, cuando en un determinado conflicto o marco de lucha se pretenden insertar de manera mecánica consignas ideológicas o “de máximos”—. La teoría se mueve en un plano más abstracto, mientras que la línea política la componen toda esa serie de tácticas, consignas, análisis, programas, planes organizativos y de trabajo, distribución de fuerzas militantes, etc., que deben servir para moverse en la realidad e influir en ella. A su vez, esta línea no puede ser elaborada ni precisada sin el manejo de la teoría, y ambas beben necesariamente de la práctica. Todas ellas están relacionadas pero, de nuevo, no se deben confundir.

Algunas implicaciones de cara al movimiento por la vivienda. Los “sindicatos del movimiento socialista”.

Los temas de las páginas anteriores, que exceden al movimiento por la vivienda, tienen mucho que ver con algunos de los principales problemas que arrastra el movimiento comunista y revolucionario. En las últimas décadas, si excluimos las organizaciones que podemos situar en el campo del reformismo, las tendencias erráticas que se han repetido de manera más recurrente han sido las que pretende combatir este escrito: las de ir con la teoría directamente a la realidad, las de pretender que ésta encaje en un esquema teórico preconcebido, las de perder por ello capacidad de influencia en la lucha, las de poner el interés organizativo propio demasiado en primer plano o confundir los intereses de una organización concreta con las necesidades universales de la lucha de clases, las de intervenir en el movimiento popular con formas militantes incorrectas cuando no sectarias (aunque se pretenda lo contrario), las de autoconcebirse como vanguardia o en posesión de la estrategia correcta sin que la realidad esté sancionando tal cosa, o las de pensarse que el ideologicismo por sí mismo va a impulsar el movimiento histórico de la clase, que por insistir en esta o aquella tesis o frase general la realidad se va a mover hacia nuestras posturas.

En el actual momento de crisis, de reflujo de las movilizaciones y de cierta desorientación militante, algunas de estas tendencias están floreciendo de nuevo, con sus particularidades y bajo ropajes nuevos, y algunas de ellas son las que estamos viendo en las ideas y líneas de trabajo que está asumiendo el Movimiento Socialista para con la lucha por la vivienda. Es cierto que en los últimos meses han ido modulando sus posturas, comprendiendo que no pueden realizar una ruptura frontal con el movimiento y que deben de alguna manera asumir un trabajo flexible; algo desde luego positivo, aunque también insuficiente. No obstante, aunque a día de hoy sea difícil conocer cómo se dará la concreción de los procesos y debates en curso, es necesario analizar estas ideas. En concreto, tras la idea del Sindicato Socialista creo que se pueden ver al menos tres tipos de errores:

El primero es la confusión de planos organizativos y de su funcionamiento: pensar que un movimiento como el de la vivienda debe ser un espacio orgánico más de la organización comunista, que debe acabar siendo parte ser parte del futuro “partido comunista de masas” —manteniendo esa idea de “partido-movimiento”, también presente en diversas izquierdas independentistas— en torno al cual se dará el proceso de acumulación de fuerzas, o incluso pensar que un colectivo de vivienda se puede regir por normas similares a las de la organización comunista18. No se comprende que entre el partido revolucionario y las organizaciones para la lucha económica o sindical hay una frontera y una diferenciación organizativa, y que es diferente que el partido aspire a influir y tener la dirección sobre el movimiento de masas, a fusionarse con él, de pretender que el segundo forme mecánicamente parte del primero. Por poner algunos ejemplos de esta confusión, hay no poca militancia que traza un paralelismo entre lo que fue la ruptura del MS con la Esquerra Independentista y la ruptura que ahora debería vivir el movimiento por la vivienda en su “lucha contra la socialdemocracia”, concluyendo así la necesidad de crear esos “sindicatos propios” y encarando de una manera errática el proceso de debates del II Congrés. O también, se está aludiendo a que “el Sindicat de Llogateres también tiene su estructura propia” para justificar el que el MS cree la suya —un argumento en sí bastante pobre—, obviando que en realidad el SLL es un espacio plural donde conviven reformistas, anarquistas, marxistas o activistas de todo tipo, y no una organización política con una línea definida.

Se concibe como motivo de “avance” el que algunos colectivos de vivienda se “vinculen” a una organización concreta —ni siquiera se trata de una línea comunista o socialista en general, sino la del MS en particular—, no comprendiendo que un movimiento de este tipo, para que pueda cumplir su papel de organizador de la clase y pueda hacerla realmente avanzar, es inevitable que tenga una cierta heterogeneidad política. Aunque se argumente que estos sindicatos socialistas también serán organizaciones de masas, la realidad es que estas se verán estrechadas al dejar fuera a otros sectores militantes, al no asumir que el trabajo revolucionario que se hace en estas luchas populares debe contar con otras fuerzas que no van a ser todas ellas comunistas ni menos aún del MS. Y nada de esto entra en contradicción con luchar contra la influencia del reformismo, ni con poner a esta lucha parcial al servicio de la causa revolucionaria. No se comprende que esta diferenciación organizativa es necesaria para el avance de la lucha de clases, que es en última instancia a lo que nos debemos.

En segundo lugar, hay una concepción idealista en torno a cómo se produce el avance de la lucha de clases y al cómo las ideas revolucionarias avanzan en su seno. Se hace una simplificación al pensar que la simple difusión de las ideas comunistas van a empujar tal avance, o creyendo que “vinculando” tal o cual movimiento a una estrategia socialista —o mejor dicho, a una organización que afirma tener tal estrategia—, haciendo que este pase a seguir las dinámicas o consignas del MS, esa estrategia ya existe o se estaría siguiendo. Se está hablando de un “proceso socialista” sobre el cual no tenemos ninguna concreción, ni una explicación sobre lo que debería aportar al mismo la lucha por la vivienda, si es que se trata de algún tipo de proceso de acumulación de fuerzas —que al parecer sólo se puede dar adhiriéndose a esa organización—. No se pone en el primer plano de importancia el avance en lo concreto de ese movimiento real del que hemos hablado, no parece comprenderse la necesidad de impulsarlo en paralelo o incluso con anterioridad a que nuestras ideas puedan efectivamente hacerse más hegemónicas. Así, se da un excesivo peso a la “hegemonización de las tesis comunistas” —enfocando tal objetivo de una manera doctrinaria, siendo en muchos casos sinónimo de hacer proselitismo de las consignas de la organización—, en detrimento del fortalecimiento del movimiento por la vivienda, el cual puede verse dañado o dividido por las concepciones dogmáticas que se están manejando. En algunos casos, estas ideas están incentivando algunas dinámicas “ultramilitantes”19, esas que hacen del militante comunista alguien que va a los espacios a plantear sus debates o decir sus frases, antes que a convertirse en un referente por su capacidad de trabajo y a la hora de orientar la lucha.

Tercero, la postura del MS refleja unas ideas vanguardistas20 para con el proceso de lucha: bajo la idea justa de querer insertar la lucha por la vivienda en la perspectiva del socialismo, se está asumiendo que el Moviment Socialista ya es poseedor de tal estrategia y que la lucha por la vivienda sólo tendría que adherirse a esta organización para tenerla. Así, en esa concepción del “partido de masas” que lo mismo incluye a estas que a la vanguardia, el MS se está situando en el papel de ser “el Partido”, aunque no se denomine como tal. ¿Acaso asumir posturas comunistas, comenzar a difundir o trabajar sobre unas tesis o ideas —que tampoco son nuevas en la historia—, otorga la razón sobre la lucha de clases y a la hora de pretender dirigirla? ¿Cómo una organización que apenas da sus primeros pasos y que no ha tenido tiempo de crear un corpus teórico, político y práctico, puede creer que posee ya esa estrategia socialista, lo cual de ser cierto implicaría dar unos pasos muy serios en la superación de la crisis histórica del movimiento comunista? Sería injusto colocar tales exigencias sobre los compañeros y compañeras, pero tampoco es aceptable que se sitúen en esa postura, aunque no lo estén haciendo de manera consciente. Desde luego que la construcción de tal estrategia, la elaboración de ese corpus político y la contribución a superar nuestra crisis histórica y a reconstruir el partido revolucionario deben ser nuestros objetivos políticos de fondo, pero estos son de tal calado que no podemos afirmar tenerlos tan a la ligera, si no queremos volver sobre los mismos errores. A tales objetivos sólo llegaremos a partir del trabajo humilde y abnegado, mostrando que nuestras tesis, nuestras ideas y sobre todo nuestra práctica son las más correctas para impulsar la lucha de la clase obrera, y para acercarla a la toma del poder.

Es necesario hacerse algunas preguntas sobre estos nuevos sindicatos: ¿qué los diferencia de otros colectivos de vivienda existentes, salvo que estarán vinculados a una organización política, que utilizarán su terminología o que afirmarán estar bajo la estrategia del proceso socialista? ¿Qué métodos de lucha o formas organizativas nuevas aportarán? ¿Cómo ayudarán a impulsar el conflicto de clases, desde nuestra realidad concreta, pese a la división que inevitablemente generarían en el movimiento? Si se afirma que lo más idóneo es dar un un giro de volante como el que se plantea, un salto cualitativo que implique pasar de unos colectivos como los actuales a estos sindicatos socialistas, debería ser porque se están desarrollando una serie de formas organizativas o métodos de lucha más avanzados, que superen lo existente. Es decir, que la idea de “sindicato socialista” debería estar rellena de un contenido real, al servicio de esta lucha, que justifique su existencia y la serie de decisiones que lo acompañan. Y ese contenido real, además de expresarse a priori como ideas o cosas “sobre el papel” que eventualmente se podrían aplicar, debería estar mostrándose, aunque fuera de manera incipiente, ya en la realidad.

Y en la realidad, ni una cosa ni otra están ocurriendo. A día de hoy, se ha presentado ya el primero de estos colectivos —el Sindicat d’Habitatge de l’Hospitalet— y la adhesión de dos más al “proceso socialista” —Eixample y Raval—, sin que haya existido debate con el resto del movimiento por la vivienda —tampoco con los sectores más cercanos— y sin que se haya aportado una base teórico-política mínimamente seria. No ha habido ningún texto o escrito con el que debatir ni existe una explicación o concreción profundas de la propuesta, más allá de las ideas generales de “vincular la lucha por la vivienda al proceso socialista”, de la necesidad de “hegemonizar las tesis comunistas”, de “combatir las posturas socialdemócratas” presentes en esta lucha o de algunas cuestiones programáticas con las que, en realidad, más sectores del movimiento pueden estar de acuerdo. Muchos compañeros y compañeras que hoy militan en el MS llevan años siendo referentes como los que más en la lucha por la vivienda, pero más allá de esto no existe el desarrollo de ninguna práctica diferenciada21 que pueda mostrar lo avanzado de sus líneas, sino que se parte de las herramientas o métodos de lucha ya desarrollados por el sindicalismo de vivienda en estos años —los cuales a su vez se afirma que han quedado obsoletos—, que en este caso pasarán a estar bajo el paraguas de esta organización.

El “sindicato socialista” aparece como una apuesta que tiene un justo objetivo de fondo, la lucha por el socialismo, pero fuera de la realidad concreta, de la vida o desarrollo propio del movimiento por la vivienda y del proceso de debates en que se encuentra, dando la sensación de obedecer más a las “necesidades” de una organización política que a los que hoy nos impone la lucha de clases. En lugar de ver cómo se superan las limitaciones con que nos hemos topado estos años en la lucha por la vivienda, cuáles pueden ser las fórmulas que le den impulso renovado, cómo se canalizan los debates pertinentes, cómo la militancia socialista se relaciona con otros sectores y cómo se gana la confianza de los más cercanos, o cómo en todo este proceso se supera la influencia de las ideas reformistas o de las dinámicas localistas, se aplica un esquema mediante el cual se piensa que a golpe de ideología y con el esfuerzo voluntarista de una organización, se podrá impulsar este movimiento hacia la construcción del socialismo. Creyendo equivocadamente, además, que algunas formas o herramientas que están sirviendo para acercar a toda la militancia joven en torno de la organización del MS, pueden servir para organizar un movimiento de masas de un carácter claramente diferente.

Pero, ¿en qué estado se encuentra el Movimiento por la Vivienda catalán, y qué implicaciones podría tener que el MS apueste por construir esos sindicatos o una estructura sindical propia? Respondiendo resumidamente a la primera pregunta, el movimiento viene de un periodo de dos o tres años de cierto reflujo y atomización —que se ha dado de manera desigual, ya que durante este tiempo, en determinadas ciudades o barrios también ha habido colectivos que se han fortalecido y ganado influencia—, que viene dada por los propios límites que ha encontrado esta lucha, por el estado general de reflujo en las movilizaciones, por las condiciones políticas generales o por la represión vivida. Es en este contexto, y tras haberse topado con los límites que tenían los acuerdos salidos del I Congrés22, que el movimiento comenzaba hace más de un año el proceso de debates de cara a un II Congrés. Estos debates deben afrontar la cuestión más pendiente, la organizativa, la cual no puede resolverse sin dotarse a la vez de unas tácticas y una estrategia unitarias más sólidas de las que se han tenido hasta ahora. Después de que el pasado mes de octubre se celebraran los primeros debates territoriales23, se puede afirmar que hay una mayoría de colectivos y militancia que, de una forma u otra, ven la necesidad de insertar la lucha por la vivienda en la lucha general contra el capitalismo, de poner todas las herramientas organizativas y de lucha —organizar a la gente en torno a las asambleas y otras estructuras, parar desahucios, realojar familias, las luchas o movilizaciones más amplias, etc— al servicio de la construcción de un poder popular fuera de las instituciones de la burguesía, de crear una conciencia y una unidad de clase más amplia y por tanto de marcar distancia e independizarse de las líneas que en estos años han pretendido hacer del movimiento un apéndice de la vía institucional. Pese a las dificultades con que se ha topado en la etapa más reciente, el movimiento por la vivienda tiene una experiencia acumulada y una madurez política que le deben permitir dar ese siguiente paso.

Esta, de hecho, es la perspectiva de trabajo que debería tener una organización revolucionaria. Poder sintetizar, a través de los debates y del trabajo dentro del movimiento, una estrategia conjunta que por primera vez organice a la mayoría de colectivos bajo una perspectiva, si no revolucionaria, sí de independencia de clase y de caminar hacia construir un poder propio. Dotar al movimiento de un programa unitario, políticamente más avanzado que el anterior y que sea más útil en la lucha diaria. Fortalecer las herramientas o estructuras conjuntas que ya existen —o acabar de crear aquellas sobre las cuales hay una cierta experiencia—, que se perciben como completamente necesarias por una mayoría del movimiento; una comisión jurídica que mejore las herramientas legales, una comisión de formación que pueda profundizar en el trabajo ya realizado, estructuras conjuntas para la acción sindical contra grandes propiedades, otras para todo lo relacionado con la “obra social” o la liberación de pisos y bloques, una caja de resistencia conjunta, unas mejores herramientas comunicativas, etc. Dotarse unos mecanismos políticos, de una estructura organizativa y de una cierta dirección, que permitan hacer análisis, canalizar debates y articular respuestas frente a las diferentes coyunturas. Trabajar en la creación de una nueva cultura política y organizativa que supere el localismo o el inmediatismo que aún impera en muchos colectivos de base y que permita el trabajo unitario en estructuras más sólidas. Crear un nuevo imaginario común, que supere la atomización o dispersión que caracteriza al movimiento y que pueda convertirse en un referente para las clases populares. Poner a trabajar conjuntamente y de la mejor manera a los sectores militantes que, en lo que respecta a esta lucha, tienen unas posturas y una práctica similares y entre quienes ya se ha desarrollado una importante confianza en estos años. Y ya desde el punto del vista del Moviment Socialista, que su militancia pueda ser referente en este proceso, saber comprenderlo e impulsarlo, o eventualmente ser capaz de desarrollar las nuevas herramientas o formas de lucha que deban hacerlo avanzar.

Lamentablemente, la apuesta del MS camina en muchos aspectos en sentido contrario. Y con ella, se está renunciando de alguna manera a tener una mayor capacidad de influencia o dirección, en el mejor sentido del término, sobre esta lucha. Pero volviendo a la segunda pregunta anterior, ¿cuáles pueden ser los efectos de pretender construir ese “sindicato socialista” diferenciado del resto? Quien conozca el estado y composición del movimiento por la vivienda sabrá que dificultará el trabajo conjunto de los sectores más combativos, la unidad de colectivos que trabajan en una línea casi idéntica y cuyas necesidades y límites a superar son similares, y que podrá generar una ruptura, una atomización y un deterioro de las relaciones que en algún caso ya se está comenzando a dar. Lo ocurrido en Euskal Herria, donde en algunos lugares llega a haber colectivos de vivienda —los del MS y los que no lo son— que no tienen relaciones o incluso compiten entre sí, muestra un escenario al que en ningún caso deberíamos acercarnos. Y esto, por cierto, era algo compartido por buena parte de los camaradas del MS catalán hasta hace unos meses, cuando aún tenían más o menos claro que “no podían imitar aquí” lo que se había hecho allí.

No son muchos los colectivos en los que de forma mayoritaria se apoyaría una adhesión al MS, pero es que incluso en estos tal cosa podría haber un debilitamiento, al alejar de ellos a la militancia que no quiera estar en un espacio orgánico del movimiento socialista. Pero además, en estos colectivos donde ya se tiene una hegemonía, ¿qué necesidad hay de hacerlos parte de la organización? ¿Qué se pretende conseguir, qué trabajo se pretende realizar que no se pueda hacer ya? ¿No se puede ejercer el liderazgo a partir de la legitimidad de la práctica diaria, de verdad hace falta ponerle el sello de la organización? Si vamos a los colectivos donde el MS no tiene tal hegemonía, es probable un enrarecimiento de las relaciones, una dificultad para enfocar de manera correcta los debates necesarios o directamente un distanciamiento para con su militancia. Y en cuanto a los principales debates y cuestiones que están en juego en el II Congrés, que son las referidas a la organización conjunta del movimiento, pueden quedar enturbiadas si se pretenden enfocar desde la dicotomía “o con el Movimiento Socialista o fuera de él”. En muchos casos, estos debates sobre la “adhesión al proceso socialista”, más que aportar claridad política están causando el efecto contrario.

Si se asume que la contradicción principal en el momento actual es la existente con las líneas reformistas —de aquí se derivaría la confrontación con el Sindicat de Llogateres24—, se está actuando de una manera torpe para con ella, porque al plantear la mencionada dicotomía se sitúa en el mismo paquete a los sectores reformistas y a los que no lo son, no sabiendo relacionarse con aquellos más cercanos, pudiendo beneficiar indirectamente a los primeros y desde luego no ayudando a avanzar al movimiento. La columna publicada con el motivo de la presentación del Sindicat de l’Hospitalet25 es una muestra de esto: partiendo de verdades asumidas por mucha gente, como la falta de una perspectiva estratégica más sólida en la lucha por la vivienda o el que ésta haya sido instrumentalizada por la izquierda institucional, se obvian todos los casos en que no ha sido así, todas las posturas opuestas a esta, como queriendo hacer ver que es el MS el único que las tiene y el único que está en condiciones de resolver estos debates. La realidad sin embargo es diferente, y tales preocupaciones son compartidas por mucha militancia. Hay sectores cercanos al movimiento socialista26 con quienes, pese a la confianza desarrollada en estos años, no se está contando ni haciendo un esfuerzo por hablar o debatir, transmitiendo de nuevo la sensación de que se actúa más en base a cálculos organizativos que partiendo de las necesidades concretas de esta lucha, y que no importa tanto caer en derivas que mucha gente está percibiendo como sectarias.

Se está haciendo énfasis en la necesidad de combatir la «neutralidad política” o las ideas sobre la “unidad en abstracto”, algo justo en la medida en que estas pueden ser un estorbo para el avance político. Pero la unidad o la cohesión estratégica y organizativa que necesita el movimiento por la vivienda debe darse en torno a las líneas más avanzadas que existen dentro el mismo y no a partir de las posturas políticas de una organización, que es donde se pretende llegar en un giro argumentativo poco serio. En esta confusión a la hora de plantear los debates, está habiendo a menudo una mayor preocupación por plantear la incorporación al MS o importar de forma mecánica sus consignas, que no por encontrar la manera de fortalecer las herramientas de lucha existentes, por revertir la atomización vivida en estos años o por dotarnos de mecanismos que permitan articular luchas políticas más amplias, y que no nos veamos de nuevo incapaces de, por ejemplo, dar una respuesta a la altura frente a la ofensiva contra la ocupación, frente a la subida de los tipos de interés y los precios de las hipotecas, frente a la inflación y la pérdida de poder adquisitivo o frente a tantos otros conflictos que este movimiento debe ser capaz de articular. La elevación política y teórica de la militancia presente en esta lucha no es incompatible con su avance más amplio, todo lo contrario, pero hay que comprender la manera en como avanza este proceso.

Vamos a ir acabando con una de las conclusiones principales, que tiene que ver con la unidad. Hacer que la lucha por la vivienda, en el estado en que hoy se encuentra, sirva a la causa revolucionaria, no es posible sin poner en funcionamiento conjunto a todas las fuerzas vivas que de alguna manera contribuyen a impulsarla, y que juegan, han jugado y deben jugar un papel importante en la misma. Tal cosa no tiene nada de sencillo, nos obliga a relacionarnos de la mejor manera con otros agentes, a tener una gran inteligencia, flexibilidad y generosidad, pero cualquier otra forma de abordar el problema me parece poco seria. Solo de esta manera se podrá impulsar el conflicto de la manera más amplia, requisito indispensable para el avance político del movimiento y de los sectores a los que organiza e interpela. Una lucha como esta, que genera por ella misma contradicciones irresolubles con el enemigo de clase, que deja al desnudo el relato del Estado como entre neutral y democrático, que permite organizar a los sectores más proletarizados de la clase, que incluso trabaja combinando métodos legales e ilegales, es capaz de hacernos avanzar en un sentido revolucionario si la enfocamos de manera correcta. Pensar que tal avance sólo puede hacerse desde la asimilación de esta lucha a las ideas de una organización, creo que queda lejos de todo pensamiento materialista. Una apuesta que rompe la unidad de los sectores más combativos, para crear una estructura nueva en base a criterios ideologicistas, puede ser un freno al avance, a la elevación política de esta lucha y por ende a la recomposición de la clase.

No hay nada de nuevo en la existencia de una militancia revolucionaria en la lucha por la vivienda en Catalunya. Desde hace años, esta ha venido desarrollando unas líneas y construyendo unos colectivos que, a través de sus métodos de lucha y formas organizativas, han venido de facto construyendo esa independencia de clase. Por cierto, nadie nos dice que el día de mañana esos compañeros y compañeras no puedan girar hacia posiciones marxistas, de la misma manera en que lo han hecho muchos otros. Hoy, todos estos sectores —entre los cuales desde luego se encuentra la militancia socialista— están en disposición de dar un paso adelante, de ser quienes se sitúen a la cabeza de esta lucha y de llevarla a un nueva etapa que supere las anteriores; este es el paso natural que en su particular proceso histórico debería dar el movimiento por la vivienda. Romper con este desarrollo, no asumir la necesaria heterogeneidad y el trabajo flexible que debe hacerse en un movimiento de este tipo, creo que no tiene justificación. Y si se considera que existe, el MS debe hacer un trabajo teórico que aún no ha hecho —que debe mostrar también su verdad en la práctica—, porque es insuficiente con las frases o ideas generales que se están utilizando para sostener una postura que, hasta hace no mucho tiempo, también era injustificable para muchos compañeros y compañeras socialistas.

A modo de conclusión.

Detrás de las ideas que aquí se critican existen unos fines justos, que son compartidos por muchos de nosotros. Y son precisamente estas aspiraciones las que hacen de propuestas como la del sindicato socialista algo bien visto en un primer momento por no poca militancia. Además, más allá del movimiento por la vivienda, nos encontramos con el reto de superar las limitaciones que tuvo el anterior ciclo movilizaciones y luchas, que fueron en buena parte utilizadas por la izquierda institucional y que encontraron unos límites claros a la hora de organizar a la clase; mucha “manifestación por la manifestación”, poca consciencia de la necesidad de organizarse con una perspectiva a más largo plazo y de construir un poder popular real, mucho protagonismo de sectores “intermedios” en detrimento de la clase obrera en situación más precaria, etc. Estos fines, sin embargo, no convierten en válida la postura que hoy tiene el MS.

Cada movimiento debe avanzar y desarrollarse desde el punto en que se encuentra, y será partir de su propia vida y movimiento, de sus contradicciones internas, como en él se podrán dar los cambios cualitativos. Una lucha como la de la vivienda, desde sus formas iniciales de movimiento social, puede evolucionar —en parte ya lo ha hecho— a otras cualitativamente superiores, que pueden servir mejor a los fines revolucionarios. Pero este avance no se podrá dar rompiendo con su desarrollo particular, queriendo dar saltos excesivamente grandes o pretendiendo que tales saltos la lleven a asimilarse a una cosa —una organización de tipo diferente— que no puede ser.

Rechazar tal o cual movilización o movimiento popular “porque es reformista”, introducir forzadamente elementos políticos ajenos a su naturaleza o a sus posibilidades de desarrollo, que la organización comunista cree su propio “frente de masas” o sus propias estructuras para “romper” con ese reformismo; estos planteamientos erráticos han supuesto por lo general un problema para el desarrollo del movimiento obrero y popular, y también un freno en el crecimiento de las organizaciones que lo han practicado. Pero además, estas prácticas han sido y pueden seguir siendo un obstáculo a la hora de que nuestras ideas vuelvan a cobrar legitimidad entre el pueblo, reforzando en muchos casos la caricatura que el enemigo de clase y que muchos adversarios políticos han hecho de los y las comunistas.

Estos problemas no pueden separarse de la época que nos ha tocado vivir, en la que por un lado el marxismo acumula más conocimiento que nunca, en sus campos más teóricos —filosofía, economía, ciencias sociales, etc.— y también en los más “militantes”, con su enorme cantidad y diversidad de corrientes, tradiciones, experiencias prácticas, fracasos y errores o debates que ha producido. Y en la que por otro lado, somos hijos de algunas de las derrotas más duras de nuestra historia, que han barrido casi por completo la capacidad de lucha que un día tuvo el movimiento obrero, cuyos conocimientos pasaban de generación en generación y que fueron en gran medida interrumpidos. En este contexto, las cuestiones que he querido resaltar tienen si cabe aún mayor importancia.

Es hasta cierto punto normal que, cuando se comprende la necesidad de reivindicar el estudio y la formación teóricas, cuando se pretende reivindicar la importancia de la claridad ideológica o cuando se viene de romper con líneas, tradiciones o dinámicas reformistas o movimentistas, haya una tendencia a resaltar lo teórico y lo ideológico de manera equivocada y exista un cierto riesgo de caer en el esquema o el dogma. Pero tenemos que vacunarnos contra ello, y creo que los compañeros y compañeras del moviment socialista deben tener una serie de debates y reflexiones que, hasta ahora, han sido insuficientes. A ello pretende servir este escrito.


BIBLIOGRAFÍA

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– F. Engels. Los comunistas y Karl Heinzen.

– V. I. Lenin. ¿Qué hacer?

– V. I. Lenin. Un paso adelante, dos pasos atrás.

– V. I. Lenin. Acerca de los sindicatos. Akal, 1975 (recopilación de textos).

– V. I. Lenin. El izquierdismo, enfermedad infantil de comunismo.

– V. I. Lenin. Cartas sobre táctica. https://www.marxists.org/espanol/lenin/obras/oe12/lenin-obrasescogidas06-12.pdf

– Rosa Luxemburg. Problemas organizativos de la socialdemocracia. https://www.marxists.org/espanol/luxem/04Problemasorganizativosdelasocialdemocracia_0.pdf

– Andreu Nin. Los Soviets: Su origen, desarrollo y funciones. https://www.marxists.org/espanol/nin/1932/soviets.htm

– Nadezhda Krúpskaya. Lenin como agitador y propagandista. https://www.marxists.org/portugues/krupskaia/1939/mes/lenin.htm

– Mao Tse-tung. Sobre la práctica. Sobre la relación entre el conocimiento y la práctica, entre el saber y el hacer. https://www.marxists.org/espanol/mao/escritos/OP37s.html

– Mao Tse-tung. Sobre la contradicción. https://www.marxists.org/espanol/mao/escritos/OC37s.html

– Mao Tse-tung. Algunas cuestiones sobre los métodos de dirección. https://www.marxists.org/espanol/mao/escritos/QCML43s.html

– Salvador Cayetano Carpio (Comandante Marcial). El partido marxista-leninista del proletariado. https://www.marxists.org/espanol/tematica/elsalvador/carpio/

– Salvador Cayetano Carpio (Comandante Marcial). La lucha de clases, motor del desarrollo de la Guerra Popular de Liberación. Entrevista concedida por el Comandante Marcial a Marta Harnecker. https://www.marxists.org/espanol/tematica/elsalvador/carpio/

– Perry Anderson. Consideraciones sobre el marxismo occidental. https://proletarios.org/books/Anderson-Consideraciones_Sobre_El_Marxismo_Occidental.pdf

– Fernando Quintana. Sobre el problema del partido revolucionario: cinco lecciones de Lucio Magri para las discusiones actuales acerca del problema de la organización política. https://www.revistarosa.cl/2019/08/05/sobre-el-problema-del-partido-revolucionario-cinco-lecciones-de-lucio-magri-para-las-discusiones-actuales-acerca-del-problema-de-la-organizacion-politica/

– Claudio Katz. Los efectos del dogmatismo. Catastrofismo y esquematismos. https://marxismocritico.files.wordpress.com/2011/10/los-efectos-del-dogmatismo-catastrofismo-y-esquematismos.pdf

– Daniel Gaido. Paul Levi y las raíces de la política de frente único. https://jacobinlat.com/2023/02/20/paul-levi-y-las-raices-de-la-politica-de-frente-unico-en-la-internacional-comunista/

– Vicente Sarasa. El día D y su gerundio. Crítica de nuestra comprensión en la comprensión de nuestra crisis. https://www.flamencorojo.org/wp-content/uploads/2019/02/El-d%C3%ADa-D-y-su-gerundio.pdf

– Vicente Sarasa. Línea revolucionaria y referente político de masas (desde la dualidad organizativa. Apuntes entre comunistas). https://redroja.net/articulos/linea-revolucionaria-y-referente-politico-de-masas-desde-la-dualidad-organizativa-apuntes-entre-comunistas/

– Folleto de formación política, 2016 – Red Roja. https://redroja.net/wp-content/uploads/2020/08/folletoFormacion.pdf


NOTAS

1 Tesis lanzadas a principios de los años 90’ por Francis Fukuyama, influyente ideólogo de la burguesía occidental, según las cuales el capitalismo y la democracia liberal habrían triunfado definitivamente y la historia dejaría de estar empujada por la lucha entre ideologías, las guerras o las revoluciones.

2 Este tema daría para largo, pero de manera muy rápida podemos mencionar algunos tipos de desviaciones: la dogmática-esquemática, propia de organizaciones que se autoproclaman “el Partido” o la vanguardia, o que actúan como tal, y que van a la realidad con sus esquemas o intereses, teniendo escasa capacidad para incidir entre las masas. La izquierdista-teoricista, propia de aquellos grupos que poco menos llaman a aislarse de la realidad para estudiar y “reconstruir” la ideología comunista, o a los que toda práctica real les parece caer en el “espontaneísmo” o el “seguidismo” a las masas. La más abundante, la reformista, que aunque se adorne con etiquetas comunistas, ha rebajado toda aspiración de máximos y su práctica está lejos de ser revolucionaria, cuando no sirve directamente al enemigo de clase. Y relacionada con esta última, podemos situar otras como el economicismo, el movimentismo o el espontaneísmo, mediante las cuales, pensando que las masas no pueden alcanzar una conciencia revolucionaria, la actividad política se limita a hacer seguidismo de sus luchas parciales o económicas (disponiéndolas a ser utilizadas, en muchos casos, por la línea electoralista o institucional).

3 “A tener en cuenta al enfrentar la teoría”. Vicente Sarasa, “El día D y su gerundio”, pág. 55. https://www.flamencorojo.org/wp-content/uploads/2019/02/El-d%C3%ADa-D-y-su-gerundio.pdf

Para profundizar más en la relación de la teoría con el movimiento práctico, es imprescindible el texto que le sigue (pág. 57), que sintetiza y clarifica algunos de los principales fundamentos teóricos del marxismo. “Acerca de la teoría marxista sobre el desarrollo de los principios políticos en su relación con la práctica”.

4 Estas cuestiones de la “teoría de la teoría”, quizás las más centrales a la hora de afrontar el trabajo teórico y de formación, han sido trabajadas en mayor profundidad por los camaradas de Red Roja y son las que inspiran estas líneas (ver apartado “I. Teoría de la teoría” del folleto de formación política).

5 K. Marx y F. Engels, Manifiesto del Partido Comunista. II. Proletarios y Comunistas.

6 «La construcción sistemática de una teoría política marxista de la lucha de clases, en el aspecto organizativo y táctico, fue obra de Lenin. La escala de esta realización en este plano transformó toda la arquitectura del materialismo histórico de modo permanente. Antes de Lenin, el dominio político propiamente dicho estaba prácticamente inexplorado dentro de la teoría marxista. En el lapso de veinte años, Lenin creó los conceptos y los métodos necesarios para llevar a cabo una lucha proletaria victoriosa por la conquista del poder en Rusia, dirigida por un partido de los trabajadores hábil y abnegado. Los modos específicos de combinar la propaganda y la agitación, dirigir huelgas y manifestaciones, forjar alianzas de clases, cimentar la organización del partido, abordar la autodeterminación nacional, interpretar las coyunturas internas e internacionales, caracterizar tipos de desviación, utilizar la labor parlamentaria y utilizar ataques insurreccionales, todas estas innovaciones, contempladas a menudo como medidas meramente «prácticas», representaban también en realidad decisivos avances intelectuales en ámbitos hasta entonces desconocidos.»

Perry Anderson, Consideraciones sobre el marxismo occidental

7 V. I. Lenin, “¿Qué Hacer?” Capítulo IV: El primitivismo en el trabajo de los economistas y la organización de los revolucionarios. Cabe precisar que la mencionada “clandestinidad” dependerá del grado de represión y libertades formales existentes, y que no es aceptable funcionar con unos criterios de clandestinidad, por lo general menos abiertos o democráticos, cuando la realidad permite que sea de otra manera. El mismo Lenin defendería unos años después que la actividad del Partido fuera más amplia y abierta, cuando la realidad del régimen zarista lo permitió. En cualquier caso, la organización revolucionaria debe ser capaz de pasar a funcionar bajo todo tipo de condiciones.

8 Lenin y los bolcheviques combatieron ideas como las de la “neutralidad” para con los sindicatos, defendidas por Eseristas o Mencheviques, de las cuales podemos encontrar algunos paralelismos en la actualidad. No obstante, los sindicatos donde se tenían aquellos debates eran espacios amplios, donde estaban presentes todas aquellas corrientes políticas, y el combate contra las ideas reformistas en ningún momento les llevaba a cuestionar sus características o la necesidad de su unidad más amplia.

V.I Lenin, “La neutralidad de los Sindicatos”. Obras completas, Progreso, tomo 16, págs 454-456 https://www.marxists.org/espanol/lenin/obras/oc/progreso/tomo16.pdf

9 Para conocer algunos de los debates que se dieron en el ámbito de la III Internacional, recomiendo este texto sobre la figura de Paul Levi y los debates con otros comunistas alemanes:

10 V.I. Lenin, “La enfermedad infantil del izquierdismo en el comunismo”, capítulo VI. Esta obra iba a llevar el nombre de “Ensayo de discusión popular sobre la estrategia y la táctica marxistas”, aunque finalmente cambió el título para poner el acento en una problemática que en aquel momento le parecía prioritaria. Es un texto de gran importancia, por el esfuerzo que hace en sintetizar la experiencia histórica del bolchevismo y explicar su concepción de la táctica y la estrategia en la lucha de clases. Sigue así:

No pueden dejar de parecernos un absurdo ridículo las disquisiciones de los izquierdistas alemanes acerca de que los comunistas no deben actuar en los sindicatos reaccionarios, de que es permisible renunciar a semejante actividad, de que hay que salir de los sindicatos y organizar forzosamente una “unión obrera”, nuevecita del todo y completamente pura, inventada por comunistas muy simpáticos (y en la mayoría de los casos probablemente muy jóvenes), etc. […] Podemos (y debemos) emprender la construcción del socialismo no con un material humano fantástico ni especialmente creado por nosotros, sino con el que nos ha dejado como herencia el capitalismo. Ni que decir tiene que esto es muy “difícil”, pero cualquier otro modo de abordar el problema es tan poco serio que no merece la pena hablar de ello. […] El desarrollo del proletariado no se ha efectuado ni ha podido efectuarse en ningún país de otro modo que por medio de esos sindicatos y por su acción conjunta con el partido de la clase obrera.”

11 “Que los sindicatos de amplia base son la organización más adecuada de la clase obrera con miras a la lucha económica […] que la lucha económica puede conducir a un firme mejoramiento de su verdadera organización de clase […] Todas las organizaciones del partido deben contribuir a la formación de sindicatos sin partido […] que estos sindicatos puedan, en determinadas condiciones, unirse al Partido, sin excluir de modo alguno a aquellos de sus afiliados que no militen en el mismo”. POSDR – Plataforma táctica para el congreso de unificación (1906). Los sindicatos.

12 “El comunismo no es un estado que debe implantarse, un ideal al que ha de sujetarse la realidad. Nosotros llamamos comunismo al movimiento real que anula y supera al estado de cosas actual”. K. Marx y F. Engels, La Ideología Alemana.

13 F. Engels, Los comunistas y Karl Heinzen.

14 Vicente Sarasa, 2003, “Algunas generalidades sobre la diferente naturaleza del marxismo y el movimiento obrero, y cómo (no) debemos abordar su integración”. (Del libro “El día D y su gerundio”, pág. 44)

https://www.flamencorojo.org/wp-content/uploads/2019/02/El-d%C3%ADa-D-y-su-gerundio.pdf

15 Marcial, “Nuestras montañas son las masas. Cuaderno n.º 5: El partido debe estar íntimamente ligado al pueblo, a las masas.” https://cedema.org/library/digital_items/25

Salvador Cayetano Carpio, más conocido como Comandante Marcial, fue un líder revolucionario de El Salvador, primero dirigente sindical y del Partido Comunista Salvadoreño —con el cual rompería debido a su postura dogmática y contradictoria para con la lucha armada— y posteriormente fundador de las Fuerzas Populares de Liberación (FPL), una de las guerrillas que más fuerza e influencia tuvieron en el país. Todos los materiales, escritos o textos que produjeron las FPL son de una gran riqueza, y recomiendo su lectura y estudio.

16 Al explicar los orígenes de los Soviets, Andreu Nin señala cómo en algunos casos los bolcheviques —también los mencheviques— no comprendieron su carácter, pretendieron imponer su programa y tuvieron una actitud dogmática para con ellos, que fue corregida con el tiempo y por la influencia de militantes como el propio Lenin. Andreu Nin, “Los Soviets: su origen, desarrollo y funciones. Los Soviets antes de la toma del poder. Los Soviets y los partidos”. https://www.marxists.org/espanol/nin/1932/soviets.htm

17 Mao Tse-Tung, “Algunas cuestiones sobre los métodos de dirección”.

18 Se ha llegado a afirmar que los sindicatos de vivienda deberían funcionar en base al centralismo democrático —a la concepción que el MS tiene del centralismo democrático—.

19 Estas dinámicas, que no son nuevas ni es la primera vez que se analizan y señalan, han implantado en algunos casos formas de hacer más parecidas a las de una asamblea u organización juvenil que las que debe tener un espacio capaz de organizar a los sectores más precarios de la clase.

20 No tengo claro que esta categoría sea del todo correcta, así que por si acaso la matizo: me refiero a la tendencia a autoconcebirse como vanguardia o dirección política, ya sea proclamándolo —las organizaciones que ya se declaran “el partido” son el mejor ejemplo— o actuando de alguna manera como tal.

21 Aquí es necesario mencionar la participación de una importante cantidad de militancia juvenil, con una gran entrega y determinación; algo realmente positivo y en lo que el MS está acertando. Pero esto tampoco es nuevo en el movimiento por la vivienda en estos últimos años y, sin ir más lejos, hace no tanto que la Esquerra Independentista —y no solo la EI— aportaba como mínimo tantas energías a esta lucha.

22 La organización conjunta contra grandes propiedades, el generar grandes movilizaciones unitarias, utilizar el programa unitario como una herramienta de lucha… Muchas de aquellas apuestas no se han llevado a cabo de la mejor manera, al no dotarse el movimiento más que de algunas comisiones o espacios conjuntos, que no podían cubrir todas las necesidades. No obstante, este era el paso que en aquel momento (2019) se podía dar, por la falta de madurez y de experiencia unitaria que aún existía, y de hecho ya se declaraba que aquella solo sería “una primera fase de trabajo conjunto”, que debería permitir “profundizar y consolidar la confianza colectiva que nos facilite evolucionar hacia una fórmula más orgánica en el futuro”.

https://congreshabitatge.cat/wp-content/uploads/2020/06/PONENCIA-ES-FINAL-2020.pdf

23 Unas 250 militantes procedentes de diferentes colectivos de vivienda de Catalunya se dieron cita en cuatro puntos del territorio, para compartir unos primeros debates sobre el análisis político actual, las perspectivas del movimiento por la vivienda o sobre cuestiones tácticas o estratégicas. Pese al momento de cierto reflujo que vive el movimiento, estos encuentros se valoraron mayoritariamente como positivos, y como una muestra de que el movimiento tiene una madurez superior a la que podía tener en hace 4-5 años. En esta primavera de 2024 se realizarán unos nuevos encuentros territoriales.

24 Me refiero a los dos textos publicados, aunque esta confrontación se ha llevado también a otros ámbitos.

https://www.horitzosocialista.cat/index.php/component/content/article/seguir-el-ritme-dels-tambors-electorals-o-construir-una-estrategia-propia-en-la-lluita-per-lhabitatge?catid=8&Itemid=190

https://www.horitzosocialista.cat/index.php/component/content/article/sal-de-fruita-per-a-la-indigestio-corporativa-una-revisio-critica-de-la-proposta-politica-del-sindicat-de-llogateres?catid=8&Itemid=190

25 https://www.horitzosocialista.cat/index.php/component/content/article/la-millor-manera-de-dir-es-fer?catid=17&Itemid=190

26 Quiero mencionar a los compañeros del grupo 30 metres, que en estos meses han hecho alguna aportación para el debate: https://catarsimagazin.cat/organitzem-la-lluita-per-lhabitatge-construim-un-sindicat-de-classe/

Y también a la militancia de la Esquerra Independentista, que sigue realizando un trabajo en el movimiento por la vivienda no muy diferente al que hace el MS; y es que, la ruptura en el plano de la organización política no tiene por qué impedir el trabajo conjunto en este marco: https://catarsimagazin.cat/nova-etapa-en-la-lluita-per-lhabitatge/

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