SOBRE LA DESVINCULACIÓN DEL VOTO

Se aproxima un nuevo ciclo electoral, que debe ser caracterizado teniendo en cuenta, por un lado, que de un tiempo a esta parte las elecciones reflejan la crisis del bipartidismo como consecuencia de la crisis del sistema y de la crisis territorial (dopada esta segunda por la primera). Por otro lado, debe recordarse que el rol histórico de las “fuerzas del cambio” ha sido, subidas a lomos de la protesta y la indignación social, cambiar su discurso y canalizarlas dentro del régimen.

Esto último ha sido facilitado por la ausencia de una fuerza revolucionaria con inserción en las masas, provocando todo ello que se produzca una dispersión entre la fuerza del pueblo, que no podía dejar de ser aprovechada, como se ha visto otras veces en la historia, por movimientos reaccionarios.

Por eso, en Red Roja hemos visto con responsabilidad las elecciones, independientemente de nuestra no-presentación en las mismas. Ya desde nuestros inicios, en 2012, debatimos en nuestro seno un documento titulado “Sobre la intervención electoral”. En él advertíamos de algo que ahora cobra plena actualidad: la utilización reaccionaria de los resultados electorales y la consecuente batalla poselectoral sobre la “legitimidad de la calle”; batalla en la que, desde luego, no cabe abstención alguna. Este es, pues, uno de los aspectos en los que se hace patente que participación y presentación no son la misma cosa. 

De manera espuria, querrán deslegitimarnos sobre la base de que “a ellos los apoya más gente” a fin de acomplejarnos, aislarnos y pisotear sin oposición alguna a la propia gente haciéndole pagar la crisis que crearon los capitalistas. Como decíamos en 2012, nuestra respuesta no puede ser otra que DESLEGITIMAR esa arma postelectoral. Y hacerlo UNITARIAMENTE, independientemente de lo que cada cual haya votado o no, puesto que la utilización reaccionaria de las elecciones no hará distinciones entre las víctimas según la posición electoral adoptada por cada cual.

De manera general, ante las elecciones, no podemos caer ni en la ‘no participación’ por principio, ni en que ‘hay presentarse por principio.” Y en su caso, cualquier eventual intervención electoral se hará defendiendo la necesidad de llegar a una situación de relación de fuerzas más favorabledonde sea posible desbordar el propio sistema de elecciones.

No somos electoralistas porque no somos tan ingenuos como para pensar que podemos ajustar cuentas con el enemigo siguiendo sus propias reglas, pero no por ello dejaremos de tener en cuenta la realidad de las elecciones y sus efectos en la lucha. En cualquier caso, no ser electoralistas no se reduce a la cuestión de presentarse o no, sino que implica no ser dependiente de la burguesía en ninguna de las fases en que se producen las elecciones: campaña, votación, interpretación de los resultados. Por eso, no es que no seamos electoralistas porque no nos presentemos, sino porque tampoco hacemos seguidismo al analizar los resultados electorales y su influencia sobre las masas. En otras palabras, ni arreglamos cuentas siguiendo sus reglas, ni nos basamos en sus “cuentas” de los resultados electorales para ver cómo está la situación.

Ante unas elecciones, lo importante ante muchos sectores populares es el grado de fuerza que se construya. Es imprescindible que, si se va a las elecciones, no sea, sobre todo, para decir lo que haríamos con los votos. Si se va a las elecciones, ha de ser para hacer llegar al pueblo que se tiene un plan de acumulación de fuerzas revolucionarias al que se supedita la propia intervención electoral, y no precisamente como su aspecto principal.

La obsesión por el sentido del voto revela una tendencia ideológica a dar legitimidad a la farsa de la democracia burguesa. Algunos incluso se llevan las manos a la cabeza porque el pueblo vote a opciones reformistas de una falsedad evidente. O a partidos de derechas o ultras. Pero, en primer lugar, es normal que muchas personas sencillas del pueblo, aisladas en sus problemáticas económico-sociales, confusas, engañadas durante tantos años, asqueadas de promesas incumplidas, resignadas… busquen dónde agarrarse para tratar de solucionar (aunque solo sea en parte) su caso concreto, bajo la premisa de probar “a ver si los nuevos hacen algo”.

La clave, el quid de la cuestión es que la “vinculación al voto emitido” es hoy día muy baja. Es decir, que pocos votantes se ven comprometidos posteriormente por lo que hayan decidido votar en un momento determinado, por lo que no se debe exagerar la influencia del voto sobre el desarrollo posterior de la lucha de clases. Y más en un país como el nuestro, al que los organismos internacionales prácticamente le han decretado el fin de su soberanía en materia económica.

Sabemos que, en realidad, mucha “gente de la calle” vota en términos posibilistas y, en ese sentido, no podemos concluir que no estarían por un proyecto más rupturista. La cuestión principal es que dicho proyecto se deberá hacer valer en la práctica antes de anunciarse electoralmente. Tendrá que aparecer como fuerza antes de pedir que se le imprima fuerza por la vía electoral.

Así que, tras las elecciones que se nos avecinan, no debemos poner tanto el acento en la cantidad de gente que, efectivamente, no habrá  votado (o habrá votado en blanco o nulo, o votado a opciones desde una clara voluntad de ruptura). Hay que aludir a estas alternativas, pero, si nos limitamos a eso, nos arriesgamos a no llegar a muchas personas del pueblo que pueden haber votado a otras opciones (incluso abiertamente reaccionarias), enfrentándolos a nosotros. Como decimos, dado que el grado de vinculación de los votantes con sus votos es escaso, muchos de los que les han votado no están realmente comprometidos con ellos, y esto hay que defenderlo sin complejos.

Especialmente en tiempos de crisis, la mayor  fuente de deslegitimación de “los vencedores” en las elecciones que convoca la burguesía es lo rápidamente que se prestan a continuar con la aplicación agravada de brutales medidas antipopulares, convenientemente tapadas durante cada campaña electoral. Dado que no han revelado al pueblo el programa que aplicarán y bajo qué órdenes y dictados lo harán (mercados, banqueros, poderes fácticos, etc.), efectivamente las elecciones están cargadas de ilegitimidad.

Normalmente suele seguir una desmoralización tras cada proceso electoral, pero es clave mantener la cabeza fría. Porque, por ejemplo, ninguna opción de las presentadas con cierta opción de llegar al gobierno planteaba la expropiación de la banca. Y, sin embargo, sería fácil encontrar a gente que defendería esta opción, independientemente de que sus partidos votados no lo hicieran. Así que, en materia de apoyos, un movimiento para expropiar a los expropiadores podría lograr que los votantes se desvincularan del voto y se sumaran a su causa. La condición para acercarnos a eso está clara: que existiera precisamente un movimiento que lo propusiera y que supusiera una fuerza real.

Publicado en la revista Red Roja Nº 17. Enero 2019

Comparte en tus RRSS