Herminio Almendros: maestro de maestros

“Por ahora nos sobra, nos estorba el maestro señorito que abomina y huye del pueblo por asco de la contaminación del campesino sudoroso y analfabeto. Nos estorba el maestro que lleva al pueblo la pedantería de su sapiencia libresca, y dedica la reacción de su sensibilidad ramplona a denigrar, a menospreciar la existencia aldeana y a escarnecer las costumbres y dolerse de la vida inconfortable y a mofarse de la ignorancia, ofreciendo una radical incomprensión ante los resortes del alma campesina. Necesitamos al maestro de sólida formación cultural, sí, pero, principalmente, al maestro que posea un sentido reverencial y altruista de su misión, una clara conciencia y una honda emoción por la obra de la educación popular. Es decir, necesitamos educadores proletarios, no educadores señoritos”.

HERMINIO ALMENDROS

Un espíritu crítico y comprometido. Una sensibilidad irreductible y unas ansias irrefrenables de contribuir al nacimiento de una humanidad más humana, mejor. Estos son los grandes motivos que inspirarían la vida de Herminio Almendros. Pedagogo, maestro de maestros y amigo de los niños y niñas de España, de nuestra América y del mundo. En especial de ese mundo honesto, duro, rudo, simple y silvestre del campesino. De aquel que labra palabras rasgadas en la tierra viva con burro, hoz y azada, y cuyos hijos e hijas estaban educados en la resignación. Nacido en el seno de una familia muy humilde en 1898, el año del “Desastre”, en la pequeña localidad de Almansa, villa incrustada a medio camino entre la estepa castellana y las vegas valencianas. Lugar donde en la inquieta mente de este joven, empático y solidario, arraigarían profundos sentimientos de rebeldía. Rebeldía contra la condición de postración intelectual que la enseñanza liberal y caciquil instaurada en España otorgaba al campesino. Rebeldía contra la cadena silenciosa que ligaba a los hijos e hijas del labrador a la tierra del señorito. Rebeldía que sería perseguida y censurada por el fascismo y que finalmente encontraría otro ejército de rebeldes en el que florece como poderosa fuerza emancipadora.

Pertrechado con estas profundas convicciones, y gracias al salario de su padre–peón ferroviario- conseguiría acabar los estudios reglados de magisterio en Alicante, provincia en que ejercería como maestro hasta 1921, año en que marcha a Madrid para proseguir sus estudios en la Escuela Superior de Magisterio. En la capital entra en contacto de lleno con las teorías reformadoras que tratan de impulsar una transformación radical del sistema de enseñanza, dentro y fuera de la institucionalidad. Las primeras décadas del siglo XX en España suponen la llegada al país de multitud de corrientes intelectuales con vocación transformadora, que arraigan entre la intelectualidad progresista. Es el momento del regeneracionismo de Joaquín Costa que apuestan por un impulso renovador que modernice al país. Es también el momento en que se consolidan las organizaciones marxistas y anarquistas. Todo este hervidero de ideas conmociona a Almendros, que después de culminar sus estudios superiores y ser destinado como inspector de enseñanza media a Aragón y Cataluña, se vincula con la escuela Freinet de pedagogía. Esta escuela-muy influenciada por las innovadoras técnicas de enseñanza desarrolladas en la Unión Soviética-preconizaba la superación definitiva del sistema de formación tradicional de corte memorístico y aleccionador, y pasa a concebir al niño como un sujeto activo y creador. Además, trata de implementar el uso de las entonces nuevas tecnologías al magisterio (como el cine o la imprenta) y fomenta la creación de Escuelas-Taller. Todo ello con el objetivo de superar la fractura que existe entre la escuela tradicional y las condiciones reales de vida de los estudiantes.

En 1931, durante su estancia en Cataluña, es instaurada la Segunda República. Sobre la base de una gran movilización popular se instala entre la intelectualidad progresista un ilusionante clima de transformación y de reforma social. En ese momento Almendros difunde artículos como: “La escuela rural” o “La función del libro en el trabajo escolar”, en ellos diagnostica los principales problemas del sistema educativo instaurado en España, al que califica como excluyente, desigual y deformador de las capacidades innatas del niño. Participa también entonces de las “misiones pedagógicas” en las que caravanas compuestas por personalidades del mundo de la cultura–artistas, escritores, maestros– recorren los pueblos remotos y olvidados de la geografía del país, haciendo llegar a ellos el cine, la biblioteca, el teatro. Sin embargo, todo ese impulso reformador desde la base y la institución sería abortado a sangre y fuego por la intentona golpista que daría comienzo a la guerra civil. El avance de la contienda conducirá al exilio a miles de maestros y profesores, tachados de “degenerados”, “rojos” y “masones” por el bando franquista, que iban a ser perseguidos y-en caso de ser capturados-torturados, encarcelados y ejecutados en juicio sumarísimo. En 1939 Herminio consigue exiliarse a Francia a través de los Pirineos instalándose en la casa del propio Freinet. Sin embargo, las autoridades de este país recelan de los refugiados españoles, a quienes consideran “subversivos izquierdistas”. La situación es irrespirable y con Hitler ya a las puertas, nuestro “maestro de maestros” es convencido, casi arrastras, para trasladarse a Cuba. Lejos de la inminente gran guerra, pero también lejos de su hogar y su familia, con la que tardaría casi diez años en poder reencontrarse.

Instalado en Cuba colabora con diferentes instituciones pedagógicas, realiza sus estudios de doctorado en la Universidad de Oriente, e imparte conferencias por todo el país, hasta que el gobierno de Carlos Prío Socarras (1949-1952) lo contrata como asesor técnico de inspección escolar. Inmerso de lleno en el sistema educativo de la república descubre el profundo carácter neocolonial, clasista, corrupto y clientelar del sistema político previo a la revolución. No obstante, la relativa estabilidad de este periodo le permite concentrarse de lleno en la elaboración de libros infantiles, su auténtica pasión, a la que se entregaría con devoción durante toda la vida. Para Almendros, la escuela debía desterrar de una vez y para siempre los manuales y fomentar una relación creativa y genuina con el lenguaje del niño, y por eso, creía que la práctica totalidad de la literatura infantil no servía a tal propósito. Al niño debía tratársele con sobriedad y sin artificios imaginativos, se le debía preparar para la vida y al mismo tiempo educarlo en valores morales elevados de paz, justicia, igualdad, solidaridad y de armonía entre los seres. Todos esos motivos los encontraría Herminio en la obra y pensamiento de José Martí, a cuya difusión e investigación se encomendaría hasta los últimos días de su vida. Fruto de ese impetuoso encuentro en 1952 publica su célebre “A propósito de la Edad de Oro”, que asentaría las bases para el estudio de una auténtica pedagogía martiana.

La llegada al poder del dictador Fulgencio Batista y el clima de censura y represión que se cierne sobre el país le fuerzan de nuevo a emigrar, esta vez a Venezuela, donde desempeñaría tareas para la UNESCO hasta el triunfo de la Revolución cubana. Tras la consolidación del nuevo gobierno, es contratado como asesor por el recién nombrado Ministro de Educación Armando Hart, desempeñando desde ese momento y hasta la fecha de su muerte en 1974, multitud de cargos y responsabilidades. Participando activamente en la colosal campaña de alfabetización, en los enérgicos debates en torno a la reforma universitaria, y ayudando a diseñar la nueva escuela revolucionaria. Enfrentado como Fidel al sectarismo, sentiría esa revolución como una gran segunda oportunidad, como un tsunami de esperanzas, como un terremoto de “energías jóvenes” –diría él- al que se sumaría como uno más, dispuesto a relanzar aquel proyecto que hubiera quedado truncado en su añorada España.

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