Palestina: algunas reflexiones desde la distancia (que debería serlo menos)
En estos mismos instantes, el ejército de Israel se agolpa en la frontera, dispuesto a invadir por tierra, mar y aire el permanentemente maltratado, bloqueado y bombardeado territorio palestino de la franja de Gaza. Tras 75 años de ocupación, colonialismo, limpieza étnica, apartheid, explotación, bloqueo y humillaciones, el sionismo se dispone a perpetrar una invasión territorial directa de “tierra quemada”, con tintes abiertamente genocidas, mientras el gobierno de Netanyahu se refiere a los palestinos como “animales humanos”.
La complicidad de los gobiernos occidentales contrasta nítidamente con el auténtico clamor popular que ha surgido en las calles -también aquí, en Occidente-, en defensa de Palestina y su liberación. Desde Red Roja, saludamos las movilizaciones populares que se están dando, tras el llamamiento de las plataformas solidarias. Felicitamos también a los movimientos antiimperialistas, por su papel en la denuncia de lo que está ocurriendo en Palestina en estas horas difíciles.
Como podía esperarse, nuestras movilizaciones solidarias son menos reportadas mediáticamente de lo que deberían. Será cuestión, pues, de exigir a los medios que muestren las manifestaciones de apoyo a Palestina que se están produciendo por toda Europa, así como la realidad de lo que sucede en Gaza: hay un pueblo agredido y pisoteado desde hace décadas, y hay unos agresores sionistas que han ocupado a sangre y fuego el territorio de dicho pueblo.
Se nos impone exigir, ante todo, a los gobiernos occidentales que, como les están reclamando ya sus propias calles, dejen de ser cómplices de Israel; que paren esta invasión criminal y genocida. Porque esta agresión del Estado de Israel no es, en realidad, obra de ellos solos. Es, de hecho, facilitada por una retaguardia imperialista, cuyo primer factor es evidentemente EE UU, pero que comprende también a una gran parte de los Estados de Europa occidental. Sin esta complicidad, la infame agresión, que lleva produciéndose desde 1948, no habría sido posible.
Así pues, en este contexto, lo que está sucediendo va mucho más allá de la acción armada de Hamás. Hay que recordar que el problema de fondo es que un pueblo fue expulsado de sus tierras en 1948, creándose un Estado de Israel totalmente artificioso y que declaraba, de manera totalmente demencial, ampararse en las páginas del Antiguo Testamento, remitiéndose a varios miles de años atrás con conceptos míticos de “pueblo elegido” y de “tierra prometida”. Así pues, la lucha palestina es la lucha heroica de todo un pueblo, representado en sus organizaciones políticas y de resistencia. Y las ambiciones sionistas son una injusticia avalada por Occidente, a la que incluso muchos judíos ortodoxos se oponen, quienes han aspirado a vivir en una Palestina multiconfesional donde su ejercicio religioso dejara de ser utilizado por un sionismo supremacista nacido en las postrimerías del siglo XIX. Traigamos a la memoria las colas de esos religiosos judíos a las afueras del hospital parisino donde finalmente moriría Yaser Arafat.
Naturalmente, desde nuestra óptica, la mejor solución sería la creación de un único Estado laico para toda Palestina, y no simpatizamos con la pretensión de crear un Estado teocrático y religioso, por cualquier parte. Pero debemos insistir: esto no es una cuestión de judíos contra palestinos, sino de sionistas que invitaron a los judíos dispersos por todo el mundo a colonizar una tierra en la que nunca habían vivido, en la que vivían otros. Es fácil imaginar la rabia de un pueblo constantemente machacado y humillado, mientras a pocos metros se celebran fiestas de colonos…
Por eso, más allá de lo coyuntural, que acaba siendo algo anecdótico a nivel histórico y político, la causa palestina es una causa justa, que atañe a un pueblo que, tras siete décadas de asedio, se organiza como buenamente puede y ejerce la resistencia contra quien pretende negarle su propia existencia. No es momento de dejarse distraer por falsos debates morales, ni de olvidar las causas reales de lo que está sucediendo. Esto no empezó precisamente la semana pasada. El no reconocimiento del Estado de Israel tiene unas causas históricas mucho más profundas.
Tampoco es el momento de grandes disquisiciones ideológicas, como bien comprendió Marx: por más que no le gustara el nivel ideológico de los guerrilleros españoles, ello no justificaba la invasión de las tropas francesas. Un marxista no se deja llevar por la “ideología” ni por las “declaraciones” verbales de un movimiento, y se pregunta siempre dónde está el lado correcto de la historia. Respeta a los pueblos, con humildad. Y, antes de pontificar y dar lecciones, se pregunta qué límites han impedido a los comunistas ejercer un liderazgo político-práctico entre los pueblos para que fuerzas de otro tipo hayan progresado más que nosotros. En el caso de Palestina y otros lugares del próximo Oriente, hay que comprender que el liderazgo entre los pueblos que sufren ha sido en gran medida resultado, más allá de invocaciones religiosas, de mucha obra social (eso que algunos llaman “asistencialismo”), algo que aún se realza más cuando estamos hablando de poblaciones llevadas impunemente al extremo de la desesperación y la miseria.
Por otro lado, hay que contextualizar los hechos, cuya clara responsabilidad es occidental por más que pataleen los medios (que no están “en el medio”, sino de parte de sus pagadores): dichos hechos no se producen en cualquier contexto, sino en una situación de clara degradación internacional, de tendencia a la guerra. No es solo, ni mucho menos, Netanyahu quien se juega aquí su futuro; ni siquiera Israel. Es el propio imperialismo norteamericano, que recientemente arrastró a Europa a sus aventuras bélicas en Ucrania. Lo llevamos declarando desde hace años: en su intento por poner coto a su pérdida de hegemonía imperial, en la que basan su misma potencia económica parasitaria, optan por degradar e incendiar el mundo.
Finalmente, los recientes acontecimientos demuestran que Estados como el de Israel, que se ufanan de controlarlo todo a base de espionaje, check points y a punta de pistola, son en realidad “tigres de papel” artificiales, sostenidos con fondos occidentales y que muestran suma debilidad cuando, a diferencia de enfrentamientos bélicos clásicos entre Estados como las guerras en las que Tel Aviv se jacta de haber ganado, lo que se le enfrenta es una estrategia de guerra de todo el pueblo como ya pasara en Vietnam. Por cierto que también allí el pueblo vietnamita fue criminalizado por los imperialistas franceses y yanquis a fin de justificar quemarlo vivo con sus bombas incendiarias de napalm.
Efectivamente, el desespero belicista que ahora demuestra Israel pretende también ocultar esa debilidad, que les avergüenza: su “escudo” de miles de millones se vio repentinamente superado por los combatientes palestinos, que cuentan además con una nutrida red de túneles para ocultarse cuando entren en su territorio. Sería un error desmotivador y paralizante considerar que los imperios son omnipotentes, cuando precisamente ahora se muestran patidifusos.
Hemos comenzado saludando las importantes y necesarias manifestaciones de solidaridad con Palestina que se han producido en toda España (y en el resto de Europa). Pero, desgraciadamente, esta agresión militar no se frenará solo haciendo manifestaciones que apelen a la conciencia. Será necesaria una solidaridad que esté a la altura del desafío que plantea el enemigo, si de verdad deseamos detener una agresión tan salvaje como la que estamos viviendo. Redoblemos nuestra solidaridad, como nos exigía la clara, la entrañable transparencia de nuestro comandante Che Guevara.