Hacia un frente de salvación popular
(Se impone el rescate de nuestro pueblo, y no el de los emporios financieros y empresariales que lo parasitan)
El colapso sanitario que ya nadie niega ha puesto a la orden del día las reivindicaciones de los colectivos en lucha por la defensa de la Sanidad Pública: mayores recursos presupuestarios, empezando por revertir los brutales recortes de la anterior década, y anular las privatizaciones que han pretendido hacer de la salud un negocio que, además, discrimina entre pacientes según su clase social. Vemos cómo la sanidad pública se desborda mientras los hospitales de gestión privada con financiación pública miran para otro lado y las aseguradoras privadas, en medio de la tragedia, pretenden hacer su particular agosto con la angustia de la gente. Por todo ello, hoy se hace indispensable nacionalizar de forma definitiva la sanidad privada, derogando la ley 15/97. Pero esto no es suficiente en la actual coyuntura de emergencia sanitaria y social. Hay que asegurar al máximo el suministro del material hospitalario y de protección interviniendo en el ámbito empresarial, incluyendo la industria farmacéutica. En el aspecto laboral, dicha protección tiene que acabar con esa hiriente imagen de trabajadores forzados a realizar su labor sin condiciones de seguridad. Al tiempo, se impone una planificación social del confinamiento para poner freno al abandono en que han sido sumidos amplios sectores de la población tras el parón en seco de los ya de por sí escasos servicios sociales. Y se requiere una intervención en el ámbito de la vivienda ante la incertidumbre que pesa sobre miles de familias respecto a cómo van a asegurar el pago de sus alquileres e hipotecas.
Pero esta emergencia sanitaria ha acelerado y agravado la profunda crisis socioeconómica que ya se venía anticipando. De momento, más de 1,7 millones de trabajadores han sido afectados por los ERTE facilitados por el gobierno. Asistimos a una auténtica avalancha de más de 200.000 de ellos siendo los más grandes los de El Corte Inglés, Securitas Direct, Seat, Burger King, Iberia, Renault… a la espera del ERTE de Inditex que afectará a otros 25.000 trabajadores. A nadie se le escapa que, dada la recesión que nos amenaza y la dependencia endémica del turismo, muchos de estos trabajadores acabarán perdiendo sus trabajos de forma definitiva. Pero, además, innumerables empresas no están recurriendo a los ERTE, sino al despido individual y definitivo.
El gobierno ha aprobado una serie de medidas que, aunque anunciadas como un “escudo social”, más bien podrían catalogarse de un escudo para la banca y las grandes empresas. El Estado avalará 117.000 millones para que la banca pueda administrar más préstamos a su antojo y con total seguridad. Obviamente serán los grupos financieros los que decidirán a qué empresa los prestan y a cuál no. Más que probablemente, la lógica financiera los llevará a conceder este dinero a las grandes corporaciones con las que los bancos están entrelazados. Y además, sin riesgo alguno: efectivamente, cuando se produzca un impago, el Estado será el aval. ¿Qué pasará con las 150.000 pequeñas empresas y con los tres millones de autónomos sobre los que se cierne la amenaza de cierre definitivo de sus actividades? Por su parte, la UE ha aprobado que el BCE compre 750.000 millones de euros en activos. ¿Qué duda cabe de que la parte de ellos que se destine a España servirá para comprar bonos de esos mismos bancos y grandes corporaciones?
Todas estas medidas a favor del gran capital anticipan un nuevo rescate que, si no se culmina en los mismos términos que la vez anterior, es porque el propio sistema cuenta con menos margen de maniobra y se están exacerbando las peleas dentro de la misma UE. Precisamente los Estados dominantes de esta Unión Europea quieren utilizar la crisis para, vía el arma de la deuda, conquistar sectores enteros de los países más débiles, como ya ocurriera, entre otros, con Grecia hace unos años. Hay que alertar, pues, sobre la utilización propagandística del coronavirus para tapar la podredumbre y la barbarie intrínsecas a un sistema dominado por el parasitismo financiero, que ya ni siquiera es capaz de estabilizar “su” propia economía real productiva. Y en consecuencia, igualmente hay que inmunizarse cuanto antes ante la utilización perversa del estado de alarma, que dicta el confinamiento, para amordazarnos aún más y sofocar la capacidad de lucha redoblada que vamos a requerir.
Debemos aprender de las experiencias acumuladas de la primera gran réplica de la crisis sistémica de 2007-2008, de la que todavía arrastramos los recortes sociales y laborales que fueron el contrapunto del primer gran rescate del gran capital “patrio”. Y también hemos de retener las lecciones de las mareas de movilizaciones iniciadas en 2011, en gran medida sofocadas en el altar de un reformismo cada vez más imposible y del ilusionismo y de la politiquería electoralistas. De aquel ciclo de masivas y dispersas movilizaciones sectoriales, quedó pendiente fundirlas en un torrente único que abrazara un programa común que no se limitara a exigencias particulares, ni a la crítica de uno u otro gobierno de turno al servicio del gran capital, sino que apuntara al cuestionamiento del poder político real. Hoy toca culminar esa tarea.
Como respuesta a la crisis económica que se está fraguando y para revertir las crueles consecuencias sociales y laborales que esta tendrá, proponemos a las organizaciones obreras y al activismo social impulsar un frente común dedicado a salvar al pueblo y no al gran capital. Urge la unificación de todos los sectores en lucha y a que hagan suyo un conjunto mínimo de medidas que, sin ser de ningún sector en particular, lo son de todos: una alternativa política común que apunte claramente a la disputa del poder real, sin el cual ninguna de las medidas que cualquier sector plantee tendrá garantías de obtenerse y mantenerse.
1) La expropiación de la banca privada, que parasita a través del crédito arbitrario al resto de la sociedad asfixiando a la propia economía real productiva. Un parasitismo que cada vez se da más en fuerte competencia internacional, con el rescate bancario como arma de lucha entre potencias extranjeras. Como contrapunto, creación de una sólida banca pública que relance la producción.
2) La negativa a pagar la llamada “deuda pública”, herramienta artificialmente creada por el capital financiero internacional y nacional para mantenernos sometidos indefinidamente a su chantaje. Solo el pago de los intereses de la Deuda ha supuesto ya 31.400 millones al año, 86 millones de euros al día. Recursos que podrían destinarse a rescatar al pueblo.
3) La ruptura con los dictados de la UE, cuyos gerifaltes han optado por el “sálvese quien pueda”, incluso ante el drama experimentado en los marcos estatales italiano y español, consagrándonos en nuestra condición de patio trasero de los poderes centrales de ese bloque imperialista.
4) Finalmente, se impone la intervención de las grandes empresas de producción y distribución, evitando así la fuga de capitales que ya se está produciendo y que contribuye sobremanera a dejar a millones de trabajadores de forma crónica en el paro, e incluso literalmente desahuciados en la calle.
Solo así podremos hacer realidad lo más necesario:
5) Implementar la planificación racional y democrática de la economía en función de las necesidades reales de la población y no al servicio de la especulación y el beneficio de los oligarcas. Hoy, la quiebra ya constatada de sectores como la construcción y el turismo nos permite repensar nuestro modelo de desarrollo.
Este programa político es susceptible de ser modificado y precisado dentro siempre del espíritu rupturista con el (des)orden económico existente. Pero, en cualquier caso, es necesario dar a estas ideas una cristalización política. El enemigo pondrá en valor su experiencia y nosotros tenemos que hacer lo mismo. Si en el anterior periodo de crisis no fue posible, no hay tiempo ya que perder. Hacemos un llamamiento al pueblo y al activismo sindical, social y político. Es el momento de aparcar nuestras legítimas diferencias y ponernos manos a la obra para ir conformando un Frente de Salvación Popular, para que esta crisis no la pague el pueblo sino la oligarquía financiera y económica que la ha provocado.
Saludamos también a las redes de auto-apoyo popular que se han creado y que, no por casualidad, han surgido allí donde el activismo se ha mantenido con fuerza. Para materializar esta propuesta será vital contar con el poder popular de base.
Construir poder popular desde cada rincón, pero con un programa unitario de ruptura. Tal es la estrategia que necesitamos para que los sectores populares y sus distintos destacamentos puedan hacer frente a esta avalancha y pasar al contraataque.
Red Roja, 1 de abril de 2020