La “Europa social”: ¿propaganda electoral o simple oxímoron?
Los maestros barrocos como Quevedo solían hablar de “hielo abrasador”, de “fuego helado” o de “herida que duele y no se siente”. Es el arte del oxímoron o contradictio in terminis. Sin embargo, los libros de texto hacen mal en citar al sonetista madrileño o a Borges o Baudelaire para explicar la singular figura retórica. Tendrían un ejemplo más claro y actual en nuestros “poéticos” dirigentes políticos, que gustan en llamar a la UE “la Europa social”.
Tras muchos años, seguimos sin saber dónde queda esa “Europa social” de la que, en estos días, todos (y en particular los del PSOE y Sumar) tanto hablan. ¿Quizá en otro continente o planeta? Porque lo que conocemos aquí es la UE, con su antecedente de la Comunidad Económica Europea; y esta con su antecedente en la Europa de posguerra, gobernada directamente por la derecha y el liberalismo.
Sabemos, sin embargo, que se refieren a la Europa de finales de los 70, con dirigentes socialdemócratas como Olof Palme, Willy Brandt o Harold Wilson; con los sindicatos movilizados en masa, con la presión de los comunistas y, en el fondo, con la amenaza revolucionaria soviética. ¿Cómo iban a permitir que a apenas unos kilómetros el socialismo garantizara derechos (pensiones, vacaciones pagadas, sanidad gratuita, etc.) que aquí ni siquiera se soñaban aún?
Así, usaron parte de lo obtenido superxplotando al tercer mundo para dar un poco de estabilidad al sistema, a la vez que los sindicatos ganaban batallas. Pero en 1973 vino la crisis del petróleo y, con menos margen de maniobra, los socialdemócratas sencillamente dejaron de serlo: aplicaron austeridad. Decepcionados, sus votantes les dieron la espalda y entraron los gobiernos tiránicos de Thatcher, Kohl o, en los Estados Unidos, Reagan. Así pues, ¿cuántos años duró esa supuesta “Europa social” que, sin embargo, se enarbola eternamente?
Los 80 fueron años de buena música y de zapatillas míticas, pero no da tanta nostalgia cuando uno recuerda que en la segunda mitad de esa década llegaron el Mercado Único y la Unión Económica y Monetaria: ultraliberalismo y recortes sociales. Así fueron creando una Comunidad Europea sin competencias sobre política social, fiscal o sobre el impuesto sobre la renta; para modificar cualquier cosa hacía falta una unanimidad en el Consejo que sabían que nunca se daría.
Mitterrand llegó al poder en Francia en 1981 prometiendo de nuevo una maravillosa “Europa social”, pero el Consejo Europeo se rio de él, lo amordazó y le hizo traicionar todas sus promesas. A Oskar Lafontaine le pasó lo mismo en Alemania en 1998 y, años más tarde, Tsipras (para colmo, dirigente de un país periférico) repetiría la historia como farsa, cuando la Comisión Europea le impidiera a Syriza cumplir un solo punto de su programa y hundiera al pueblo griego en la pobreza. ¿Y esa es la bucólica Europa “social” con la que, según Mitterand, Lafontaine y Tsipras, no hay que romper?
A todo esto, la Confederación Europea de Sindicatos, a la que pertenecen CC OO y UGT, rechazó la idea de algunos sindicalistas franceses y belgas que pretendían coordinar una huelga a nivel europeo. Con sindicatos amarillos y ya sin el socialismo real, la correlación de fuerzas real mejoró… para los capitalistas. Precisamente la inexistente “Europa social” es justo lo contrario de la Europa capitalista real construida por las clases dominantes del Viejo Mundo.
Todo eso de la “democracia” a la Comisión Europea le ha importado siempre un carajo, como demostró pisoteando el voto popular tras los referendos sobre el Tratado Constitucional Europeo en Francia y los Países Bajos en 2005, o imponiendo en 2015 a Grecia políticas de recorte contrarias a las votadas por su pueblo. Sin embargo, ahora Thomas Piketty nos habla de una “nueva dinámica política” a favor de una “transformación social” de la UE, obligada por la crisis sanitaria. Tan “brillante” econom(progres)ista declaró esto al observar la suspensión (temporal) del “Pacto de Estabilidad y Crecimiento” de Maastrich, con sus restricciones en materia de déficit y deuda, así como al analizar la creación de los fondos “Next Generation”, respaldados por bonos de deuda mutualizados.
Piketty olvida que los fondos “Next Generation” eran solamente para lo que dictara la Comisión Europea (para que despeguen sus multinacionales de “economía verde y digitalización”) y que se retirarían en caso de no cumplirse determinadas contrarreformas sociales y laborales, ligadas −decían ellos− al objetivo de bajar la deuda y el déficit público. De hecho, seguimos a la espera de una rectificación pública de Piketty, tras haber hecho el ridículo: después de la excepción efectivamente motivada por la pandemia, el 17 de enero de 2024 el Parlamento Europeo ha anunciado graves sanciones contra contra los países cuya deuda supere el 60% del PIB, imponiendo 100.000 millones de recortes durante los próximos años. Ya no solo impondrán un 3% de déficit, sino que Alemania impondrá que los países se comprometan a no superar el 1,5% (supuestamente para disponer de un colchón de seguridad en caso de crisis). Sencillamente, ¿es “social” una Europa que impone recortes del gasto público salvajes?
Ahora nos piden el voto para “frenar a la extrema derecha”. Una conclusión está clara: ningún partido de esos que nos piden el voto para el 9 de junio puede presentarse como “antiausteridad” si, simultáneamente, no se presenta como partidario de romper con el euro y con la dictadura de Bruselas. ¿No es evidente que precisamente dicha austeridad, obligatoria por ley en el marco de la Unión Europea, es la que está motivando el auge de la extrema derecha?
M. Caracol militante de RED ROJA