Sí se puede… planificando al servicio del pueblo [Editorial Revista Nº22]

Se profundiza en una gravísima situación de crisis social y laboral que afecta a cada vez más sectores, que ven cómo pueden ser o directamente están siendo arrojados al abismo; todos los informes muestran que la pobreza se está disparando y que ninguna de las medidas sociales anunciadas por el gobierno está siendo capaz de frenar esta deriva. Los ingresos mínimos vitales y demás ayudas, ya mínimos en su concepción, encima no se materializan como se proclamaban tan teatralmente; los ERTES se convierten en ERES a una velocidad cada vez más elevada; y el endeudamiento, o directamente quiebra de pequeños negocios, es una realidad. El último episodio de la comedia gubernamental ha sido la tan cacareada ley de vivienda, uno de los acuerdos centrales de la autoproclamada coalición progresista, reducida a bonificaciones fiscales a especuladores, incapaces de tocar los precios abusivos ni por supuesto parar la sangría de los desahucios.

La pandemia ha acelerado y agravado una crisis que ya venía de atrás, pero es que además la misma está contribuyendo a justificar toda una “opa” que se está haciendo a lo poco que queda de derechos, igual que está dificultando la capacidad para organizar la respuesta necesaria. Las situaciones sanitarias de emergencia y desesperación están sirviendo para aguantar de mala manera el desastre que realmente se está fraguando, dificultando las condiciones para la elevación del malestar a un cuestionamiento real del sistema y a canalizar en ese sentido estratégico las protestas.

El sector sanitario está al límite, con una falta alarmante de recursos. La intervención del gobierno no solo no ha puesto coto al negocio privado de la salud, también ha aprovechado para atacar y desmantelar el sistema público de salud; por cierto, queriéndonos hacer creer que la amenaza solo nos proviene de las comunidades gobernadas por el PP. Lo verdaderamente sustantivo es que la pandemia no solo ha revelado desde el principio la incompatibilidad que hay entre el desorden intrínseco de una economía al servicio del beneficio del capital y la planificación preventiva que se habría necesitado para evitar esas decenas de miles de personas que han fallecido. También nos han llevado a que todo dependa de las vacunas, cuando encima asistimos en este campo a otro desastre añadido en la gestión. Un desastre motivado por el hecho de poner por delante los intereses de los monopolios farmacéuticos, en medio de luchas geoestratégicas, sin atenerse a estrictos criterios de calidad (solo hay que ver los vaivenes en el tratamiento mediático de la vacuna Sputnik) y de protección de la población mundial sin importar la clase de Mundo a que se pertenezca.

Por lo demás, y ya con respecto a la alarma de Estado creada, con el anuncio de la implantación de los toques de queda en el pasado otoño, vivimos una explosión de indignación que provocó movilizaciones en numerosas ciudades. Meses después, y a raíz del encarcelamiento de Pablo Hasel, una nueva ola de protestas, mayores en número y en contundencia, ha vuelto a sacudir nuestras calles, expresando una rabia que va más allá del encarcelamiento del rapero catalán y que entronca con una situación cada vez más insoportable. La represión desatada y las burdas campañas mediáticas orquestadas desde los grandes medios han vuelto a hacer acto de presencia; así, si en el otoño todo el que salía a protestar era negacionista y le estaba haciendo el juego a la extrema derecha[1], esta vez todo ha ido de violentos, de contenedores quemados y de terrorismo callejero. Todo un adelanto de lo que puede venir cuando la lucha de clases alcance cotas más elevadas.

En general se profundiza en el desastre del capitalismo que conlleva el sálvese quien pueda en materia sociolaboral, económica, y también en el ámbito estrictamente de la salud. Sobran los ejemplos en este último año, donde cualquier medida tomada a causa de la pandemia ha estado atravesada y determinada por la oportunidad de negocio. Es necesario poner el acento en el desorden que conlleva las relaciones de producción y de apropiación capitalistas, y enfrentar a este desorden inherente al sistema el “sí se puede… planificando al servicio del pueblo”. Una planificación que no se puede dar sin cambiar la clase que tiene el poder; concretamente sin deshacernos de esa oligarquía financiera y de los grandes emporios empresariales que nos parasitan. 

La situación de desamparo se da con especial fuerza en un país como el nuestro, incapaz hasta de proteger los negocios que se ven obligados a cerrar, como hacen en mayor medida en otros países del entorno. De los fondos de reconstrucción europeos hablaremos más en profundidad en el artículo “Deuda, límites de las políticas monetarias en la salida de la crisis” perteneciente a esta misma edición de la revista, pero hay que hacer inciso en que en realidad el único rescate existente es para la gran burguesía, y que es desde las altas instancias de la UE desde donde están decidiendo a qué va destinado todo este dinero, con unas prioridades muy claras: “transición ecológica”, “nuevas tecnologías”, etc., eufemismos para ocultar que en el fondo todo ello irá a parar a la banca, a las empresas energéticas o a otros grandes monopolios, aumentando una deuda que ya se está disparando y que de nuevo le acabará tocando pagar al pueblo. Y por cierto, estos fondos también han venido a allanar el terreno para la penetración del capital euro-alemán, no sin fuertes contradicciones con el capital patrio.

El gobierno continúa mareando la perdiz, gestionando de facto la crisis para los capitalistas –al margen de postureos y peleas politiqueras– sin tener ningún tipo de agenda social más allá de medidas timoratas, con mucha propaganda publicitaria, que luego ni siquiera se llevan a cabo de forma consecuente. Y desde la coalición “más progresista de la historia” se continúa utilizando el fantasma de la extrema derecha para hacernos pasar que son un gobierno de casi “frente popular” que hay que salvar. Les viene bien el espectáculo de esas peleas con los “doberman” reaccionarios, por emplear la expresión que ya en su día utilizaba Alfonso Guerra cuando los descamisados felipistas se integraron en el régimen del 78 de la mano de la primera edición de “Por el cambio”.

El caso es que en los últimos meses Unidas Podemos ha pasado a tomar una posición más de “rebelde” dentro del gobierno, con posturas más izquierdistas de cara a la galería, llegando incluso a hablar del régimen, de que tenemos sólo una democracia a medias, etc. Y es que en vista de su derrumbe, necesitan tener una cierta posición de fuerza e independencia frente al PSOE, conscientes de que necesitan “ser algo” –y sobre todo ser algo diferenciado a los de Sánchez– si quieren aspirar a mantener sus puestos en el gobierno. Su contradicción es esta: necesitan ponerse “radicales” contra el régimen para precisamente poder mantener un espacio dentro del mismo, y los recientes movimientos de Iglesias saltando del gobierno van en esa misma línea.

Esa contradicción podemita a su vez se complica con las verdaderas intenciones que siempre ha tenido Sánchez, y de las que hemos venido advirtiendo en nuestros editoriales desde que fuera cuestionado por la vieja guardia de su partido. Unas intenciones que siempre han consistido en liderar la “pata izquierda” del régimen del 78 como paso previo para reestabilizar a este, sin descartar una vuelta al bipartidismo; sobre todo, si una calle desmovilizada permite ser más despreciativo con unos advenedizos de Podemos que, al fin y al cabo, han contribuido a canalizar electoralmente la indignación dando tiempo al régimen para amordazarnos aún más.

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Hoy se hace más necesario que nunca el trabajo de toda la militancia y el activismo consciente en la perspectiva por un referente político de masas, de esa máxima unidad popular combativa capaz de agrupar al máximo número de sectores populares contra el enemigo principal. Es la única manera de “simplificar” la situación en desarrollo en sus posibles salidas, y apuntar hacia la única salida que realmente lo es: cuestionamiento del sistema con la perspectiva de la toma del poder. Lo contrario es la degradación máxima social, es el peligro de movilizaciones reaccionarias de sectores desesperados enfrentándose a otros en igual o en peor situación.

Arrastramos una enorme dificultad a la hora de generar masa crítica de cara al gobierno, también entre en gente cercana, debido a los ataques de la extrema derecha, y es por esto que la importancia del estilo de trabajo militante pasa a un primer plano. A menudo se nos hace necesario huir de frases hechas, de discursos muy elevados. Se hace necesario incluso  “desideologizar” buena parte de esos discursos para situarlos en el terreno de los recortes que hunden al pueblo con tal de salvar a la oligarquía.  

De los dos aspectos del trabajo militante que integran lo que llamamos la dualidad organizativa, la dialéctica vanguardia-masas, que todo destacamento revolucionario debe desarrollar, el de la propia siembra en la formación y la organización de cuadros es sin duda el más elevado. Pero el que hoy da seriedad a todo trabajo militante es esa capacidad para contribuir a revolucionar la realidad, para organizar el plano “inferior” de los sectores populares, más allá de ideas impropias y atrasadas en estos. A ello nos debemos.


[1]     https://redroja.net/comunicados/la-lucha-de-clases-en-el-coronavirus-mas-dosis-como-remedio/

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