Digan lo que digan, (des)califiquen como (des)califiquen, ha sido, pues, la resistencia de un pueblo martirizado la que ha forzado que haya un vuelco en el escenario internacional en lo que a la cuestión palestina se refiere. Tuvo que advenir el 7 de octubre para que se pasara del plan de blanquear a Israel, ampliando los acuerdos de este con los países árabes, a que todos estos acuerdos se paralizaran. Y para que, además, ante la masiva indignación mundial frente al genocidio sionista, algunos gobiernos tuvieran a bien calcular que les interesaba reconocer al Estado de Palestina, por nimio que fuera ese paso y por más que se declarase, como en el caso español, que se hacía por el bien de la propia suerte de Israel. Así que de pretender silenciar la cuestión palestina pasamos a tener que abrazarla, solo sea para que deje de hacer… ruido, y que este no se replique descontrolado hasta en las viejas metrópolis tal como ocurriera con la guerra de Vietnam; un temor fundado, al ver que las masivas movilizaciones propalestinas también pasaban por las calles y campus de las principales ciudades del “primer mundo”.