8 de marzo: trabajar la liberación de la mujer dentro de nuestra clase sin ceder a ninguna clase de desviacionismo

8 de marzo trabajar la liberación de la mujer dentro de nuestra clase

Ante un nuevo 8 de marzo, y tal como hemos hecho en años anteriores, queremos poner por delante nuestro más firme apoyo a las reivindicaciones específicas del movimiento de la mujer trabajadora en materia laboral, pero también en lo que se refiere a la igualdad real de género en todos sus aspectos.

En esta ocasión hemos querido, sobre todo, aportar un elemento de análisis que tenga en cuenta que la cuestión de la mujer ha terminado por generar un debate que no es estrictamente teórico, sino que afecta a la línea de actuación concreta en los marcos de lucha surgidos en la última década al calor de la crisis social. Un debate que no ha estado exento de fuerte polémica afectando a la misma intervención de proyección revolucionaria. Y, por tanto, no cabe negar esa polémica, sino que hay que afrontarla.

Desde luego, estamos ante un tema complicado que no podemos pretender resolver de un plumazo; y menos ante la inmediatez de la cita que nos espera, donde se exige arrimar el hombro en el planteamiento y avance en la solución de las reivindicaciones propias de la mujer trabajadora, doblemente afectada por su condición de clase y de género. En el marco de nuestra organización hemos dado pasos adelante para abordar ese debate al que aludimos y tenemos documentación al respecto. Pero sabemos que hay que seguir avanzando en su tratamiento con el rigor que requiere una cuestión que no solo posee gran calado histórico, sino también importantes implicaciones político-prácticas. Y es que hablamos de un asunto que –como se ha comprobado– cada vez más está atravesado por las asperezas de la lucha de clases, aunque también por las oportunidades que esta ofrece para su justa resolución.

Partimos de la base de que la opresión de la mujer, la contradicción de género, no comenzó con el sistema capitalista ni morirá con él. Esto, que es tan importante pero a menudo se olvida desde posiciones militantes incluso distantes en el activismo realmente existente, va más allá de su mera formulación teórica y tiene en realidad mucho más contenido político del que inicialmente pudiera parecer. No vale negar ni simplificar las cosas. El patriarcado ni comenzó con el sistema capitalista, ni sólo tiene relación con este sistema, ni se va a resolver completamente solo porque este caiga. Creemos que es en la incomprensión de esta idea –y en sus implicaciones– donde está en buena parte la fuente de los problemas en un sentido y en otro.

No hay que olvidar que la mujer –cualquier mujer, incluso de la burguesía– tiene contradicciones con el hombre. Insistimos: toda mujer, y no solo la mujer trabajadora (como de un tiempo a esta parte se ha oído decir desde posturas políticas más cercanas a la nuestra, como reacción equivocada frente a la contaminación burguesa de la cuestión de la mujer). Ahora bien, es crucial señalar que, por ello mismo, hay una disputa entre la mujer burguesa y la mujer obrera por liderar una lucha que en muchos aspectos, como indicamos, abarca al conjunto de ellas.

Bueno es recordar que precisamente fue en el II Encuentro Internacional de Mujeres Socialistas que se celebró en 1910 en Copenhague donde Clara Zetkin (junto a Käte Duncker) presentó la propuesta de conmemorar en Europa un “Día de la Mujer Trabajadora”, siguiendo los pasos que ya en ese sentido se comenzaron a dar en Estados Unidos. No obstante, en la historia han sido las mujeres burguesas las que han terminado por pesar sobremanera ideológicamente en este movimiento; un movimiento que, en cualquier caso, no ha dejado de conllevar avances históricos progresistas. En consecuencia, en esa lucha por los derechos políticos, sociales o culturales del conjunto de las mujeres, en gran medida las que proceden de las clases dominantes han liderado el movimiento, imprimiendo en él su línea política y sus aspiraciones (que, en última instancia, no pueden sustraerse a su condición de clase), como cuando hablan del famoso “techo de cristal”. Y, en toda lógica, era inevitable que esto generara un elemento de conflicto con la teoría proletaria, con el marxismo.

Sin embargo, para este, superar no es negar y partir de cero. Por eso el marxismo hace suyos los mejores elementos aportados por la burguesía para, a partir de ahí, añadir otros pisoteados por esta en el ejercicio de su explotación de clase. Esto incluye llenar de contenido real y material avances que tienen mucho de meramente formales en la consecución de derechos democráticos, de igualdad ante la ley, etc. Por tanto, no es problema para nosotros empezar por reconocer que, efectivamente, esa justa lucha por la igualdad de derechos, aun conducida por mujeres de la burguesía, ha traído avances positivos para todas las mujeres, como pueda ser por ejemplo el derecho al voto o los adelantos jurídicos en pro de la igualdad y la libertad de decisión en la propia familia. Ahora bien, una vez reconocido esto, ponemos el acento en afirmar que esta lucha a menudo se ha solapado de forma improcedente con la lucha proletaria en su conjunto, que es la que garantiza la verdadera liberación social más allá de logros formales. Y ese solapamiento improcedente del feminismo con la teoría proletaria es una fuente de problemas que especialmente es necesario afrontar desde la línea revolucionaria de intervención.

Se exige para ello hilar fino: aunque reconocemos que la plena superación de la opresión sobre la mujer trabajadora no se materializa automáticamente con la destrucción del capitalismo, sí consideramos que el sistema capitalista –como con tantas otras cuestiones– es ahora mismo el principal obstáculo no solo para la liberación del proletariado, sino también para la igualdad de facto de la mujer trabajadora dentro de su clase.

Lo que no nos parece riguroso es equiparar la lucha contra el capitalismo con la que hay que mantener contra el patriarcado. Como decimos, es cierto que la lucha por la liberación de la mujer tiene en el actual periodo histórico como obstáculo principal a la sociedad capitalista que se aprovecha de su opresión tanto en el plano nacional como en el plano imperialista exterior e “interior”. Nos referimos con esto último a las condiciones de nuestras compañeras hiperexplotadas en el llamado Tercer Mundo por las multinacionales, pero también a las mujeres inmigrantes en los “países avanzados”, como las temporeras y jornaleras en el campo, las del trabajo doméstico y de cuidados, etc.

Desde Red Roja defendemos que la batalla por la liberación de la mujer trabajadora se haga en el interior de la propia clase, implicando al conjunto de esta con todas las dificultades que ello pueda suponer. Hacemos nuestro el lema: una sola clase, una sola lucha. Así, haremos todo lo posible para que esta necesaria lucha que afecta específicamente a la mujer –que no hay que aplazar y que se impone en el día a día– no entre en contradicción con el combate global y fundamental de la clase obrera contra el sistema capitalista en el actual periodo histórico.

Efectivamente, necesitamos que la lucha de la mujer se desarrolle dentro de nuestra clase para que no sea instrumentalizada por la burguesía. Pero eso no puede hacerse negando la que debe darse para lograr la igualdad de la mujer con respecto al hombre de la clase obrera.

Sí: en el seno de esta tiene que haber una lucha por la igualdad de género, y no solamente animamos a que el movimiento de la mujer trabajadora se agregue a la lucha de la clase obrera, sino a que progresivamente tome posiciones de vanguardia, en las que hoy por hoy dicho movimiento adolece aún de mucho retraso. Sumado a ese reto, especialmente para la mujer obrera está (aunque no solo para ella) el desafío de relacionar correctamente, dialécticamente, la lucha por la igualdad con su compañero de clase y nuestro combate conjunto respecto a la burguesía.

Insistimos en que la existencia del patriarcado implica que no solo es el empresario el que abusa, sino que en nuestra misma clase hay que “ajustar cuentas” en términos de opresiones. Teniendo en cuenta que, como hemos mencionado anteriormente, la caída del sistema capitalista no acaba automáticamente con el patriarcado, no podemos esperar a que el problema se solucione solo. Muy al contrario, nuestra organización debe hacer todo lo posible por que se garantice la igualdad de género en el mismo interior de la militancia y de la clase sin caer en etapismos del tipo “ya lo haremos en el futuro”. Al tomar el poder político y sacar al capital de ahí (aunque no aún del conjunto de la sociedad) se tienen mejores herramientas para la liberación intelectual y cultural; pero las contradicciones más arraigadas requieren más dosis de pedagogía, como se ha visto en los propios países que se han adentrado en la construcción socialista. Por eso, llegamos a decir que, aunque la contradicción fundamental es la de capital-trabajo, la de género es superior y requiere más elevación de conciencia en la humanidad, al comprender un periodo mayor de la historia.

La mejor manera para que la mujer avance posiciones hacia la verdadera liberación no está en los platós televisivos ni en los consejos de administración de la oligarquía. Por nuestra parte, ya hemos comprobado que hay determinados campos donde la mujer está tomando un protagonismo de primer orden; por ejemplo, ha sido así en lo que respecta al trabajo de barrio, que se convierte con ello en uno de los ámbitos que facilita su toma de posiciones de vanguardia dentro de la clase.

A la vista de ello, al igual que tenemos que ir a la clase para elevarla políticamente, debemos ir al barrio para ayudar a una mayor incorporación de la mujer trabajadora, tanto a la lucha de su clase contra la burguesía, como a la de dentro de su clase por la igualdad. Y porque, además, yendo directamente adonde se encuentran las familias obreras es como se puede evitar mejor que la burguesía se aproveche de esta insoslayable tarea por la igualdad en el seno de la propia clase obrera, al tiempo que se garantiza que esa lucha por la igualdad potencie la del conjunto de la clase obrera contra la burguesía y su capital.

Los fundadores del marxismo declaraban que el socialismo libera a toda la humanidad, incluso a la burguesía, no dejando por ello de señalar como fundamental la contradicción antagónica entre esta y el proletariado. De la misma manera, y aun siendo conscientes de que la liberación de la mujer abarca más que la de la mujer trabajadora, debemos fomentar que el movimiento femenino obrero tome claramente distancia respecto al movimiento burgués por “la igualdad en general”.

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Decía Lenin que salvo el poder todo es ilusión. Para aprovechar las “ventanas de oportunidad” que ofrecen las crisis, es necesario que una organización de vanguardia sepa construir a su alrededor el máximo de unidad popular mejorando en cualquier caso la correlación de fuerzas a fin de avanzar en la toma del poder político.

Se ha demostrado históricamente que la toma del poder político es el resultado de una línea elevada que, aun desde la minoría, sabe movilizar al máximo posible de masas populares contra el enemigo principal de cada coyuntura.

En ese sentido, cada vez hay más militancia que se da cuenta de que en los últimos tiempos el enemigo ha hecho un uso interesado del feminismo, obstaculizando la línea de actuación que sostenemos en este texto. Ahora bien, si se trabaja correctamente, la lucha de la mujer no solo no dificulta nuestra estrategia, sino que la potencia. Pero cuando (como hace un año) hay quien defiende “piquetes no mixtos”, se está rompiendo la unidad de la clase obrera. Y ello es aún más grave en tanto que entorpece el trabajo en pos de la más amplia acumulación de fuerzas populares aprovechando las ventanas de oportunidad históricas abiertas con la brutal crisis social provocada por los rescates bancarios y el pago de la deuda exigida por la Troika criminal oligárquico-financiera.

Especialmente en tiempos de crisis sistémicas, ello conlleva no caer en desviacionismos que impidan identificar al enemigo principal a batir cuanto antes. Recientemente, hemos visto cómo hasta la banquera Ana Patricia Botín se ha convertido en la mejor abanderada del feminismo (¡y, por cierto, también de la lucha por el clima!). ¿Y qué decir de esos modélicos “Estados del bienestar” que, aparentemente, tienen muy liberadas a sus mujeres, al tiempo que mantienen explotados a innumerables pueblos? Pero las contorsiones de la banquera no son mala noticia: clarifican bastante las cosas. Cuando desde el enemigo se esgrimen constantemente postureos feministas, el movimiento femenino que se construye dentro de nuestra clase no puede dejar de tener presente este riesgo.

En estos momentos, en que no solamente no se ha salido de la crisis, sino que se avecina otra arremetida con la consabida secuela de austeridad y recortes, hay que tener especial cuidado para que no nos marquen la agenda de lucha. Y tampoco los debates.

Como ya se ha mencionado, la lucha contra el patriarcado en el interior de nuestra clase ha de conllevar bastante pedagogía. Así, es inaceptable que se efectúe,

como en ocasiones se ha pretendido, un “examen de género” previo ante una determinada lucha sindical. Una opresión iniciada mucho antes del advenimiento del sistema capitalista no se superará con semejantes “herramientas” y requiere efectivamente unos mecanismos pedagógicos, al menos entre nuestra gente. Pero esto no entra en contradicción con la necesidad de erradicar el patriarcado también en la clase obrera, con la mayor urgencia en sus manifestaciones más graves como es el caso de la violencia machista.

Será el movimiento organizado de la clase el que más eficazmente traiga los avances históricos, y por eso es necesaria la incorporación de la mujer trabajadora: para igualmente hacer lo posible en el interior de nuestra clase por retirar todos los obstáculos que dificultan esa incorporación. Así, igual que decimos que no podemos dejar que la extrema derecha canalice las desgracias de los sectores populares en su contradicción con el sector monopolista y bancario que rige la UE, no permitamos injerencias externas dentro de la clase con respecto a las reivindicaciones de la mujer. Pongámonos manos a la obra todas y todos y, sin dejarnos confundir por desviacionismos, trabajemos en las entrañas de nuestra clase la verdadera liberación de la mujer.

Febrero de 2020

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