Que no nos desvíen de la Reflexión
que necesitamos

(ni siquiera en la Jornada que así llaman)

Este análisis de la situación política de España ha sido concluido en la llamada “jornada de reflexión” previa a las elecciones del 23 J. Si nos pronunciamos sin esperar al cierre de las urnas y sin saber de qué color será el próximo gobierno, no es por casualidad ni por suficiencia. Es cierto que parecería más sensato, para arriesgarnos menos en nuestras conclusiones, elaborar la típica “interpretación de los resultados” electorales tras conocerse estos, como si de ese modo creyéramos constituir una visión más certera. Pero, precisamente, decidimos no hacerlo así, ya que nuestra prioridad principal va por otro camino totalmente diferente. De hecho, elegimos la “jornada de reflexión” justamente para desviarnos de la reflexión que han elegido por nosotros y para contribuir a extender la que nos interesa.

Al respecto, queremos poner por delante dos consideraciones. En primer lugar, que bajo ningún concepto las elecciones deben marcarnos el timing a la hora de efectuar un análisis de la situación política y de definir nuestra estrategia de intervención. Por otro lado, que lo que está en juego para los intereses de los sectores populares y la clase obrera ni siquiera se encuentra en ninguno de los programas de los partidos que copan la tramoya electoral. No en vano, finalizábamos uno de nuestros editoriales de estos años defendiendo que no es posible superar las problemáticas reales de nuestro pueblo con las reglas de juego del enemigo. Entre estas reglas, naturalmente, está la interminable dinámica electoral con la que nos quieren mantener siempre ocupados, como a Sísifo.

En línea con el vídeo que acabamos de publicar (“Tras las elecciones… ¿Atados 4 años por la papeleta?”), acerca de la necesidad de entender que la gente está mucho más desvinculada del voto de lo que se cree (tanto si lo ha ejercido como si no), tenemos que poner encima de la mesa la realidad obvia de que prácticamente ningún partido va a materializar lo que ha prometido en la campaña electoral. Sencillamente, porque quienes dictan las políticas no se presentan ni quieren que ningún programa hable claro al respecto. Las grandes políticas estatales en nuestro país están dictadas por las directrices de la Comisión Europea. Se vio a las claras con los recortes tras la primera réplica de la crisis, allá por 2007-2008. Y ya más recientemente, las reformas, laboral y de pensiones, se han tenido que aprobar bajo la supervisión de Bruselas con el chantaje de los fondos europeos Next Generation emitidos con ocasión de la pandemia.

No debería caber duda de que las proclamadas medidas expansivas de ayudas emitidas por el gobierno Sánchez durante la pandemia, en absoluto fueron resultado de una decidida voluntad de defender a las capas populares enfrentándose, si fuera necesario, a la Comisión Europea. Muy al contrario, estaban avaladas por esta, que condicionó los citados Fondos Next Generation a esa política de relajación fiscal y financiera. Como es sabido, dichos fondos no se pueden invertir donde el gobierno de turno quiera sino donde decida y apruebe la Comisión Europea, que prioriza la creación de unas mejores infraestructuras que faciliten su mayor presencia y dominio en los mercados periféricos. En cualquier caso, el boomerang de esas políticas expansivas (que crearon mucho dinero sin respaldo real) estaba servido: las actuales medidas de control de la inflación son el contrapunto traumático de aquellas políticas. Esas medidas antiinflacionarias anuncian nuevos recortes, que ahora vendrán con reformas sociolaborales y cambios en el modelo productivo que nuestros sumisos gobiernos llevan años implantando al gusto de la Comisión Europea.

En lo que va de año el BCE está literalmente pilotando el “parón” de la economía en nombre de esa lucha contra la inflación (nunca habían subido tanto los tipos de interés) y entre los comentaristas económicos se lanzan serias advertencias: las consecuencias en forma de una fuerte degradación del poder adquisitivo de las familias se verán a partir del segundo semestre del año. Ello irá acompañado de las exigencias de la Comisión Europea de rebajar la deuda al 60% del PIB (España supera el 110%) así como reducir el déficit público al 3%. ¿No es revelador que nada de esto haya surgido en la campaña electoral?

No hace falta ser un prestigioso analista para deducir lo que puede sobrevenir. Efectivamente, cada vez surgen más elementos que preludian una nueva oleada de recortes, esta vez justificada por el enemigo no solo por la situación macroeconómica, sino también por el agravamiento de la situación geoestratégica, particularmente con el tema de la guerra en Ucrania. ¿Cabe albergar muchas ilusiones acerca de lo que pasará en un país intermedio como el nuestro cuando, de hecho, la propia “locomotora alemana” se dispone a meter el hachazo en el gasto público porque ha entrado en recesión?

Tampoco es de extrañar que esos mismos comentaristas aludan ya sin complejos a “las promesas imposibles de cumplir” por parte de los partidos. No en vano, en determinado portal digital, y a pesar de ser medio de la derecha económica, se centran en advertirnos sobre… las inconsecuencias de la derecha política.

Sin embargo, también hemos de asumir que los factores de poder, ya no solo en España sino también en el resto de Europa, han aprendido a gestionar mediáticamente las medidas de recortes viendo la experiencia de las inmensas movilizaciones que se dieron tras la primera réplica de la crisis en 2007/2008. Unas movilizaciones que llevaron a tener que lidiar, en el caso de Grecia, con un referéndum cuyo resultado cuestionó la dictadura financiera y de Bruselas.

Hoy, las propias contradicciones objetivas del sistema (incluida la tendencia a la guerra) tienen más peso que las movilizaciones populares entre los factores de inestabilidad para las políticas oligárquicas. Pero no por eso los gobiernos las descartan (como sí hace buena parte del propio activismo social, donde cunde el agotamiento o la simple institucionalización) ni son inmunes a ellas. En realidad, para los verdaderos detentadores del poder, lo que importa es el margen de maniobra para hacer volver al redil eventuales protestas. Esto es realmente más decisivo para el Ibex-35 que las peleas entre derecha y presunta izquierda por gestionar el BOE o por repartirse prebendas. Y más decisivo, incluso, que el hecho de que haya sectores de la clase media-alta que quieran asegurar sus modos de vida apostando por una mayor derechización, llegando al delirio de culpar al “socialcomunismo” del gobierno de coalición de poner en peligro su estatus. ¡Ojalá!

La clave para la Comisión Europea, como factor principal de poder, va a ser la imposición de una política de recorte del gasto público y la creación de las mejores condiciones para intervenir en mercados periféricos, como es el caso de España, por parte de las potencias centrales. Esa fue, como vimos, la intención estratégica de los Fondos Next Generation.

En el caso del Estado español hay tres factores que son fuente de inestabilidad social. Por un lado, está la cuestión meramente socioeconómica y laboral, con la política de ataque objetivo a los salarios reales en el contexto de inflación. Por otro, la situación de permanente inestabilidad política que provoca el encaje en el Estado de las distintas nacionalidades (seguro que a la Comisión Europea no se le ha ido de la retina lo que ocurrió en Catalunya en 2017). Y un tercer factor, que evidentemente no es 100% hispano, es el tema de la guerra y la supeditación de las partidas presupuestarias a las exigencias del bloque imperialista europeo en su pretensión de fortalecer su potencia de fuego.

Pues bien, cuando vemos que la calle no se ha alborotado lo suficiente como para que el poder estatal tenga que implementar ya una represión en toda regla, cabe preguntarse por lo que realmente le conviene a la Comisión Europea en la actual fase. Una fase en la que, como vimos, ponen el acento en desactivar protestas y no en azuzarlas gratuitamente, sobre todo, desde el Consejo de Ministros.

¿Realmente, por ejemplo, la Comisión Europea dormiría mejor con una política gubernamental para Catalunya como la que voxifera Abascal para aumentar su club de palmeros entre los de la pulserita bicolor? Ciertamente, en Bruselas no gustarán las concesiones que el gobierno central haga a los partidos nacionalistas en la medida en que entren en contradicción con la política de recortes. No obstante, el miedo a la derecha cavernícola y al fascismo ha sido utilizado por ciertas fuerzas nacionalistas de izquierdas para, en no poca medida, justificar su inacción en materia social y, a la vez, aparecer como mucho más presentables ante el establishment.


Además, el hecho de que exista un lobo o un dóberman como Vox conviene, porque uno de los objetivos que se marcan tanto Madrid como Bruselas es que haya un conjunto de trabajadores cada vez más proletarizados pero, eso sí, cada vez también más alejados del supremo llamamiento a la unidad proletaria del Manifiesto Comunista. ¿Cómo crear más proletariado al tiempo que se lo mantiene desunido? Instigando el miedo a la inmigración, igual la que se regularice y la que no lo haga, como ocurre en no pocas zonas del sur de España.

Efectivamente, conviene mantener una tasa de inmigración que garantice una bajada del salario real, al mismo tiempo que se persigue que no haya una unidad de actuación independiente por parte de una clase obrera que solo podrá liberarse si se unen los trabajadores nativos e inmigrantes. Por eso nosotros decimos que el sistema no quiere sacar a los inmigrantes de España, sino “de los españoles” (ya sea enfrentando a los distintos trabajadores en función de su cultura, o directamente negándoles a algunos la nacionalidad). Vox, objetivamente hablando, ayuda a eso. Así, al poder le conviene mantener a los de Abascal con un cierto porcentaje de presencia en la vida política del país, ya que esto permite al gobierno central continuar con su política de desviacionismo mientras ejecuta los dictados de Bruselas. Y ello, independientemente de los intereses particulares por dirigir la administración de las instituciones que puedan albergar (ellos y su fuente original, el PP).

Decíamos al principio que el análisis de la situación política que necesitamos no debe depender de las elecciones. Esto aún se explicita más cuando ponemos sobre la mesa los verdaderos elementos y puntos programáticos para una política al servicio de la clase obrera y otros sectores populares. Un programa que no puede dejar de incluir la expropiación bancaria con el contrapunto de una banca pública, como debería plantear (sin alargar en demasía la lista de puntos, más allá de la consiguiente ruptura con la dictadura de Bruselas y el repudio de la ilegítima deuda) el amplio frente de masas que planteamos y necesitamos. Desde luego que para esta estrategia, las elecciones, tal como se dan, suponen un factor negativo. ¿Qué fuerza política ha defendido un planteamiento así a lo largo de esta campaña?

A quien esperara una reflexión electoralista (o abstencionista, cosa que no deja de ser, en nuestro contexto, todavía tan lejos del poder, otro tipo más de electoralismo) esta declaración puede haberle decepcionado. Y lo mismo ocurrirá en esta segunda parte, en la que hablaremos de las claves para el trabajo militante y activista. Cosa que haremos independientemente de que la gente con la que debemos trabajar políticamente vote o no (o independientemente de qué opción haya votado, en su caso). No es eso lo primordial ahora.

La abstención podría hacer que se tambaleara el poder si hubiera un Fidel Castro camino de tomarlo, y el voto podría preocupar a los oligarcas si apareciera un Hugo Chávez en alguna papeleta electoral y unido a un pueblo movilizado. Como venimos defendiendo prácticamente en solitario, lo decisivo no es votar a una u otra opción (o abstenerse) el 23 J, sino organizarse y ponerse en marcha con la gente llana y aún poco o deficientemente politizada, y con independencia de lo que haya (o no) votado (ni machacándoles tampoco con que “todos son exactamente iguales”, cosa que en su experiencia diaria no es cierta).

Así pues, lo primero para no ser electoralista es no dividir ni culpabilizar a la gente, al margen, como decimos, de lo que haya (o no) votado. Y lo segundo, entender que el pueblo no está realmente vinculado a lo que haya decidido votar ese día, ya sea por la consabida manipulación mediática… o por simple pragmatismo, a la vista de que ninguna opción rupturista disputa hoy en los hechos el poder. Los mismos que hoy votan reformista, o incluso a reaccionarios (porque hayan caído en la particular demagogia de estos), mañana pueden participar en la revolución. A condición de que no los encasillemos o alejemos, cosa que ayudaría al poder a atarlos durante cuatro años por fetichismo hacia una mera papeleta (para colmo, en un contexto de eurodictadura económica, en el que los gobiernos gestionan más que nada “la guerra cultural” o, a lo sumo, cómo vender al pueblo una política que viene dictada desde Bruselas).

En consecuencia, es hora de abandonar todo pesimismo y plantear la cuestión en positivo. En ocasiones, oímos quejas de que no hay movilizaciones como las que hubo, o de que “la gente no se mueve”. Tenemos que asumir, tras la experiencia del ciclo anterior que, aunque las hubiera, estas están abocadas a la frustración si se mantienen en el terreno reivindicativo particular de cada sector. De ponerse en marcha las movilizaciones, casi desde el principio tienen que tener una vocación de unidad superando lo que se consiguió al respecto en el 22M (de 2014). Pero, sobre todo, han de proyectarse hacia el cuestionamiento del poder real. Muchas veces hemos dicho que la gente necesita expectativas de solución. Y no hay solución con solo movilizaciones. Hace falta en el campo popular una perspectiva política de conquista de poder donde haya un denominador común político mínimo que enfrente a los verdaderos factores de poder.

Finalmente, nos toca terminar de nuevo poniendo sobre la mesa una cuestión que nos afecta en tanto que miembros del movimiento comunista. Únicamente desde la militancia por el socialismo puede forjarse un frente político de salvación popular. Pero el primer obstáculo para conseguirlo está en el propio ámbito comunista, ya que, con frecuencia, no se asume la propia dinámica de la crisis histórica de nuestro movimiento. El horizonte socialista está más justificado teóricamente que nunca. Pero solo “teóricamente”, porque en la práctica es evidente que ha habido una crisis de legitimidad ante el pueblo para que este vea en el movimiento comunista la fuerza que lo conduzca con éxito en la estrategia de disputa de poder frente a los oligarcas financieros y demás parásitos del gran capital.

Tal como nos enseñaba Fidel, no va a ser con proclamas, ni porque las mismas sean revolucionarias, como vamos a poner en marcha un movimiento realmente transformador, sino que hay que ganarse primero la autoridad legítima desde el trabajo práctico donde habrá que conjugar los principios con algo por lo que se nos va a juzgar desde el principio: la comprensión de la realidad tal como se nos presenta.

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