La lucha por la jornada laboral de 8 horas… y sus enseñanzas

En el Tomo I, capítulo VIII de El Capital, Karl Marx escribe –durante la década de 1860– sobre “La Jornada de Trabajo”:

“El capitalista compra la fuerza de trabajo por su valor diario. Le pertenece, pues, su valor de uso durante una jornada, y con él, el derecho a hacer trabajar al obrero a su servicio durante un día. Pero, ¿qué se entiende por un día de trabajo? (…) El capital es trabajo muerto que no sabe alimentarse, como los vampiros, más que chupando trabajo vivo, y que vive más cuanto más trabajo vivo chupa. El tiempo durante el cual trabaja el obrero es el tiempo durante el que el capitalista consume la fuerza de trabajo que compró. (…)

El capitalista se acoge, pues, a la ley del cambio de mercancías. Su afán, como el de todo comprador, es sacar el mayor provecho posible del valor de uso de su mercancía. Pero, de pronto, se alza la voz del obrero, que había enmudecido en medio del tráfago del proceso de producción:

El uso de mi fuerza diaria de trabajo te pertenece (…) pero el precio diario de venta abonado por ella tiene que permitirme a mí reproducirla diariamente, para poder venderla de nuevo. Prescindiendo del desgaste natural que lleva consigo la vejez, etc., yo, obrero, tengo que levantarme mañana en condiciones de poder trabajar en el mismo estado normal de fuerza, salud y diligencia que hoy. Tú me predicas a todas horas el evangelio del “ahorro” y la “abstención”. (…) En lo sucesivo, me limitaré a poner en movimiento, en acción, la cantidad de energía estrictamente necesaria para no rebasar su duración normal y su desarrollo sano. Alargando desmedidamente la jornada de trabajo, puedes arrancarme en un solo día una cantidad de energía superior a la que yo alcanzo a reponer en tres. (…) Por eso exijo una jornada de trabajo de duración normal y, al hacerlo, no hago más que exigir el valor de mi mercancía, como todo vendedor.”

Esa “voz del obrero” (y ya, también, de “la obrera”) se estaba oyendo ya en los países capitalistas, aunque los “logros” se habían limitado a una ley en Reino Unido para limitar en 10 horas la jornada solamente de mujeres y niños y en 12 horas en Francia a todos los sectores laborales y de la población. Hasta el momento, en EEUU la jornada laboral había sido de 18 horas diarias 6 días a la semana. Desde los años 30 del siglo XIX las luchas por la demanda de reducción de la jornada laboral se habían extendido y generalizado a ambos lados del Atlántico. En 1866 la I Internacional Obrera (la Asociación Internacional de Trabajadores) recoge en su primer Congreso de Ginebra, a propuesta de Karl Marx, este segundo punto del programa: “reducción de las horas de trabajo”. Y en Baltimore, ese mismo año, el Congreso Obrero General declaró como primera y más importante exigencia de los trabajadores “la promulgación de una ley fijando en ocho horas para todos los Estados Unidos la jornada normal de trabajo».

No obstante, la correlación de fuerzas entre capital-trabajo [“…en última instancia, la duración de la jornada de trabajo se halla determinada por la correlación de fuerzas en la lucha entre los capitalistas y la clase obrera”, Diccionario de Economía Política, editado por Borísov, Zhamin y Makárova (y otros) en la URSS] reducción legal de las interminables jornadas laborales. También fue en 1866 en Estados Unidos cuando la National Labor Union (asociación creada para presionar al Congreso en favor de reformas de la legislación laboral) formada por trabajadores cualificados y no cualificados, agricultores y otros gremios, fue al Congreso a “solicitar” una jornada laboral de 8 horas. Sin embargo, no se logró persuadir al Congreso para acortar legalmente la jornada de trabajo y la asociación se disolvió en 1873.

De nuevo, la realidad de que el pulso de la lucha de clases no se dirime en los salones de las instituciones se demuestra cuando el movimiento obrero y sindical experimenta un importante impulso tras las durísimas Huelgas ferroviarias: estas se saldaron con más de un centenar de manifestantes muertos a manos del ejército enviado por el presidente estadounidense Rutherford B. Hayes en 1877, pero en 1885 consiguieron una “rendición incondicional” del magnate Jay Gould ante la paralización total de 24000 km de red ferroviaria y una victoria histórica en los EE UU.

Así, la Federación Estadounidense del Trabajo, en su IV Congreso, resuelve que desde el 1 de mayo (que era el “moving day”, en el que se producían tradicionalmente las renovaciones de contratos y cambios de empresa) de 1886 los trabajadores realizarían una jornada de 8 horas, y que se declararía la huelga en la empresa que no lo aceptara. A pesar de que la masiva afiliación a las organizaciones sindicales de los últimos años y la efectiva amenaza de huelga bastó para que muchas fábricas y empresas comenzaran ese mismo día a instaurar las 8 horas diarias, en importantes centros industriales los capitalistas no dieron su brazo a torcer y comenzó la huelga y las represiones. En Chicago, las cargas contra los manifestantes y huelguistas fueron brutales y provocaron un número indeterminado de víctimas entre los obreros. El 4 de mayo, en mitad de una de esas cargas, estalló un artefacto resultando muertos 7 policías. La respuesta del gobierno fue la detención de 8 líderes sindicales, con el suicidio en su celda de uno de ellos el día anterior a la ejecución de otros cuatro en la horca y la prisión de los tres restantes (hasta que en 1893 se les declaró “víctimas inocentes de un error judicial”).

Precisamente, en homenaje a estos líderes anarquistas y comunistas, los “Mártires de Chicago”, y por acuerdo del Congreso Obrero Socialista de la II Internacional, celebrado en París en 1889, se instaura el 1º de mayo como Día Internacional de los Trabajadores.

Sin embargo, y contrariamente a lo que se pueda interpretar con esto, la jornada laboral de 8 horas no queda “legalmente” aprobada e institucionalmente registrada en ningún país hasta 1917, en la que se promulga la nueva Constitución de los Estados Mexicanos, con su artículo 123, que limita el trabajo a 8 horas diarias como máximo con un día de descanso a la semana.

En Europa no fue hasta, cómo no, la Revolución de Octubre y la creación de la Unión Soviética cuando por primera vez se instaura la jornada laboral “normal” de la que hablaba Marx. Y en realidad esa fue la clave: los capitalistas europeos no podían permitir el agravio comparativo con respecto a la revolución rusa, ni querían empujar a más obreros a hacerse comunistas.

Así, España es, tras la URSS, el segundo país europeo en el que un gobierno firma la Carta que recoge legalmente el límite en 8 horas de jornada de trabajo. Durante un periodo de cruel represión sindical en toda Cataluña, la CNT declara una huelga en la famosa fábrica La Canadiense de Barcelona tras el despido de 8 trabajadores. La huelga se extendería rápidamente a prácticamente todos los sectores industriales y a lo largo de los más de 40 días de duración se llegará a paralizar toda la ciudad a pesar de la declaración del “estado de guerra” y la encarcelación masiva de obreros. La firma del llamado “Decreto de la jornada de ocho horas” afianzaba este logro de la lucha obrera en España en abril de 1919, por lo que este año se conmemora el centenario de este acontecimiento glorioso para la clase trabajadora.

A partir de entonces… ¿Qué ha sido de la “jornada normal de trabajo”? ¿Cómo está actualmente la “correlación de fuerzas” para mantener la jornada laboral de 8 horas?

El tsunami de precarización laboral impuesta por el Capital desde los inicios de la crisis ha relegado al recuerdo el derecho a una jornada normal de trabajo por un sueldo digno. Ese mismo “recuerdo” debe alimentar la certeza de que, a pesar del escaso tiempo “libre” que la vampiresca explotación laboral concede a los trabajadores, hay que reservar todas las horas posibles para la lucha revolucionaria por la defensa de los derechos, la devolución de lo arrebatado y la consecución de la emancipación de clase. Ya que, de nuevo (y parafraseando a Lenin), “solo sembrando revolución obtendrás reformas” … Porque (parafraseando ahora lo que ya es “tesis” de Red Roja) buscando obtener reformas solo conseguirás perder las ya ganadas.

Articulo revista Red Roja nº18, junio 2019

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