[26 de Julio] Enfrentarnos al embargo: nuestro común denominador
Los recientes acontecimientos en Cuba nos obligan a posicionarnos; y a hacerlo desde una perspectiva estratégica, que tenga en cuenta los efectos reales que va a tener nuestro posicionamiento.
Independientemente de los problemas realmente existentes, e incluso de los errores que hayan podido cometer los dirigentes autóctonos, en Cuba los imperialistas norteamericanos tienen una hoja de ruta bien clara. Y en esa hoja de ruta cuentan con lo que hagamos en los países del campo imperialista; o, en realidad, con lo que no hagamos.
La guerra ya está planteada, y es imposible no tomar partido. En esta y en cualquier circunstancia, quienes se declaran neutrales y dicen “ni unos ni otros” solo favorecen la victoria del bando más fuerte, que en este caso tiene como protagonistas principales a los halcones yanquis, pero con la colaboración en mayor o menor grado de otras potencias que quisieran mandar a la Cuba revolucionaria al museo de la historia (es decir, al basurero del presente que padece el conjunto de países dependientes y neocolonizados). Así es como se nos presenta el combate en torno a Cuba. Y no hay “debate” teórico ni político que pueda sustraerse de esa realidad imperiosa que se nos impone.
Por eso, no iremos a la defensiva en los debates a los que artificialmente se nos fuerza cuando los medios (que no están en el medio) deciden dónde tiene que haber ruido y dónde silencio mediático. Ya está bien. Ya hemos visto qué ha pasado con el ruido de las revoluciones de colores y con la fanfarria de los “comités populares” de Libia (inventados) apoyados por los aviones de la OTAN (tan reales). Y ya hemos comprobado el bárbaro silencio que les siguieron. Así que no vamos a caer en la trampa “purista” de los revolucionarios de frase que aquí (en el mundo desarrollado) son muy pragmáticos porque la “revolución no es posible”… pero en cambio lo piden todo allí (en el mundo limitado y dependiente) porque “ya la hicieron”. Como si la revolución no fuera –también tras tomar el poder- un gerundio plagado de obstáculos.
Y dado que no iremos más a la defensiva; que bajo ningún concepto vamos a acariciar el ninismo que tanto daño ha hecho entre el activismo, incluso seremos “provocadores”. Que quede claro, pues: preferimos defender a “burócratas” (como algunos afirman) antes que a supuestos “antiburócratas” que no tienen inconveniente en hacerle el juego a una movilización promovida por bots del imperialismo. Siempre debemos preguntarnos qué efectos reales va a tener nuestro posicionamiento. A los cubanos les da igual si somos más o menos “antiburocráticos”. No conseguiremos nada con eso. Pero los imperialistas necesitan una retaguardia tranquila que les apoye en sus desmanes. No lo consiguieron en su día con ese desmán que fue la guerra de Vietnam. No dejemos que lo consigan ahora en esa guerra contra el pueblo de Cuba que es el bloqueo. Es responsabilidad nuestra que no haya tranquilidad en la retaguardia mientras masacran a otros pueblos.
¿Cómo no tener en cuenta, en el caso de Cuba, la utilidad contrarrevolucionaria que se persigue históricamente con el embargo y el bloqueo? No cabe duda de en qué estrategia criminal hay que enmarcar los últimos acontecimientos en Cuba. No puede haber conciencia mínimamente progresista que no se grabe a fuego el memorando secreto del Departamento de Estado estadounidense desclasificado a principios de los 90. Hablamos de ese memorando Lester que afirma:
“La mayoría de los cubanos apoyan a Castro… el único modo previsible de restarle apoyo interno es mediante el desencanto y la insatisfacción que surjan del malestar económico y las dificultades materiales… hay que emplear rápidamente todos los medios posibles para debilitar la vida económica de Cuba… una línea de acción que, siendo lo más habilidosa y discreta posible, logre los mayores avances en la privación a Cuba de dinero y suministros, para reducirle sus recursos financieros y los salarios reales, provocar hambre, desesperación y el derrocamiento del Gobierno” (las negritas son nuestras).
Nuestro papel, desde esta retaguardia del imperialismo -retaguardia desde la que se fabrican todas las agresiones-, es el de dificultar todo lo posible semejante barbarie. Hay que desarrollar movilizaciones, aunque de momento sean pequeñas, en todas las localidades donde sea posible: hay que exigir el cese del bloqueo. Y hay que exigir a nuestro gobierno que no aplique ese embargo criminal. Aparte de apoyar las campañas de ayuda de las organizaciones de solidaridad con Cuba, hay que forzar desde la movilización la “discriminación positiva” en las relaciones comerciales con ese país que sufre un cerco que, desde luego, muchos de nuestros países más desarrollados apenas aguantarían una hoja del calendario. Hay que exigirle a Sánchez que haya ayudas inmediatas a Cuba en lo que respecta a las jeringuillas, que EE UU intenta bloquear de manera repugnante para dificultar la vacunación, instrumentalizando en favor de sus intereses geoestratégicos hasta el propio drama de la pandemia.
En tal coyuntura, por tanto, independientemente de las posiciones concretas de cada destacamento en lo que respecta a la definición del antiimperialismo o al desarrollo del socialismo en Cuba, el mínimo común denominador que la realidad nos impone y que debe unirnos a todos es el siguiente: exigir el fin del bloqueo y crear una problemática política a nuestro gobierno por todo aquello que suponga hacer seguidismo de la política de embargo y bloqueo de EE UU. Hay que presionar en la calle en esta línea y urge la creación de comités contra el embargo, en la estela gloriosa marcada por los comités por la libertad de los 5. La historia no nos absolverá si no asumimos esta responsabilidad.