En torno a la violencia y los «infiltrados» de estos días

Recuperamos este artículo del otoño de 2019 en el que, a raíz de las revueltas habidas en Barcelona como repudio a la sentencia del procés, reflexionábamos sobre la necesidad de no caer en actitudes conspiranoicas que achacaban el ejercicio de la autodefensa contra las fuerzas represivas a un plan orquestado por «infiltrados» y «provocadores». Y donde subrayábamos la capacidad del pueblo organizado y en especial de su juventud, de enfrentarse a este régimen decadente. Artículo de plena actualidad ante la última oleada de protestas espontaneas contra el fraudulento «Estado de alarma» y su componente represivo en Burgos, Barcelona o Madrid.

De nuevo vuelven a salir audios, sospechas y conspiraciones en torno a violentos infiltrados que son quienes prenden las barricadas estos días en Barcelona. Al parecer los rumores también llegan hasta fuera de Catalunya. Este es un asunto complejo, en el que tener todas las certezas es casi imposible, pero sobre el que sí podemos aclarar unas cuantas cosas.

En primer lugar, en manifestaciones importantes, la policía y los Mossos en el caso concreto de Catalunya y Barcelona, SIEMPRE han infiltrado gente. Unas veces para provocar, otras veces incluso para animar a otros a realizar según qué acciones, es cierto. Y muchas veces sencillamente como secretas que llegado el momento determinado hacen de apoyo de la policía oficial, golpeando con sus porras extensibles a manifestantes o ayudando a detener a quien toque en ese momento. En huelgas, desahucios con mucha asistencia, grandes manifestaciones… Nada nuevo hay en esto, lo conocemos muy bien.

¿Puede haber algún infiltrado quemando contenedores estos días, en una estrategia de criminalización del independentismo por parte del estado? Pues puede ser, no me atrevería a negarlo. Ahora bien, los disturbios, las barricadas, la quema de contenedores, la gente que está haciendo frente a las fuerzas represivas, ¿todos estos también son infiltrados? Cualquier persona que conozca un poco lo que se está moviendo en la calle estos días sabe que afirmar tal cosa es un disparate. Disparate que por otro lado es un arma que lleva estos dos años utilizando el procesismo oficial para desprestigiar, criminalizar y en última instancia reprimir todo movimiento que se sale de su patético (e inexistente) full de ruta, que cada vez se cree menos gente.

Noticias sobre infiltrados y reducidos grupos de violentos encapuchados, llamadas a señalar a toda la gente que no salga a cara destapada y con las manos en alto a una manifestación, audios de whatsapp que se hacen virales en los que se difunden absurdas conspiraciones y llamadas a delatar a militantes y activistas (todos aquí recordamos uno de estos famosos audios hecho por Beatriz Talegón, personaje del que es complicado recordar las vueltas que ha dado con tal de arrimarse a la moda de turno, que en estos años ha sido la del independentismo oficial), etc.

Y claro, en medio de este clima creado ad hoc, es completamente normal que gente de a pie se monte sus películas, vea infiltrados y conspiraciones donde no hay nada, o elabore mensajes y audios que rápidamente pueden llegar a extenderse por la multitud de grupos, canales y chats operativos a día de hoy en el seno del independentismo. Ya hemos visto unas cuantas veces cómo procesistas señalaban e intentaban delatar a chavales que lo único que hacían era taparse la cara para no ser grabados, o intentar mover cuatro contenedores para frenar las furgonas de la criminal BRIMO.

Lo que está pasando estos días lo esperaba poca gente. Una cosa eran grandes movilizaciones contra la sentencia, otra cosa es esto. Miles y miles de personas, especialmente jóvenes (esta semana han estado de huelga estudiantil desde el miércoles, ya el lunes y el martes apenas hubo clases en muchos lugares) han dicho basta y están mostrando una determinación impresionante. A riesgo de sonar cursi, es hermoso ver cómo tras años de tragar con el relato del procés, tras mucha rabia contenida, tanta gente joven dice basta y están dispuestos a combatir y jugarse el tipo. De manera espontánea, desorganizada, caótica e incluso a veces contraproducente pensando en términos estratégicos, son estos chavales (y a veces no tan chavales) los que están incendiando Barcelona y otras ciudades estos días, mostrando y expresando un auténtico (y también hermoso) odio contra las fuerzas policiales y contra el Régimen. En muchos casos se trata de gente jovencísima: algunos de los que han metido en prisión estos días apenas pasan de los 18 años, el atropellado por una furgona ayer en Tarragona tiene 17.

¿Alguna barricada ha sido quemada estos días a consciencia por algún agente pagado? Pues no lo sé, igual sí, pero sinceramente no me importa demasiado. Porque la cuestión principal es que quienes están luchando estos días son parte del pueblo. Gente en la inmensa mayoría de casos sin una militancia política estable ni comprometida, sin ninguna perspectiva a medio y largo plazo, y en numerosos casos ni siquiera formando parte ni sintiéndose identificados directamente con el movimiento independentista. De nuevo, como ocurrió el 1 y 3 de octubre de hace dos años, muchísima gente está saliendo a la calle por algo que va más allá la cuestión nacional, dándole incluso un cierto carácter de clase (más del que tiene un transversal movimiento independentista) a la lucha. Y esta vez habiendo aprendido algunas cosas importantes de aquel otoño del 17’, entre ellas el saber de quién no se pueden fiar.

Por supuesto, quien más miedo tiene a todo lo que está pasando es un Govern y unos PdeCat y ERC que están más perdidos que nunca, y que ven cómo cada día más sectores de los algún día fueron su base social dudan un poco más de ellos, dejan de creerles o incluso algunos empiezan a considerarlos como su enemigo. Ellos son los primeros interesados en difundir estos bulos, que por suerte cada vez se cree menos gente. Y sobra decir que si alguien ha provocado disturbios cuando una manifestación estaba transcurriendo pacíficamente, esta ha sido la policía al llegar y comenzar a cargar. El otro día 324.cat, medio digital vinculado a la Generalitat, borraba un tuit que decía que “la manifestación discurría tranquila hasta que ha cargado la policía”, tras alguna orden superior que debió llegar al becario de turno. Nada nuevo bajo el sol, también en los medios de la burguesía catalana.

Esto no va de infiltrados, esto va de un Govern que tras un periodo de cierto desacato al estado está volviendo al redil para ser lo que ha sido siempre: el representante del Régimen del 78 en Catalunya, con todo lo que ello implica en estos momentos. Y todo esto mientras aún tienen que seguir jugando la desobediencia, a representar una comedia cuyos episodios cada vez son más repetitivos y están más desgastados.

Como reflexión final, una cosa es hacer un análisis crítico, entre nosotros, de si puede interesar o no en un momento determinado prenderle fuego a las calles. También hablar de los límites del independentismo, más aún con la poca imbricación que aquí ha tenido y tiene en la lucha de clases. Y por supuesto, tenemos que estar pensando desde ya en el después, en qué pasará y qué posible escenario tendremos tras estas semanas de protestas. Pero esa energía combativa e incluso revolucionaria (me atrevo a utilizar esta palabra, aunque suene un poco ostentosa en estos momentos) que muestra el pueblo en algunas ocasiones, se exprese como se exprese, eso es un tesoro muy grande que no podemos frenar y mucho menos criminalizar.

Me decía hoy un amigo que han montado el Tsunami Democràtic para intentar canalizar la rabia, y que les ha salido el tiro por la culata. Puede ser así, lo que es seguro es que ni ellos se esperaban esta respuesta del pueblo.

Miquel Díaz

Barcelona, 17 de octubre de 2019

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