Tradición y vanguardia en los inicios del arte soviético
A principios del siglo XX, ya se cocían en Rusia movimientos artísticos de vanguardia influenciados por los principales -ismos de la Europa occidental, los cuales compartían una tendencia rupturista con el arte académico y el objetivo de encontrar un nuevo sistema estético a través de la experimentación con los elementos formales básicos del arte (color, línea, plano y textura).
Aun así, fue a partir de la Revolución de Octubre cuando se produjo la mayor oleada creativa en el terreno de las artes plásticas y la literatura y cuando se abrieron las posibilidades para construir un arte totalmente nuevo. Todas las artes se desarrollaron vertiginosamente y fueron muchos los artistas (sobre todo futuristas y constructivistas) que decidieron comprometerse con la revolución y dotar a Rusia de nuevas imágenes y palabras.
Aunque es cierto que la mayoría apoyaban a los bolcheviques y a muchos no les faltaba buena intención, la euforia de la revolución y el deseo de una ruptura total con el pasado creó cierta confusión entre ellos, la cual generó un debate que se prolongó hasta bien pasada la guerra civil. El debate giraba alrededor de cómo debía ser la cultura en la nueva sociedad y la vinculación que tendría con la del pasado. Algunos sostenían que, para construir una sociedad nueva, había que apostar por nuevas formas de producción y por un lenguaje totalmente innovador, producto de las necesidades correspondientes a la coyuntura de la lucha de clases. Es decir, si se había destruido el modo de gobierno anterior, también había que destruir todo pasado en el terreno de la cultura. Muchos miembros del movimiento cultural Proletkult apoyaban esta desproporcionada postura, muy diferente a la adoptada oficialmente por el Narkompros (Comisariado del Pueblo para la Instrucción Pública) que abogaba por respetar la cultura del pasado, e incluso seguir basándose en ella a la hora de crear el nuevo arte.
El Proletkult, creado en 1917 (y que suscitaba polémicas internas frecuentemente debido a su heterogeneidad y a su desvinculación con el partido), fomentó la creación de una “verdadera cultura” vinculada a la nueva conciencia proletaria que sustituyese todo el arte anterior, al que consideraban burgués. En el primer congreso de la asociación, celebrado en Moscú en octubre de 1920 proclamaban que “toda la cultura del pasado puede calificarse de burguesa, y dentro de ella –salvo en las ciencias naturales y la técnica- no hay nada que valga la pena conservarse; el proletariado debe empezar su trabajo de destrucción de la vieja cultura y de creación de una nueva inmediatamente después de la Revolución”.
Naturalmente, Lenin discrepa de esta afirmación y lo hace ver en el discurso del III Congreso de Juventudes Comunistas de Rusia: “Si no nos damos perfecta cuenta de que sólo se puede crear esta cultura proletaria conociendo exactamente la cultura que ha creado la humanidad en todo su desarrollo y transformándola, si no nos damos cuenta de esto, jamás podremos resolver este problema. La cultura proletaria no sale de una fuente desconocida, ni brota del cerebro de los que se llaman especialistas en la materia. Sería absurdo creerlo así. La cultura proletaria tiene que ser el desarrollo lógico del acervo de conocimientos conquistados por la humanidad bajo el yugo de la sociedad capitalista, de la sociedad de los terratenientes y los burócratas”.
También hace referencia al sinsentido de gastar tanta fuerza en los debates de la construcción de una nueva cultura proletaria, en vez de concentrarla en la educación básica de la clase obrera, teniendo en cuenta el grave atraso cultural y educativo que había en Rusia en ese momento: “Para empezar nos bastaría con una verdadera cultura burguesa; sería suficiente que fuéramos capaces de prescindir de los tipos más caracterizados de la cultura preburguesa (…). En lo que se refiere a la cultura, lo más perjudicial es apresurarse y querer abarcarlo todo. Muchos de nuestros jóvenes literatos y comunistas deberían grabárselo en la memoria…”.
Esta tesis la comprendieron algo mejor los miembros del grupo de los futuristas rusos. A pesar de que, como su propio nombre indica, también abogaban por el rechazo del arte pasado, eran mucho más flexibles e incluso producían obras arraigadas en la tradición rusa. Más que desechar la tradición, pretendían actualizarla: la analizaban y la usaban como fuente de inspiración para después producir obras resultantes de esta, pero ejecutadas con un lenguaje y una técnica novedosos.
En 1918, Mayakovski escribió en el órgano oficial de la Sección de las Artes Plásticas de la Comisaría de Cultura el poema “Es demasiado pronto para alegrarnos”, en el que pedía la destrucción de todo lo que tuviese que ver con el arte consagrado, al cual Lunacharski contestó con las siguientes palabras: “El proletariado es capaz de renovar la cultura del género humano, pero en arraigada conexión con la cultura anterior y en dependencia de ella (…). Resulta más fácil destruir una vieja cultura que edificar una nueva. Los obreros no han tenido todavía ocasión de conocer eso que vosotros llamáis cultura clásica y si la destruimos es posible que un día pudieran muy bien pedirnos cuentas por ello”.
A pesar de esto, Mayakovski acaba comprendiéndolo con el tiempo y, junto a otros, como Cheremnykh o Rodchenko, se convierte en uno de los principales exponentes del Agitprop. Precisamente destaca por una serie de carteles que realiza basándose en el arte ruso tradicional, las ventanas ROSTA (Agencia de Telégrafos de la Unión Soviética). Estas ventanas (nombre que adoptaron por su diseño cuadriculado), tienen similitud con los lubok, estampas populares rusas que representan escenas del folclore a través de imágenes rudas y burlonas con texto en lenguaje coloquial, que se crearon con el propósito de reflejar la situación política del momento y así informar a las masas.
A mediados de la década de 1920 el debate tradición/vanguardia se apaciguó perdurando la tesis del respeto a la tradición y al interés general, a la vez que se comenzaban a dar las condiciones para crear un arte acorde a la realidad del contexto soviético (gracias a la alfabetización, a la labor educativa y a la gran oferta cultural gratuita). Dicho arte se desarrollaría hasta llegar a los nuevos estilos: la vanguardia y el realismo socialista.